La Argentina económica se ha colocado en una situación llena de contradicciones. El gobierno de Mauricio Macri se presentó como aquel que venía a reponer el orden perdido de las cosas, que iba a producir un “ajuste” de las variables completamente echadas a perder durante el kirchnerismo.
Gran parte de ese desquicio había confluido en un enorme déficit fiscal que llegaba a casi 8 puntos del producto y que era imperioso atacar de algún modo.
A ese resultado se había llegado como consecuencia de una dispendiosidad sin precedentes en el manejo del gasto, que incluía, claro está, los dineros robados al pueblo como consecuencia de la corrupción.
La etiqueta prejuiciosa también había colaborado, junto con la chicana política y el repiqueteo de los eslóganes, a ubicar a Macri como el representante del gobierno de los ricos que llegaba para destruir todos los planes sociales, las ayudas y los subsidios, bendiciones populares que iban a morir incineradas en el altar del ajuste.
La situación hoy es, sin embargo, muy diferente. La quita de los subsidios a los servicios vinculados a la energía va camino de una formidable regresión. En efecto, vía judicial jurisdicciones enteras de la Argentina has quedado exceptuadas de los incrementos o sometidas a regímenes especiales mucho más benignos. Eso con independencia de la ampliación de la base de excluidos por razones sociales especiales.
Por el lado del gasto, aquella monstruosa cara de Macri, a quien se lo caricaturizaba prácticamente como fusilando a pobres, ha sido cambiada por otra en la que el presidente aparece anunciando un programa para regularizar la situación de los jubilados a quienes se les ha asegurado que ahora van a cobrar lo que les corresponde y que, aquellos que hicieron juicios reclamando por haberes discordantes, cobrarán las diferencias con retroactividad.
En la misma medida se han dado pasos hacia la universalización real de la AUH y se creará una PUV (Pensión Universal por Vejez) para todos los que alcancen la edad de 65 años y que no tengan otro ingreso previsional.
La apuesta del gobierno parece haber virado del ajuste de las cuentas al financiamiento por toma de deuda, mientras espera ingresos legítimos por inversiones que aumenten el producto y eso haga disminuir la proporción de déficit sobre el PBI.
En el caso de los jubilados, por ejemplo, la apuesta se halla calzada con el proyecto de blanqueo de capitales que la administración ha lanzado con el argumento de que el 1 de enero de 2017 entra en vigor el convenio mundial de intercambio de información financiera.
La cuestión es que esos fondos –que el gobierno estima entre 20 mil y 30 mil millones de dólares- ingresarán una sola vez al país, mientras que las obligaciones contraídas con los jubilados pasarán a formar parte del presupuesto público todos los años: si la especulación gubernamental sobre la puesta en marcha de un círculo productivo virtuoso que genere de verdad excedentes reales, nadie sabe cómo se afrontarán ene le futuro aquellas obligaciones.
Otro costado es el fiscal. La estructura impositiva argentina no resiste el menor análisis. Si un imaginario profesor de economía quisiera mostrar a sus alumnos un ejemplo práctico de un país en donde no están dadas las condiciones impositivas para invertir, debería pagar un vuelo desde donde sea a todos los alumnos para que vinieran a la Argentina.
Con esta presión impositiva es imposible pensar en crecer. El ministro Prat Gay ha dicho que el gobierno comparte la idea de la baja de los impuestos pero que eso se hará una vez que empecemos a crecer. Quienes tienen otra visión lo cruzan diciendo que la ecuación es inversa: precisamente para crecer es necesario bajar los impuestos.
Ese es otro camino paradójico para el presidente. Su idea de “normalidad” económica no podrá alcanzarse con políticas sociales tan ambiciosas y reducciones de impuestos compatibles con el crecimiento. A su vez sin crecimiento real, las políticas sociales serán insostenibles en el mediano plazo.
Otro problema de esta trama de contradicciones es la inflación. Con las últimas cifras conocidas el crecimiento interanual de los precios alcanzó la cifra del 42%. Se trata de un número imposible; no puede hacerse nada en materia económica mientras esa fiebre no baje. Está claro que toda esa grasa –para usar un término que le generó (por otros motivos) algunos dolores de cabeza al ministro de hacienda- es responsabilidad del gobierno de Fernández, pero a los números prácticos, eso les importa poco: el 42 existe y es real; hay que encontrar alguna manera de bajarlo porque con ese nivel de inflación nada funciona.
EL BCRA contrajo la oferta monetaria 30% desde que Sturzenegger llegó a la presidencia y elevó la tasa de interés al 38%, lo cual también va en contra de las actividades productivas. La ampliación del gasto tampoco contribuye a que esa tasa baje.
Sturzenegger está conversando con técnicos de la Fundación Metas del Siglo XXI que preside Guillermo Laura para poner en práctica lo que Chile hizo ya hace más de 25 años y que consiste en crear una moneda nueva, tan real como el peso, pero sin materizalización en billetes que solo sirva como unidad de cuenta en los bancos y como signo monetario para las inversiones. Se trataría de una “convertibilidad” contra una moneda local estable que permita encontrar una unidad de valor no corroída por la inflación.
Como se ve la situación es parecida a aquella que enfrentan los astronautas con su joystick de conducción al iniciar su regreso a la Tierra: la entrada en la atmósfera debe hacerse por un estrecho corredor. Una milésima de milímetro del joystick hacia un lado hará que la nave entre en una fricción con la atmósfera que provocará un incendio terminal. Una milésima de milímetro del joystick hacia el otro lado y la atmósfera se transformaría en una especie de cama elástica que haría rebotar a la nave contra ella, enviándola, sin rumbo, nuevamente hacia el espacio.
Por supuesto que al lado de todo eso aparecen los tiburones políticos que huelen sangre y enseguida se arremolinan preparando sus mandíbulas. Ojalá que la técnica económica entregue diagonales de síntesis a todos los que desesperadamente estarán buscándolas por estas horas.