
Mi colega Héctor Guyot escribía el sábado en La Nación una nota sobre la posibilidad de cambiar de opinión bajo el título “Si son liberales, están a tiempo de cambiar”.
Sin quererlo -porque este no era el punto de Héctor en esa nota- Guyot dejó abierta una duda crucial para quienes nos reconocemos liberales.
¿Cuál es la diferencia entre el relativismo y el liberalismo? ¿Acaso la libertad no está cimentada en unos sólidos principios (no muchos, pero sí innegociables) para poder proyectarse y perdurar? ¿Qué ocurriría si esos principios también estuvieran expuestos a una inseguridad total, a un relativismo justificado -paradójicamente- por el derecho que cada uno tiene a “pensar como quiere” que el liberalismo se ufana de defender antes que nadie? ¿No es acaso la propia doctrina la que le dio el nombre de “contenido pétreo” al capítulo llamado “dogmático” de la Constitución? ¿Acaso no se usó, justamente, la palabra “dogmático” para referirse al capítulo constitucional en el que se reconocen los derechos elementales del ser humano?
Entonces, ¿es justamente en nombre de la libertad que podría sostenerse que todo está sujeto a discusión y que hay casi tantas “verdades” como personas?
¿En qué lecho final e indiscutible podrán fundarse los pilotes inamovibles de una sociedad no solo libre sino segura de que no TODO estará sujeto a una discusión eterna?
El planteo parece dirigirnos a un callejón de interminables tautologías. La libertad se apoya en la idea de que nadie tiene la verdad total pero, siguiendo ese criterio, una sociedad libre debería tolerar, por ejemplo, a los que creen que la libertad debería ser limitada o, incluso, suprimida: “si no permites la libre difusión de la servidumbre no eres liberal”.
Guyot contaba los casos opuestos de Julio Cortazar y de Mario Vargas Llosa: el primero negándose conscientemente a admitir los horrores del comunismo porque si aceptaba eso, según él mismo decía, “perdería la fe revolucionaria” que necesitaba para vivir; y el segundo alejándose del castrismo en 1971 luego de conocerse los pormenores del caso Padilla.
Allí efectivamente hay ejemplos claros de, por un lado, el empecinamiento ciego del fanático que no admite ni las pruebas evidentes de las practicas más aberrantes de la idea que él defiende, y, por el otro, la grandeza intelectual de alguien que con toda humildad, reconoce su equivocación y cambia.
Pero prestemos atención a un detalle: el cambio fue de quien creía en la servidumbre y pasó a creer en la libertad.
¿Debería tolerarse el cambio opuesto?
Por supuesto que el marco ideológico del liberalismo debería permitir que INDIVIDUALMENTE las personas puedan creer que la servidumbre es “buena”, pero de allí a permitir que quienes así piensan se junten, se organicen y de que hasta se valgan de las herramientas que entrega la libertad para alcanzar el poder y terminar con ella, hay un trecho inmenso.
El relativismo democrático no debería incluir la idea de que todo da lo mismo y de que como tú tienes tu verdad, yo tengo la mía.
Sí, si, eso es cierto: hasta que se toca el lecho pétreo del conjunto de principios que sostiene, precisamente, el estilo de vida en donde la pluralidad de opiniones es lo normal y la expresión del pensamiento no está penada.
No está penada hasta que la expresión del pensamiento propone terminar con la expresión del pensamiento.
¿Es un fanático cerrado, una especie de troglodita del paleolítico el que diga con todas las letras que la libertad no concede libertades para terminar con la libertad? ¿Sería ese personaje no solo un antiliberal, sino un antidiluviano?
¿Cuál es la fina frontera que divide el relativismo fofo del liberalismo pétreo?
¿Qué pasaría en una sociedad donde todos tuvieran razón porque nada es definitivamente cierto?
¿Qué ocurriría con el músculo social de una comunidad cuya única certeza fuera la duda?
Yo estoy de acuerdo que en las ciencias o en el mundo intelectual se pueda interactuar con la duda y que, incluso, la duda es el motor del progreso y de los descubrimientos.
Pero el orden social necesita certezas. No muchas, pero sí unas pocas convicciones firmes e inamovibles. Alguien ha dicho, no sin razón, que la duda es el lujo que se dan los intelectuales.
Sin ese reaseguro el hombre común sentiría que la tierra tiembla debajo de sus zapatos. Si todo diera igual, si pensar que la vida debe ser decidida por cada uno fuera un pensamiento que tuviera el mismo peso que aquel que sostiene que la vida debe ser planificada por un burócrata, porque, después de todo, todo es relativo y todo da lo mismo, la sociedad no tendría ningún ancla, ningún punto de apoyo sólido para asentarse y crecer.
La distinción entre la relatividad de la verdad y la libertad de expresión debería ser algo mucho más debatido en la sociedad.
La tentación de creer que todas las opiniones son válidas, o que todas son iguales o que todas tienen el mismo peso porque en eso consiste, justamente, la libertad, puede entregarnos una visión distorsionada del sistema que quisieron legarnos los constituyentes de 1853.
En un sistema libre no vale -no debería valer- todo lo mismo.
El llamado “liberalismo político” (que en realidad no existe porque el liberalismo es uno solo, es una concepción omnicomprensiva de la sociedad) no consiste en sostener que todas las ideas son igualitariamente idénticas en el altar de la democracia.
Lo contrario nos conduciría admitir que es democrático incentivar ideas que socaven la democracia.
Lo que sí admito es que esos “límites” no pueden estar escritos: no pueden tener el “formato” de la ley; no deben ser la obra del legislador. Deben latir en el subconsciente del pueblo, deben vivir en el corazón no escrito de la gente, deben guardarse en esos pliegues íntimos que reaccionan como las garras de un gato cuando alguien los ataca.
Si un país necesitara que esas limitaciones bajen a la letra de la ley, ese país ya está en problemas.
Los límites rocosos que encuentren los que quieran atacar la vida libre deber ser el fruto de una reacción inconsciente que solo te la puede dar, justamente, la certidumbre que te brindan unos pocos pero sólidos principios que nadie discute.
Si por “pasarte de liberal” permitís que esos pilotes fundantes también estén sujetos a la flojera de lo relativo, el acecho a la libertad nunca acabará. Y lo que es peor es que hay muchas probabilidades de que tenga éxito.
Uno de sus escritos más brillantes, Carlos. Soy lector de La Nación, cuyos editoriales son casi siempre compatibles con sus ideas y las mías, pero la mayoría de sus columnistas son cada vez más ilegibles. JFD destila rencor a Milei y no puede disimularlo. Otros parecen operadores políticos y no periodistas.
Hoy no hago una referencia Politica
Sino de football llegue a la conclusion
Final al menos para mi q hay q jugar
Bien en las 2 area ofensiva y defensiva
Las 2 muy bien para tener resultados
Positivos. Si el equipo va goleando hacer
Toque en el medio para guardar fisico es
Buena alternativa saludos Dr