
El cuervo Larroque, un oscuro segundón en el gabinete de la provincia de Buenos Aires, aseguró que la “fase” moderada del proceso está acabada; que se hizo un intento con ella pero que fracasó.
Es sabido que estos aprendices de guerrilleros no pueden dejar de lado su terminología combatiente y en ese sentido utilizan la palabra “fase” para referirse a la parodia electoral defraudatoria ensayada por Cristina Kirchner en 2019 para presentar una pantalla política falsa y con ello ganar unas elecciones que habría perdido si se hubiera presentado a cara descubierta con su “fase” radicalizada.
Pero ahora que el objetivo se consiguió y que el fraude se consumó hay que dejar atrás ese intento, dice Larroque, y volver a las fuentes del iluminismo jacobino.
El pobre presidente Fernández, cuya imagen pueril y estúpida da lástima, corre detrás de los acontecimientos que le presentan sus acelerados socios y pretende emitir declaraciones para congraciarse justamente con el ala “radical” del FdT.
En ese sentido, ayer defendió al régimen venezolano y a su dictador, Nicolás Maduro, afirmando que las violaciones a los derechos humanos en ese país han desaparecido, incluso, queriendo aprovechar la volada y adjudicarse un mérito en ese cambio.
Lo primero que habría que preguntarle al presidente es por qué el kirchnerismo siempre tuvo de socio a ese régimen (y siempre lo defendió) cuando de su propia frase se desprende que, como mínimo, las violaciones sí existieron en el pasado en tiempos que Néstor y Cristina andaban a los besos y abrazos primero con Chávez y luego con Maduro, muchos de cuyos años lo tuvieron a él como jefe de gabinete.
La segunda pregunta que habría que hacerle al presidente es qué opina entonces de lo que acaba de informar la comisionada plenipotenciaria de la ONU para los DDHH, Michelle Bachelet, que públicamente y en nombre de la Comisión que preside, listó una enorme cantidad de casos de violaciones a los derechos humanos en Venezuela que se están produciendo ahora mismo, desde ejecuciones extrajudiciales, hasta encarcelamientos sin las garantías legales, pasando por persecuciones a opositores, cortes de medios de comunicación tanto gráficos con electrónicos y torturas a disidentes.
En otra fulgurante e inconcebible aparición Fernández criticó a los que él llamó “agoreros” por propagar malas noticias sobre el dólar y el gasoil, ambos ante una fantástica escasez. El presidente no se puso colorado para decir que no nos alcanzan los dólares que producimos con exportaciones extraordinarias porque estamos creciendo tanto que ni siquiera la oleada increíble de divisas que tenemos nos es suficiente para respaldar a la necesidad de dólares que demanda nuestro astronómico crecimiento económico.
El presidente hizo esta afirmación en un contexto de 50% de pobreza, 5 millones de indigentes (es decir gente que no come lo indispensable), 80% de inflación, una deuda acumulada en pesos jamás vista (es septiembre está venciendo 1 billón de pesos que nadie sabe cómo se van a pagar), restricciones a las importaciones, caída de la producción, notorios inconvenientes para la provisión normal de insumos para las industrias y el dólar a 250 pesos.
La Argentina creció más que ningún país en el mundo entre 1880 y 1930 y no tuvo ninguna crisis de cuentas externas motivada por ese fenomenal crecimiento. Chile creció más de 30% entre 1990 y 2015 y jamás tuvo una crisis de escasez de divisas. Corea del Sur produjo un milagro a partir de 1960 y nunca tuvo escasez de dólares. Al contrario, todas esas explosiones de bonanzas como consecuencia de la aplicación de las medidas económicas correctas y alineadas con la racionalidad de los estímulos humanos más básicos, se materializaron en una monetización inmediata que multiplicó la riqueza y la abundancia de dólares, no la escasez.
La idea de que los argentinos no puedan usar sus tarjetas de crédito para comprar en cuotas porque la economía está creciendo mucho es un concepto tan inconcebible que una de dos: o el presidente desvaría o sabe (hipócritamente) que se está dirigiendo (lamentablemente) a un conjunto de burros mucho más analfabetos que él.
En ese contexto avanzan, según los rumores de la calle, dos ideas sobre cómo llegar a terminar este incomprensible período de (des)gobierno.
La primera pone en la primera línea de protagonismo a Sergio Massa. Según esta idea, el presidente finalmente despediría a Martín Guzmán y a su equipo y lo reemplazaría por el actual presidente de la cámara de diputados que tomaría el cargo para usarlo como trampolín presidencial a 2023. La pregunta aquí es si Massa llegaría con el libreto de Kicillof o con las recetas de Redrado y si la verdadera dueña del gobierno y la primera responsable de este desastre, Cristina Kirchner, estaría dispuesta a aceptarlo.
La segunda consiste en la salida de Alberto Fernández y en la asunción del gobierno por la vicepresidente. Se trata de una opción que no convence a ninguno de los dos. Fernández porque cree que puede transitar este tiempo extendiendo el actual estado de cosas, mientras junta recuerdos y fotografías para el álbum de sus memorias. Y Kirchner porque sabe que sería su final: nadie la salvaría del enchastre que ella y sus ideas cavernícolas han provocado.
Mientras los privilegiados que comen de los bolsillos del pueblo siguen cavilando sus opciones, quienes pagan la fiesta continúan sometidos cada vez a más restricciones, a menos derechos, a una peor calidad de vida y a la cotidianeidad de una miseria de la que tampoco son completamente inocentes.
Costa Pobre…
Se equivoco segun Cronica Dolar a $ 270