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Las vacunas en la ciudad y Jeff Bezos

Dos cuestiones aparentemente laterales, sucedidas ayer, sirven para sacar enormes conclusiones sobre a lo que hemos llegado en la Argentina y sobre el desenmascaramiento de una mentira atroz que tiene a varios países, entre ellos el nuestro, corriendo detrás de espejitos de colores.

La primera tiene que ver con algo que dio a conocer la Ciudad de Buenos Aires respecto de la vacunación.

El gobierno de Horacio Rodríguez Larreta informó que, desde ahora, en entre los datos que lleguen cuando se recibe el turno de vacunación se encontrará la marca de la vacuna que se está dando en cada puesto, con lo que cada uno podrá elegir el lugar según sea la vacuna que quiera darse.

Parece una estupidez, pero la movida originó todo tipo de comentario justificadamente laudatorio en tanto es la primera vez que un ciudadano puede disponer de su voluntad para decidir con cuál inmunizante quiere inocularse.

El entendible asombro frente a esta novedad da cuenta de hasta qué punto los argentinos hemos perdido toda libertad de elección. De modo paulatino, suave y natural hemos metabolizado la idea de que nuestras únicas opciones son cumplir con la obligatoriedad de lo que dispone el Estado o aceptar las prohibiciones que él también determina. Ese es todo nuestro rango de libertad; es todo nuestro campo de acción voluntario.

Y, en el fondo, si bien se mira no hay ninguna “libre voluntad” en ese ejercicio toda vez que se trata, manu militari, de cumplir obligaciones o aceptar prohibiciones: el libre albedrío de poner en juego nuestra capacidad de decisión y de optar por algo diferente no entra nunca en juego.

Cuando aunque sea de modo acotado (porque tampoco es que en cada puesto hay cuatro marcas de vacunas entre las que podríamos elegir) tenemos la posibilidad de decir “quiero darme esta marca, entonces me voy a vacunar en tal lugar” parece que se ha producido delante nuestro una revolución fundamental.

Y es que de hecho es así. Frente a la prisión en la que viven los argentinos que, de repente, podamos elegir el lugar de vacunación según sea la marca de vacuna que nos queremos dar, se trata, efectivamente, de un hecho extraordinario.

Cuando cuestiones tan chiquitas como esas se convierten para un país en hechos extraordinarios se puede colegir lo bajo que se ha caído en materia de libertades y de elecciones personales. Nuestras mentes se han acostumbrado a procesar una estructura de vida regimentada en donde la mágica palabra “elegir” no forma parte de nuestra cotidianeidad.

Bienvenida entonces la iniciativa de la ciudad de Buenos Aires, pero al mismo tiempo, tomemos conciencia, por favor, sobre cómo estamos viviendo en esa prisión llamada Argentina.

El otro suceso ocurrió en Texas, EEUU. Allí Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, en el día del aniversario número 52 de la llegada del hombre a la Luna, cumplió su sueño de realizar el primer viaje turístico al espacio de su empresa “Blue Origin”. Todo era júbilo y festejos en ese lugar, la tierra de las oportunidades, de los sueños, de las aspiraciones y, en consecuencia, de la libertad. En efecto, no hay libertad donde no es posible soñar con algo grande, y donde las condiciones de esa tierra no brinden las posibilidades -potenciales al menos- de convertir ese sueño en realidad.

Bezos es, efectivamente, el hombre más rico del mundo. Fue fundador y ejecutivo principal durante varios años de la compañía Amazon. Su vida es el resumen del emprendimiento.

Pero ese impulso, ese afán por desplegar sus sueños y avanzar en su realización arrastró a miles a una vida mejor. Ahora se propuso crear una compañía de turismo espacial. Tiene ventas ya concretadas por más de 100 millones de dólares. Ayer, algunos de sus pasajeros pagaron 18 millones por el viaje de poco más de once minutos por fuera de la estratosfera.

Algunos podrán catalogarlo como la extravagancia de la obscenidad capitalista. Sin embargo ese espíritu soñador para poner en marcha la viabilidad del sueño llevó a una mejor vida a cientos de miles de personas involucradas en su proyecto, desde los ingenieros que diseñaron las computadoras hasta los simples empleados de las plantas que producen los cierres de velcro para sus trajes. 

Todos ellos, gracias a aquel motor emprendedor que opera en una tierra que le permite intentar ir por sus sueños, tienen una vida confortable, con buenos salarios, buenas casas, buenos colegios para sus hijos, buenos autos… Todos ellos disfrutan del crédito que abunda en la sociedad porque la actividad económica fluye y lo genera. Es más, todos ellos, desde el ingeniero de las computadoras hasta el empleado de la planta Velcro, es muy posible que tengan un goce visual de placeres parecidos a los del propio Bezos.

Por la abundancia del crédito, el empleado de Velcro, es posible que pueda sacar de una concesionaria, por U$S 200 al mes, el mismo BMW que maneja el CEO de Blue Origin. Si un extraterrestre llegara a la Tierra, es muy posible que viera a Bezos tomar sus vacaciones en la misma isla hawaiana que el empleado de Velcro.

Estos ejemplos simples -pero muy reales todos- demuestran cómo es finalmente la libertad capitalista la que entrega una “igualdad” posible frente a la utopía socialista que sólo entrega una cárcel igualitariamente miserable.

El denominador común de las dos historias que compusieron el comentario de hoy es, como se habrán dado cuenta ya, la libertad de elegir la vida que cada uno quiere emprender, la alternativa que quiere tomar, la opción por la que se inclina. Sin el brillo resplandeciente de la libertad de elegir solo impera la oscuridad de la pobreza y las miserias de la escasez. 

Por Carlos Mira

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One thought on “Las vacunas en la ciudad y Jeff Bezos

  1. Guillermo

    Excelente analisis que comparto plenamente. Y diría mas aún, ese impulso creativo en un ambiente de libertad, es lo que le falta a China. Y es por esto que su desarrollo va a tener un limite, limite que EEUU va a superar ampliamente.

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