Si aún había espacio para desentrañar más profundamente la pasta de la que están hechos algunos de los dirigentes que nos gobiernan, el coronavirus nos ha dado la oportunidad para hacerlo.
El gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, aparece regocijado viendo cómo, según él, un vacilo “microscópico” vino a poner “al capitalismo patas para arriba”.
Su descripción además de estar tan fuera de foco respecto de lo que está pasando en el mundo, de cómo el mundo civilizado va a enfrentar el futuro y de los realmente significa el capitalismo, permite ver una personalidad baja, rastrera, resentida que parecería estar agazapada detrás de un árbol esperando a ver que calamidad podía terminar con un adversario al que jamás ha podido vencer y mucho menos comprender.
Su ponzoña ignorante y envidiosa, propia del fascismo que profesa, parece alegrase al ver como el virus produce muerte en las sociedades que profesan el estilo de vida que él disfruta pero que le niega a sus seguidores.
El golpe que este enano mental se dará contra el piso cuando vea a esos países florecer nuevamente, levantándose una vez más de lo que son los desafíos de la vida, mientras su fascismo se hunde en la miseria, será sublime. Quisiera estar en primera fila para disfrutarlo, para ver cómo el líquido verde que le circula por la tráquea se le queda atravesado en la garganta.
No se quedó atrás el pusilánime y mediocre de Fernández que endosó el razonamiento del gobernador acerca del “bichito microscópico” y que utilizó también para entrarle al individualismo emprendedor, creativo, según él “acumulador” de riquezas y especulativo.
Que sepa Fernández -que, entre paréntesis, usufrutúa un iPhone 11 Pro, la quintaescencia creativa de un emprendedor individualista como Steve Jobs- que hasta el calzoncillo que lleva puesto es obra de la creatividad individual y de procesos de acumulación de capital que, entre otras cosas, permiten -mediante el pago de impuestos- que una casta de inútiles como él se dediquen a la política, sin que sepan lo que es haber corrido una sola vez a un banco para cubrir un cheque. Esta pandemia está mostrando las miserias más bajas de los populistas resentidos y envidiosos.
El presidente, en otro arranque de cinismo, dijo que no consideraba oportuno bajarse el sueldo porque eso sería un acto de demagogia. ¡Mirá vos! ¡Justo ahora y por este motivo se acuerda de la demagogia!
Cuando habla de Moyano como dirigente gremial ejemplar, cuando tilda de miserable a Paolo Rocca, cuando echa mano del populismo más rapaz, no: allí no hay demagogia. Ahora cuando le tocan el culo del ingreso, decir que lo reducirá, es demagógico. ¡Es increíble!
Y hablando de miserias reveladas por el coronavirus, ¿dónde está la solidaria, nacional y popular de Cristina Fernández? ¿dónde están sus obras de bien?, ¿a qué sociedad benéfica está donando su ingreso que encima percibe con el traste apoltronado en El Calafate, adonde llegó, por supuesto, violando las normas de la cuarentena a las que estamos expuestos todos los demás?
¿Cuándo alguno supo que Cristina Fernández tuviera un acto de desprendimiento patrimonial concreto?, ¿cuándo metió la mano en el bolsillo propio, ella que siempre desarrolló esa maestría especial para meterla en el ajeno?
¡Y después esta gente habla del capitalismo, de la demagogia y de la solidaridad! Resulta francamente repugnante tener que soportar su sola presencia. Tanto la del resentido Kicillof, como del pusilánime Fernández, como de la incalificable viuda de Kirchner. Todos ellos representan lo peor de la Argentina. Expresan esa veta nacional que se identifica con el mal de los demás, con la verborragia gratis que financia el dinero ajeno y con la vocación de utilizar la función pública para el enriquecimiento personal.
Como en toda situación de crisis, la realidad parece tomar los contornos exagerados de una caricatura; como si los relieves habituales de la normalidad se agigantaran y aparecieran deformados cruelmente delante de nuestros ojos.
Esa es la oportunidad que nos está dando la pandemia. De ella saldrán indemnes los más morales, los que conserven sus instituciones y, fundamentalmente, los que cuiden las libertades individuales y los derechos civiles. Los que se revuelquen en el fascismo demagógico, resentido, bajo, berreta y lleno tanto de envidia como de pusilanimidad, quedarán rezagados. Aún más retenidos en un mundo que no aguanta tanto caradurismo, tanto robo y tanta falsedad.
Los nombres de la ignominia están entreverados en lo más alto de las decisiones argentinas. Eso no nos depara el mejor de los escenarios futuros. De la mano de enanos mentales, de personajes mediocres y de diseñadores del mal solo podrán obtenerse fracasos y miseria.
Ojalá “el bichito microscópico” nos abra la vista frente a los especuladores de cuarta, que no juegan sus cartas en el mundo del desarrollo sino que especulan con el hambre y las ilusiones de la gente que, increíblemente, aun les cree.