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Las convenciones en Estados Unidos

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La Convención Republicana terminó ayer en Cleveland, Ohio, en medio de claras divisiones del partido y con la consagración de un Donald Trump que, más que identificar los problemas y plantear soluciones, mostró su costado de agitador de pasiones encendidas.

La Convención tuvo momentos de alta tensión como cuando Ted Cruz el rival del magnate en las primarias subió al escenario y completó un discurso de 15 minutos sin siquiera mencionar a Trump y sin darle su apoyo. El tejano habló de la libertad y llamó a votar “a conciencia” por ella, pero sin decir que Trump era la mejor opción resguardarla.

La delegación de New York encabezó un largo abucheo, al grito de “we want Trump” pero Cruz echó mano de su mejor sonrisa y dijo: “me encanta el entusiasmo de la delegación de New York”, mientras seguía en su tesitura de reivindicar su propia línea de las internas.

En general los discursos tuvieron una carga de agresión muy importante para con Hillary Clinton a la que se culpó –junto al presidente Obama- de pretender cambiar la filosofía de los Estados Unidos, ese corazón de valores que los ha hecho distintos al resto del mundo por generaciones.

El partido republicano, pese a sus diferencias con Trump, está bastante unido en eso: en la idea de que los últimos presidentes demócratas y en general la “jerarquía” de ese partido se ha entregado a formas más o menos compatibles con el socialismo lo que ellos consideran inadmisible como modelo social para los Estados Unidos.

En ese sentido Cruz centro su mensaje, como decíamos, en el valor de la libertad y en los valores que distinguieron a la sociedad americana del progreso individual y de la premiación del éxito y las oportunidades. Negó que la sensiblería demócrata represente la fibra más íntima del país y aseguró que Obama profundizó una línea de “mundialización” de los Estados Unidos que no es para nada saludable para el país.

Los Estados Unidos, para el pensamiento republicano, deben mantenerse como isla distinta del resto de las tendencias sociales al corporativismo, el populismo, el autoritarismo y la elevación del Estado a un pedestal desde el cual pretenda dirigirse la vida de las personas.

Ese es el ideario que ven en el Partido Demócrata: un desiderátum en donde todo se decida desde Washington. Ellos quieren devolver poder a las municipalidades, a los estados y a las personas individuales. En eso están unidos.

Pero las circunstancias filtraron en la lucha por la presidencia a un personaje que ha extremado su discurso haciéndolo parecer muchas veces a una línea xenófoba, aislacionista y anti libertaria.

Las expresiones de Trump sobre los inmigrantes ponen en serio peligro su ascendencia sobre el voto latino que hoy es muy importante en Estados Unidos y que de algún modo es la representación real de aquel modelo de “tierra de oportunidades” que los republicanos defienden como imagen permanente de los Estados Unidos.

Se trata de una especie de rebelión contra los ideales que la propia Estatua de la Libertad tiene escritos en su pedestal (¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres; vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad. Dadme el desamparado desecho de vuestras rebosantes playas Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades a mí ¡Dejarlos venir a mí porque yo elevo para ellos mi faro detrás de una puerta dorada!”).

No hay dudas que el partido deberá resolver este intríngulis que le ha planteado la aparición de un hombre que al menos ha dejado trascender la imagen de que viene a cerrar esa puerta dorada, y que se propone aislar al país detrás de barreras tarifarias que son la contradicción misma de la libertad comercial.

Es cierto que estos no son los tiempos en que la gran dama de la Bahía de New York gritaba sus ideales al viento, pero para que los Estados Unidos mantengan lo que los republicanos quieren no podrían abandonar su invitación a que una enorme fragua funda un crisol único de pujanza, inventiva, creatividad, desafío, bravura y libertad; crisol que ha servido para hacer nacer un verdadero “hombre nuevo”, paradójicamente el estandarte ideológico del socialismo de cartón.

Los Estados Unidos están en un momento crucial. No solo para ellos, sino para el mundo. Se corre el riesgo que el partido que mejor ha entendido el carácter único que ese país tiene en el mundo, sea fagocitado por un conjunto marketinero y oportunista de frases hechas y de planes esotéricos.

Quizás sea esta también una oportunidad para los Demócratas (que tienen su convención en Filadelfia la semana que viene) para abandonar el verso mundial del socialismo y volver a las raíces americanas que han distinguido a ese país de los marasmos inútiles en los que el resto del mundo ha caído más veces de las convenientes. No es necesario que el partido de los Kennedy abandone el cuidado de la igualdad para volver a identificarse con las raíces profundas de la Constitución. No es haciéndole creer a los americanos que son débiles y que sin la ayuda de Washington morirían como mejor van a resolver los problemas del país. Es, al contrario, contagiando bravura, fe y confianza en las capacidades individuales de las personas.

El mundo y la Argentina en particular podrían darles a los Demócratas unas lecciones rápidas de los dramas que se desprenden de esos delirios. Ojalá que no lo necesiten.

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