El ultrakirchnerismo está decidido a todo. Jugado por jugado, descubierto de mil maneras como el responsable del robo más extraordinario que un conjunto de delincuentes vestidos de gobernantes le hicieron al país de modo sistemático durante doce años, ha resuelto quemar las naves para intentar hacer tambalear al presidente.
Para ello ha puesto en movimiento varios de sus clásicos mecanismos generadores de inestabilidad que en otra oportunidades ya le han dado resultado a su embrión madre, el peronismo.
El ex intendente Fernando Espinoza de La Matanza ya debería estar procesado por atentar contra la democracia en el marco de la ley que fue dictada hace ya muchos años, justamente, para protegerla. En las últimas horas ha vuelto sobre su cantinela golpista y violenta predicando en favor de acciones violentas en el conurbano.
No hace mucho había dicho que si esa porción del área metropolitana salía a la calle, caía Macri. Ahora ha sugerido que si en unos días el presidente no da marcha atrás con sus políticas había que empezar a organizar saqueos y tomas de supermercados. ¿Cómo puede ser que ningún fiscal haya aún decidido actuar contra este señor?, ¿cómo puede impunemente convocar a la rebelión y al caos sin que le pase nada?
Por otra parte no se entiende cuál es la parte de las “políticas del presidente” que Espinoza exige que se revean ¿Será el plan para pagarles a los jubilados lo que les corresponde?, ¿serán las medidas adoptadas para extender las asignaciones universales?, ¿será el proyecto para devolverle al conurbano bonaerense el fondo de reparación? ¿O será la incipiente organización de una estructura jurídica del Estado que impida, de ahora en adelante, que inescrupulosos como Espinoza o los Kirchner le roben al pueblo cientos de miles de millones de pesos?
No hay dudas que la explicación para la impunidad oral de Espinoza debe buscarse seguramente en el capítulo judicial del “plan bomba” armado por el kirchnerato. Justicia Legítima –que está trabajando a destajo para complicar el costado económico del presidente por la vía de voltearle los ajustes tarifarios- también actúa (en este caso por omisión) para que ningún fiscal accione sobre los exabruptos de Espinoza.
A su vez algo que parecía que no iba a suponer inconvenientes legislativos para Macri –la confirmación como jueces de la Corte de los doctores Rosatti y Rozenkratz- va camino de complicarse porque el camporismo del Senado ha resuelto romper con la estrategia de acuerdos entre el senador Pichetto y el gobierno.
En efecto, la idea es evitar el voto de las dos terceras partes del cuerpo (necesarios para la confirmación de los jueces) presentando un proyecto alternativo para llevar el número de jueces de la Corte a trece. Se trata de una orden que tiene su origen en Calafate, donde habita la autora del proyecto para reducir el número de miembros del más alto tribunal de nueve a cinco en forma definitiva. Ahora que los vientos soplan en otra dirección la patrona del mal vuelve sobre sus pasos y ordena a su tropa bombardear la idea que ella misma impulsó.
En el fondo de la maniobra lo que existe es un intento por quebrar el bloque de Pichetto para que éste deje de tener representatividad frente al presidente en su carácter de aglutinador de las preferencias de los gobernadores.
El gobierno debería tomar nota de la seriedad de estas bravuconadas. Es cierto que durante una década los argentinos nos vimos sometidos a un sistema en donde se nos impartían por televisión lecciones prácticamente sobre todos los aspectos del conocimiento humano. Y que como consecuencia de ello –y un poco siguiendo el principio físico de que a toda acción sigue una reacción- el gobierno decidió tener un perfil muy bajo en cuanto a las apariciones personales del presidente frente a las cámaras.
Pero sería bueno volver a reflexionar sobre el punto y plantearse la duda de si no sería oportuno que Macri saliera a decir lo que sabe sobre los intentos desestabilizadores del kirchnerismo.
Arthur Chamberlain, primer ministro inglés en la previa a la segunda guerra mundial, desestimo durante años lo que se estaba preparando en Alemania. Tuvo decenas de oportunidades para intentar una política diferente frente al nazismo. Pero no hizo nada, asegurando que Hitler no era un personaje peligroso. Todos sabemos lo que ocurrió después.
Salvando las diferencias, el gobierno no debería subestimar a fanáticos que no se resignaron aun a no reinar sobre un páramos de pobreza, a ser los únicos dueños de la riqueza y de los privilegios: eran muchos los beneficios (y los bendecidos por ellos) como para aceptar fácilmente que no solo ya no los tienen sino que van a tener que rendir cuentan por el latrocinio que protagonizaron. Es muy posible que aun con las puntas de los ribetes judiciales que empezamos a conocer esas sean solo eso: puntas. Es muy posible que si esto llegara a conocerse a fondo y en toda su magnitud el nivel de asombro probablemente no lo podamos imaginar ahora.
Cualquier camino es barato antes de llegar a eso: saqueos, caos, violencia, parálisis en el Congreso y -eventualmente- derrocar al presidente.
Frente a esto el gobierno puede adoptar las políticas de Chamberlain o aprender esa lección ajena y actuar. Actuar es hablarle a la gente con lo que sabe y también con lo que intuye. Esa tampoco es una fórmula que garantice el éxito completo pero al menos, en el futuro, la Historia no podrá achacarle lo que hoy, con toda justicia, todo el mundo civilizado le recuerda al inglés que tuvo en sus manos cambiar el curso de los hechos y no se atrevió.