Como siempre, el kirchnerismo te vende gato por liebre. De la mano del audaz Sergio Massa salió a vender una reforma a la ley de impuesto a las ganancias según la cual un número importante de trabajadores en relación de dependencia se vería teóricamente beneficiado con una baja en su tributación por ingresos.
Inmediatamente los voceros del gobierno remarcaron el supuesto “sacrificio” fiscal de 48 mil millones de pesos, como si realmente esos fondos fueran producidos por la actividad de algún ente público que, bajándose de su pedestal de eficiencia, decidiera tener una graciosa concesión con sus esclavos para liberarlos de parte de su carga.
La primera aclaración que habría que subrayarle a esa manga de mentirosos es que esos recursos son generados siempre por el sector privado y que jamás un ente público produce un solo gramo de riqueza.
De modo que frases como “sacrificio fiscal” o “costo fiscal” son inventos semánticos de un conjunto de inútiles que se ha especializado en el arte de hacerle creer a la gente que se desviven por ellos, cuando en realidad ocurre todo lo contrario: no son más que garrapatas que viven de la sangre ajena.
En ningún caso hay tal cosa como un “sacrificio” o un “costo”. La casta no hace ningún sacrificio y la nomenklatura no se baja de ninguna posición de privilegio.
Es más, si fuera como lo cuentan, la ocasión sería una extraordinaria oportunidad para compensar los 48 mil millones de pesos con una baja simétrica del gasto público, con lo que sí la sociedad recibiría la mejora sin que ésta impacte por otro lado en sus apaleados miembros: en ese caso el pseudo “equilibrio” se conseguiría por la vía de cortar los privilegios que usufructúan quienes se sientan en los sillones del Estado, cediendo asesores, gastos faraónicos, erogaciones inconcebibles y otras desviaciones de dinero público incompatibles con la situación de un país como la Argentina.
Pero no. Los genios de la demagogia, sin bajarse del púlpito sagrado del gasto público, han decidido compensar los 48 mil millones de pesos con un gigantesco impuestazo a las pymes que pasarán a pagar más impuestos que antes.
En efecto, la nueva reforma dispone que cualquier empresa que gane $2.600.000 al año pasará su alícuota del 30 al 35% y si supera esos límites la exacción puede superar el 40%. Así, 2.6 millones de pesos dividido los 12 meses del año es igual a poco más de $216000 por mes, lo cual, dividido por la cotización del dólar oficial del Banco Nación, es igual a U$S 2220 por mes.
En la Argentina de los Kirchner y del comunista Heller, una empresa que gane 2200 dólares por mes va a pagar 35% de impuesto a las ganancias y si gana más, 40%. Pero los bolsillos de la casta que integran los Kirchner y los Heller no se tocan.
Pero la cuestión no termina allí. El límite de $150000 de ingreso para estar alcanzado por el supuesto beneficio, será superado en la siguiente paritaria, con lo cual los trabajadores que quedan “beneficiados” hoy, estarán sujetos a las mismas deducciones el año que viene. Demagogia electoral pura.
Pero estas disquisiciones cuantitativas de la ley -con todo lo traicioneras que son- no son su peor costado. Como siempre lo peor es el metamensaje que la reforma conlleva. Y ese contenido subliminal tiene que ver con la concepción de país y con la visión del mundo que esconde esta legislación.
En la Argentina se vuelve a perseguir al ciudadano individual, productivo, independiente, que da trabajo, que genera riqueza marginal y que agrega valor a la cadena productiva. Ese es el personaje pisoteado y el que paga todas las cuentas de las garrapatas y de los parásitos.
La ley nada habla de los empresarios, de los autónomos, de los monotributistas. Esas personas que se abren paso en la vida solos, saltando obstáculos, esquivando guadañazos, que le presentan batalla a los palos en la rueda, que desafían la envidia y el resentimiento, esos personajes están dejados de la mano de Dios. Al contrario, son los esclavos que pagan la fiesta.
Esta ley modifica el status de los trabajadores en relación de dependencia, no de los independientes: los independientes están expresamente excluidos. Ser independiente en la Argentina es un pecado, está mal visto. Y si se es un independiente exitoso, mucho peor.
Impuestos como éste o como el llamado aporte solidario (impuesto a la riqueza) son, además de inconstitucionales, murallas contra el progreso. Progresar no conviene en la Argentina porque todo el espíritu y la letra de la legislación demuestra que si progresas te castigan: vas a estar peor que antes de progresar.
Ser “grande” en la Argentina es un pecado; aspirar a más está mal visto. Los ojos de la envidia se posan sobre el que avanza. Esos ojos tocan los timbres de los demagogos y éstos accionan los resortes de la ley para bajar del pedestal a los que tienen éxito.
Por eso el país fracasa. Con esta nueva disposición de ganancias habrá menos pymes dispuestas a emplear gente, porque habrá menos pymes a las que les interese crecer. Agotadas las fuentes de trabajo, no habrá trabajo y los trabajadores en relación de dependencia -esa especie de tótem del populismo- no pagarán impuesto a las ganancias, no porque no tengan “ganancias”, sino porque no tendrán ingresos.
La gran estupidez de la envidia, en una vuelta de campana inexorable, terminará pegando, como gigantesco bumerán, en el medio de la cabeza de los envidiosos. Mientras tanto desde la cúpula de sus altas torres la nomenklatura verá cómo se extiende la masa de su clientela pobre y miserable.