Lo que hemos escrito aquí durante años está saliendo a la luz como los hongos después de una intensa lluvia en el campo: el fascismo está desesperado por regresar al poder y no descarta ninguna opción con tal de conseguir su objetivo.
Si para lograr esa meta debe hundir a los argentinos en la miseria lo hará. Nunca le interesaron los argentinos; solo le interesa el poder para enriquecerse.
El fascismo en la Argentina lleva el nombre temporal del kirchnerismo, de Cristina Fernández, de La Cámpora, del marxista Kicillof (obviamente un fascista), del grupo de choque “intelectual” que responde a Laclau y a Chantal Mouffe. Ese grupo, al mando de los Kirchner, ha dispuesto dinamitar todo lo que queda en pie para terminar con la utopía de un gobierno no-peronista terminando su mandato de acuerdo a la Constitución.
La demostración del 24A terminó de encender esa furia. Ver por televisión a cientos de miles de argentinos en todo el país parándoseles de manos para decirles que no la tienen ganada aun, los embarcó en una furia clasista y resentida que venían ocultando con gran esfuerzo, pero que ese día les salió por todos los poros de su totalitaria piel. La calle es de ellos. ¿Cómo podía ser que estos garcas -como los llamó Grabois en un vómito de sinceridad brutal- nos copen la parada?
La orden emanada desde Cuba fue la de terminar con la impostura de la moderación dialoguista. “Nosotros no somos eso”. Alberto Fernández debía dar una señal clara de que lo que se busca es hacerlo hocicar a Macri, que entregue su sangre en la plaza pública, rendido a los pies de las hordas colectivistas.
Siguiendo las directivas de La Habana como si fuera un cordero, Alberto Fernandez filtró a través del sicario periodístico Gustavo Sylvestre, la idea de que el FMI había hablado de “vacío de poder” y de que convendría “un adelantamiento de las elecciones” para que Fernández asuma la presidencia.
El propio Fondo desmintió eso el mismo viernes en un increíble comunicado oficial a minutos de la medianoche. Debe ser la primera vez que dicha institución se ve involucrada en una indiada semejante.
En medio de todo se encuentran los argentinos, los mismos argentinos por los que la mal nacida jefa de la banda dice desvivirse. No hay palabras en el idioma castellano para calificarla. La Real Academia debería inventarla.
Un fallo de la Cámara Federal también hizo lo suyo: el tribunal no hizo lugar a ninguno de los 51 recursos de nulidad presentados por Fernández de Kirchner y sus secuaces en el juicio de adjudicación de obra pública de Vialidad Nacional. La jefa explotó. “Los voy a destruir” habrá gritado como una imaginaria Cruela Devil frente al espejo de su rencor en el trópico comunista.
Ordenó a las filas del Instituto Patria organizar una ofensiva final contra los que marcharon el 24 y contra los jueces que aún no se someten a la bota de su poder: “quemen todo, háganlos vomitar sangre”.
En estas columnas anticipamos todo esto. Lo venimos diciendo desde hace rato. Nos referimos a ello como “la Máscara de Alberto”, “¿Es Alberto Fernández Venezuela?”, “Unidades de Medida”, “Por el fascismo o contra él”, “Fernández, el amoral”, “Siembra y Cosecha” y decenas de columnas más que se han escrito aquí pronosticando lo que está ocurriendo hoy. No hay en ello ningún mérito como no sea el haber descripto sin pelos en la lengua lo que significa el aquelarre kirchnerista.
Resta saber si Alberto Fernández es lo mismo que éste estiercol o no. Por ahora va demostrando que sí. No sabemos si es porque su naturaleza innata está hecha del mismo excremento, si es por conveniencia o si es porque creía que desde adentro iba a poder dominar al monstruo del totalitarismo. Pero lo que importa son los hechos. Y los hechos dicen que viene prefiriendo seguir las órdenes de La Habana (aun cuando eso signifique el incendio de millones de argentinos) a pararse de manos frente a una jefa desquiciada.
Ahora algunos han dejado trascender la idea de que el ex jefe de gabinete y Sergio Massa se han reunido para pensar alguna estrategia que domine el submundo del lumpenaje y de la locura golpista. Tarde. Tarde para dos impresentables que sea por los motivos que fuese, prestaron sus personas para que una banda de delincuentes vuelva a acercarse al poder.
¡Y pensar que el presidente Macri debió salir a pedir disculpas por lo que había dicho el lunes 12 de agosto en una conferencia de prensa! ¡Salió a pedir disculpas, como también lo dijimos aquí en ese momento, por decir la verdad: que todos los indicadores económicos habían sucumbido porque había ganado el kirchnerismo!
Esa verdad de Perogrullo es lo que está repitiéndose hoy de modo recargado: la reacción de quienes intentan proteger su propiedad frente a confiscadores seriales.
Los argentinos (o una mayoría electoral decisiva de ellos) no tiene la menor idea de lo que se está jugando aquí. Creen que el país puede manejarse a sablazos de furia, venganza y rencor y que de ese coctel explosivo saldrá algo que les convenga. Pobres: no tienen ni la más mínima idea de lo que la delincuencia tiene planeado para ellos. Quizás merezcan lo que les espera por ser tan inocentes, tan pusilánimes, tan resentidos, tan clasistas y tan creyentes de la idea de que es posible retirar de la hoya más de lo que se pone.
¡Despierten muchachos! Son apenas carne de cañón. No valen nada para los que los adulan. Para ellos son solo una masa de estúpidos.
La única pregunta que queda sin responder es si es justo para el resto de los argentinos, para aquellos que trabajan, para los que pagan la fiesta de los lúmpenes con sus impuestos, para los que serán los confiscados de mañana; si es justo, que esta ameba fluida de delincuentes ocupe cada rincón de la Argentina y se proponga robarlos sin que nadie los defienda.
La respuesta es no: no es justo. Para ellos solo quedará la resistencia libertaria o el destierro.