Parece ser que no se quieren privar de nada. La evidente y patética campaña para meter miedo empezó nada más y nada menos que por una amenaza de recibir un atentado de origen internacional a dos shoppings centers, Unicenter y el Abasto.
La especie es tan disparatada como la idea de poner a una nena llorando a moco tendido por la perspectiva de que gane Macri, mientras su madre le anticipa que si eso pasa van a ir la plaza para echarlo y para que se tenga que ir en un helicóptero como De la Rúa.
El kirchnerismo está dispuesto a ganar o perder siendo fiel a lo que siempre fue: una fuerza pendenciera rayana en el límite de lo lícito. La contratación millonaria del brasileño Joao Santana para que asesore a Scioli en lo que se conoce como “campaña sucia”, parece confirmar esa decisión.
Uno de los primeros capítulos de esa estrategia que el gobernador de la provincia ha abrazado con entusiasmo consiste en asociar a Cambiemos con la Alianza de 1998. Scioli seguramente quiere trasmitir la idea de una asociación electoral sin sustento y sin amalgama que se parece a una bolsa de gatos.
Resulta hasta gracioso pero lo que el gobernador no parece alcanzar a entender es que si hay una imagen de bolsa de gatos es la que precisamente transmite el oficialismo con una jefa que no lo nombra, con un ministro del gobierno que culpa a la jefa por haberse equivocado de candidato y con un conjunto de pseudo intelectuales que le recomiendan a Scioli que cambie sus preferencias musicales.
El gobernador supone que poner cara de malo y hacerse el enojado lo beneficia y no se da cuenta de que está a un paso de la ridiculez. Es casi tan ridículo como que el gobierno pretenda pegar a Macri con los ’90 y con Menem, cuando, empezando por los propios Kirchner, fueron junto a las boletas electorales del riojano en siete elecciones o cuando el hoy director de la agencia federal de inteligencia y durante años secretario general de la presidencia, Oscar Parrilli, fuera el miembro informante de la privatización de YPF que el mismísimo Néstor Kirchner había fogoneado desde su gobierno en Santa Cruz.
Otro tanto cabe decir de las referencias a la Alianza: no hay dudas de que el gobierno de los Kirchner vía el Frente Grande estuvo plagado de funcionarios de la Alianza, desde Diana Conti a Daniel Filmus, y que, en ese sentido, hay muchos más puntos de conexión entre aquel experimento fallido y el hoy oficialismo que los que la Alianza tiene con Macri.
Estela de Carlotto intentó una variante en el terreno de los derechos humanos cuando dijo que Macri iba a liberar represores. Cuando quien la escuchaba puso en duda aquella afirmación la presidente de las abuelas dijo “bueno, que pruebe lo contrario”, en una típica salida fascista consistente en “clavarte” un mote y encima ponerte en la obligación de demostrar que es mentira.
Futbol para Todos no podía estar ausente de esta estrategia. Durante el fin de semana hubo relatores que en, medio del partido, le preguntaban a la gente “sin querían volver a pagar para ver futbol” y en los entretiempos se puso al aire un spot publicitario comparando a Macri con Martinez de Hoz.
Todo bastante patético para un gobierno que se retira dejando fundido al país, sin una gota de reservas, con obligaciones a futuro que son de tanta irresponsabilidad que, en algún caso, han producido denuncias penales contra funcionarios y con un nivel de escasez inédito que motiva prácticamente el no pago de importaciones ya efectuadas y la no entrega de divisas para las operaciones de líneas aéreas.
El desafío a que el kirchnerismo ha expuesto al país es de una dimensión colosal. Llegar a la conclusión de que semejante nivel de mala praxis ha sido el resultado de una combinación de capricho e intereses es realmente triste.
Tener la convicción de que lo que el país deberá enfrentar en el futuro cercano ha sido producido por la intención de afianzar una clase superior poderosa e intocable conformada por funcionarios que no dan cuentas de nada y que no están sujetos al orden jurídico común que rige para todos, es francamente estremecedor. Que la sociedad se haya puesto de rodillas ante un conjunto de vivos que la usaron para elevarse por sobre todos, para vivir como los nobles de la Edad Media, con un conjunto de privilegios y de prerrogativas que van desde los aviones privados hasta el uso de los recursos públicos como si fueran propios, es un fenómeno que no puede entenderse.
Y que ahora ese mismo núcleo de privilegiados nos quiera hacer creer que, no ellos, sino los demás son una lacra inconfesable es también literalmente increíble. Se nota mucho que lo único que les interesa defender son sus intereses, sus fortunas, sus puestos y su impunidad.
Repugna un poco que se esté dispuesto a caer tan bajo. Seguramente debe ser demasiado grande lo que se quiere retener si la medida para juzgar esa intención es el tipo de campaña que parece va a emplear el FpV en los 20 días que quedan hasta el 22 de noviembre. Estar dispuesto a hacer ciertas cosas también da una idea de lo que quiero que siga quedando bajo mi control o bajo la ignorancia.
La pregunta que deberíamos hacernos es qué hay debajo de esa alfombra de doce años de oscuridad como para que los métodos para evitar que la levantemos no reconozcan ni límites ni escrúpulos.