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Intentemos ir al fondo de por qué nos va mal

En inglés -especialmente en EEUU- cuando una discusión o un caso se empantana con información cruzada, sucia, plagada de nudos y de oscuridades, se toman la costumbre de usar una expresión como para proponer un “alto”, un “parar la pelota”, un “desbrozar la mugre” y separar lo central de lo accesorio… Ellos dicen: “let’s go to the bottom of this”: “vayamos al fondo de esto”, “dejémonos de dar vueltas alrededor de la cizaña y la paja del trigo y lleguemos a la espiga de una vez…”

Muy bien. “Vayamos al fondo de esto”.

Primero definamos “esto”. “Esto” es la Argentina, ni más ni menos que la Argentina, nuestro país, el país de todos nosotros.

Vayamos al fondo de la Argentina. Vayamos al grano. Despejemos toda la mugre que no nos deja ver, justamente, el fondo, salgamos de la riverboquización de la pelea y centrémonos en la pregunta crucial: ¿por qué nos va mal?

La primera respuesta simple sería que “nos va mal porque hacemos las cosas mal”, lo cual sería, no solamente una respuesta correcta desde el punto de vista de la lógica más estricta, sino algo verificado por la experiencia empírica.

Pero resulta que ningún país del mundo está exento de hacer las cosas mal, ninguna sociedad es inmune a la idea de tomar malas decisiones. De modo que una primera comprobación sería que todos pueden hacer las cosas mal (incluso muchos pueden hacer “malas cosas”, que no es exactamente lo mismo que hacer las cosas mal).

Esa primera conclusión nos permite asumir que aun no estamos “en el fondo de esto”, porque si nos fuera mal porque hacemos mal las cosas, ese sería el caso de muchos otros países también, no solamente de nosotros. Y a los demás países comparables con la Argentina -incluso en nuestra propia region- les va mejor que a nosotros.

Entonces hay que seguir. Y seguir nos pone frente a una pregunta: ¿Qué hacemos cuando por hacer las cosas mal, nos va mal? Porque, dado que nadie está exento de hacer las cosas mal, lo que pasa a tener importancia para saber qué pasa luego y cómo se diferencian los países, es qué hacemos cuando experimentamos las consecuencias de que las cosas nos van mal.

Y aquí, de acuerdo a la verificación histórica, parece verse, quizás por primera vez, un esbozo de respuesta: los argentinos, una vez que experimentamos las consecuencias de haber hecho determinadas cosas mal, tenemos la sugestiva tendencia a repetirlas.

Parecería que la enseñanza de la experiencia fuera una materia aun pendiente para los argentinos. Aquello de tropezarse, no una, sino miles de veces con la misma piedra es algo que cíclicamente se repite de modo indefinido ad infinitum.

La primera sospecha que uno tiene cuando alcanza esta primera conclusión es que el país tiene una evidente dificultad para distinguir lo correcto de lo incorrecto y que, incluso en las últimas décadas, parece haber desarrollado una especie de vocación suicida por desafiar rebeldemente la evidencia y, a adrede, no solo hacer lo que está mal sino de experimentar una especie de “regusto” por ir en contra de lo que correspondería o de lo que le convendría y hacer exactamente lo contrario, incluso para enrostrárselo a todo el mundo como si se tratara de una especie de hazaña.

Llevemos esto a un ejemplo concreto. Ningún país está exento de la delincuencia y de la corrupción y de que la sociedad libre se vea amenazada por el accionar de los delincuentes y los corruptos. De modo que, por ejemplo en este caso, no sería del todo preciso decir que a la Argentina le va como le va porque hay mucha delincuencia o mucha corrupción, porque delincuencia y corrupción hay en todas partes.

La pregunta es ¿qué hace la Argentina con los delincuentes y con los corruptos? El delito o el acto corrupto ya se produjo, en la Argentina o en el país “X”. Muy bien, ¿qué hacen los demás y qué hace la Argentina?

En un hecho sin precedentes la Justicia logró demostrar, hace poco tiempo, el dolo directo de una expresidente en un caso de corrupción escandaloso que, en primer término, duró muchísimo más tiempo de lo que hubiera durado en cualquier otro país del globo que hubiera reunido semejante cantidad de evidencia y, en segundo lugar, una vez que la sentencia queda firme, concede a la rea el privilegio de una prisión domiciliaria desde la cual la condenada ejerce una actividad política que la sentencia expresamente prohibió y que es, a todas luces, una tomadura de pelo incluso para otros presidarios iguales que ella. Una completa irregularidad.

La Justicia está permitiendo que esta señora haga uso y abuso de su teléfono, de redes sociales y de visitas políticas que cualquier otro interno bajo las mismas circunstancias tendría prohibidas.

¿Cuál es la imagen que recibe el ciudadano a común respecto de lo que son las consecuencias de violar la ley, siendo que este espectáculo es el que ve continuamente sin más esfuerzo que encender su televisor o revisar su teléfono?

Y una pregunta más inquietante aun: ¿Qué pasa con eso entonces? Pues, nada: no pasa nada; todo sigue como si esta anormalidad fuera normal. Es como si la Argentina no tomara nota de lo que está notoriamente mal, de lo que es irregular, de lo que no es normal, y mucho menos de las consecuencias que tiene persistir en ese comportamiento.

Vayamos a otro caso práctico. Ningún país esta exento de que algún delirante proponga poner candidatos falsos en unas elecciones con la idea de confundir al elector y hacerlo votar otra cosa diferente de lo que hubiera votado si esos candidatos falsos no hubieran estado entre las alternativas.

Me estoy refiriendo, claramente, a lo que en la Argentina se ha dado en llamar “candidaturas testimoniales”. No sé si es tan obvio, pero, para beneficio del debate, digamos que este despropósito también puede darse en otros países.

Entonces, si aunque sea en teoría, es posible que las candidaturas testimoniales aparecieran como probabilidad en otro país, no es ese el hecho final que demostraría que a la Argentina le va mal porque hace cosas como esta, porque -por el beneficio del debate- hemos admitido que eso puede pasar en otro lugar también.

Entonces la pregunta pasa a ser ¿qué hacen los argentinos cuando aparece un disparate de esta magnitud como hecho cierto y concreto? ¿Qué hace la justicia electoral cuando determinados candidatos admiten públicamente que su candidatura es falsa? ¿Cuáles son los resortes de indignación social que se ponen en movimiento? ¿Se corta el delirio o se sigue adelante?

Pues, de vuelta, una vez más la respuesta es “no pasa nada”, “dale que va”, todo sigue igual; es como si la anomalía no se registrase.

Esta tendencia a aceptar como normales factores cuasi-delincuenciales y que sí aparecen como rarezas en otros países, sirve también para explicar por qué nos va mal.

Veamos otro caso. La Argentina viene en un tobogán de decadencia económica y social desde hace más o menos un siglo. Esa caída -verificable por cualquier método simple que cualquiera puede tener al alcance de la mano- coincide con una consistente costumbre de gastar más de lo que el país produce. Es como si una familia tuviera un ingreso salarial total neto de $1000000 anuales y todos los años esa familia gastara -apelando a todo tipo de artificios (tarjetas de crédito, préstamos, prendas, hipotecas, o imprimir en el patio de la casa dinero falso)- $3000000.

¿Está exento otro país de caer preso de esa especie de demencia? No, por cierto no. De hecho puede ocurrir. Entonces, de nuevo, lo que cuenta no es que un país caiga en el delirio de gastar más de lo que produce sino lo que hace una vez que comprueba lo que ocurre cuando hace eso.

Y, en efecto, la Argentina parece no tomar nota de las consecuencias de vivir (o pretender vivir) más allá de los recursos y persiste en la idea de querer hacerlo sin preocuparse por encontrar una forma lógica de explicar cómo va a lograrlo sin caer en las consecuencias que ya conoce de memoria… O que se supone que conoce.

La idea de la rebelión contra las matemáticas parece ser extraordinariamente popular en la Argentina y, al contrario, los partidarios de recordar la inconmovilidad de los números son señalados como insanablemente insensibles.

¿Podría aparecer esta “rebelión” en otros países? Por supuesto que podría aparecer. Lo que ocurre es que la experiencia internacional parece demostrar es que cuando las sociedades advierten cuáles son los efectos de desafiar sistemáticamente la ley de gravedad, ponen el pie en el freno y replantean sus acciones. La Argentina, sencillamente, no lo hace. Aquí no pasa nada. Al contrario, el país se vanagloria de pretender demostrar que la levitación ingrávida es posible y que no está dispuesto a aceptar ninguna “receta” que intente sugerirle reprimir su deseo de insistir con eso.

Ni la miseria, ni la escasez, ni el barro, ni la falta de recursos, ni la espiralización descendente del nivel de vida, parecen ser suficientes para convencerla de que no es posible desafiar el simple hecho de que 2 más 2 es cuatro. “No pasa nada, dale que va”.

Esta idea de la disociación entre las acciones y los efectos o consecuencias de las acciones sí parece ser una característica propia de la excepcionalidad argentina. El punto es que disociando los efectos de las acciones que los causan no es posible tomar experiencia de hacer las cosas mal y por lo tanto se imposibilita la corrección y se invita a la repetición.

Asumir que los argentinos asocian las acciones que desarrollan con los efectos que esas acciones producen pero aún así insisten, supondría ya un nivel de dificultad que se aproximaría más a los terrenos de la medicina que de aquellos que tienen que ver con la sociología o la economía. Es decir, habría algo profundamente insano (en el sentido de estar en un punto de no salubridad) en la mentalidad colectiva del país. Algo así como una convicción natural, gregaria e inconsciente que hace que el cuerpo social no solo tome decisiones colectivas catastróficas sino que las repita sistemáticamente.

Frente a muchos de estos casos -algunos de los cuales hemos enumerado aquí- no es extraño que, muchas veces, muchos argentinos digan “¿Pero como puede ser que no pase nada?” “¡Qué nadie haga nada!

Pero con todo que sean muchos los asombrados (o incluso, indignados), parecería que una mayoría superior aun endosa la idea de “no hacer nada” y de que “no pase nada”. Es como si todo el mundo se sintiera cómodo en esta anormalidad y que lo normal en otros países fuera lo realmente anormal.

Este retorcimiento de la vida, de los patrones más sencillos de la vida (los delincuentes presos, los honestos libres; los corruptos presos sin privilegios y quienes ostentan el poder son esencialmente honrados, los gastos no pueden superar los ingresos, los candidatos que se ofrecen a los electores deben ser ciertos y no falsos para no estafar a la democracia y otros cientos de casos que sería imposible enumerar taxativamente aquí) es lo que parecería estar detrás del hecho de que nos va mal y, en ese sentido, aparece como “el fondo” de la explicación a por qué nos va mal.

No sé si habremos llegado “al fondo de ‘esto’”, pero al menos hemos hecho el intento: es lo que hacemos después de haber hecho las cosas mal lo que hace que nos vaya mal… Y nos va mal, porque después de hacer las cosas con las que nos fue mal, o no lo registramos o las volvemos a hacer como si no hubiéramos aprendido nada, dejando de lado el hecho de que la mayoría de las veces caemos en la repetición haciendo gala de una enfermiza alegría.

Por Carlos Mira

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One thought on “Intentemos ir al fondo de por qué nos va mal

  1. Juan

    Yo no se si Ud aun vive en Argentina
    Pero paso o contar la situacion yo x 3
    Remedios q tengo cronico pagaba $ 6000 ahora x uno solo de ellos generico
    Pago $ 41.000 parece q hubo un breve
    Ajuste. No se q pasa en otros lados.
    Creo q en Cuba directamente no hay remedios. No se si aca el problema son
    Los Laboratorios las Droguerias o las
    Farmacias y cual sea la solucion quizas
    Sea lo q me dijo una empleada de farmacia habra q arreglarse c algun tecito….no es para reir la cosa

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