
Sobre el fin de la semana pasada el presidente asistió a la inauguración de un templo evangelista en la provincia de Chaco y en esa oportunidad dedicó gran parte de su intervención a comentar los estragos que el concepto de Justicia Social había causado en la Argentina. El país no es el único que ha caído víctima de las consecuencias de esa idea perversa pero sí uno de los que más ha sentido los efectos negativos de la comparativa entre lo que el país era ANTES de que es idea penetrara en la sociedad y en lo que se convirtió DESPUÉS.
En efecto, las mayores manifestaciones de todo el desastre argentino comenzaron cuando una fuerza se atribuyó el poder de distribuir la riqueza, utilizando para eso un verso demagógico y divisor que atizó las diferencias sociales, las envidias y los resentimientos: bajo el argumento de “repartir” migajas se robaron millones.
Esa fuerza logró instalar la idea intrínsicamente perversa de que la distribución de la riqueza debe ser digitada desde una nomenklatura con poder que, discrecionalmente, decide sacarle a unos parte del fruto lícito de su trabajo para entregárselo a otros.
Sin embargo, la demostración empírica de los países que tienen éxito entrega evidencias contrarias a esa práctica. En efecto, la distribución no puede ser el resultado de la intervención de una estructura coactiva que SIEMPRE termina estafando a los que dice defender sino, simplemente, la otra cara de un proceso NATURAL, aséptico de burocracias y de ladrones, que, de modo fluido y espontáneo distribuya el producto de acuerdo a la participación que cada recurso tuvo en su creación.
Así como la generación de riqueza debe ser el resultado espontáneo y libre de la interacción de ciudadanos que, en la búsqueda de sus objetivos personales, intercambian esfuerzos que naturalmente generan un producido, la distribución de la riqueza también debe obedecer a un proceso automático en donde la asignación de recursos es decidida invisiblemente por el mercado que contribuyó a generarla.
La construcción de estructuras burocráticas que ARTIFICIALMENTE intervienen en el proceso espontáneo de distribución de la riqueza, no son otra cosa más que MENTIRAS de las que se valen un conjunto de ladrones sofisticados que -en cualquier otra circunstancia- serían llamados así: “ladrones”, pero que dentro de la mentira política de la JUSTICIA SOCIAL, son considerados poco menos que benefactores sociales, cuando, en realidad, por detrás, se están robando todo.
Pocas cosas deben ser más bajas que lograr seducir a un conjunto social en base a una mentira vía la cual me estoy llenando los bolsillos a costa de la pobreza y de la antigüedad del conjunto.
No creo que haya país en el mundo en donde este tema haya quedado más claro que en la Argentina en donde la cantinela de la JUSTICIA SOCIAL no sirvió para otra cosa más que para que el promedio del conjunto estuviera mucho peor DESPUÉS de que esas ideas se impusieran en el mainstream argentino que ANTES de eso.
No hay dudas de que la riqueza debe ser distribuida entre todos los recursos humanos que contribuyen a crearla. Pero ese proceso de distribución debe responder a patrones de espontaneidad y libertad y no ser el producto de la intervención artificial de estructuras que utilizan esas ideas como pantalla demagógica para robar.
Ya hemos tenido demasiado de eso y los resultados están a la vista. Hasta las imágenes visuales del país previo al verso de la Justicia Social versus las que tenemos hoy (con lodazales indignos en donde la gente come literalmente de la basura) prueban que AQUEL país era mejor que ESTE.
Antes podría haber habido humildad y hasta pobreza. PERO NO HABÍA MISERIA ni mucho menos el extendido convencimiento de que la razón de que a algunos le falten algunas cosas es que esas cosas no solo las tienen otros sino que éstos se las arrebataron a aquellos.
Ese es un concepto MALVADO que ha podrido el cerebro argentino y cuya recomposición será mucho más ardua que cualquier esfuerzo que simplemente se proponga acomodar la economía.
La influencia que ha tenido en la consolidación de esa idea la polea de multiplicación que significó el catolicismo y, en especial, las variantes tercermundistas que coparon amplios sectores de la iglesia argentina en los ’70, es innegable. Montados sobre la indudable ascendencia reverencial que las ideas católicas han tenido en el país, muchos no dudaron en justificar -con referencias a enseñanzas y principios cristianos- procederes incluso criminales en la Argentina, atizando un odio clasista que alteró la paz y la convivencia comunitaria.
El daño de meterle en la cabeza a la gente la idea de que son víctimas de una injusticia de la cual otros compatriotas son culpables es de tal profundidad y de tal malicia que, francamente, no sé si tendrá arreglo.
La “Justicia Social” no debería ser otra cosa más que la manifestación material de la máxima de Ulpiano “darle a cada uno lo suyo” de modo que no haya algo más injusto que tratar como “iguales” a los que no lo son o que algunos que no participaron del proceso de generación de riqueza reciban algo que les fue quitado compulsivamente a otros que sí participaron. Esa sí que debería ser identificada como la mayor de las “injusticias sociales”.
El hecho de que en la Argentina se haya logrado imponer la otra lógica, es decir, que lo que debe interpretarse como “socialmente justo” es el asalto a los bolsillos de unos para derivar riqueza a los bolsillos de otros, es lo que quebró al país, lo que alejó de él a las mentes más brillantes y lo que hizo que un generalizado ambiente de abulia se apoderara de la sociedad que no tardó en interpretar con claridad el mensaje: en la Argentina es lo mismo un burro que un gran profesor.
Llegar a la paralela conclusión de que, además, todo eso sea ha hecho con el deliberado propósito de robar, convierte en aún más repugnante a todo el asunto. Porque, efectivamente, la pobre gente que ha sido engañada bajo el embuste de que un Rey Mago bueno y superior le sacaría a Pedro para darle a Juan, ha recibido solo migajas miserables de todo ese proceso inmoral, mientras el “Rey Mago bueno y superior” se ha llenado los bolsillos con dinero mal habido.
Ese es el clima de corrupción mental que el concepto de “Justicia Social” ha contribuido a crear en la Argentina. Y dada la profundidad con la que ha calado me permito dudar de las reales posibilidades de reversión que tenga ese desgraciado proceso.
Mientras tanto, el domingo, los principales columnistas de La Nación parecen haberse puesto de acuerdo para pontificar sobre los desagradables modos de Milei.
Mientras tanto, la presidiaria se burla de los jueces que la condenaron, con chicanas permanentes, y hasta en una nota de ese diario se dice que se revisará si la tobillera le produce alguna reacción en la piel (sic).
Con jueces así, humillados conscientemente por su condenada, jamás dejaremos de ser una republiqueta. Se dejan tocar el traste y no se inmutan. Forros, escribió acertadamente en X Dardo Gasparré.
Dr gran parte de la Poblacion se acostumbro a recibir la cucharada de
Alimento en la boca x parte del Estado
Viene de las cajas PAN de Alfonsin
Siguio con las “manzaneras” de Duhalde
Y asi sucesivamente. Hay q enseñar a
Pescar no regalar pescado yo igual q
Ud. Sigo en batalla cultural….
Que periodistas condenen los desagradables modales de Milei está muy bien, hay que ser educado, no cuesta ningún trabajo, siempre conduce a buen puerto, los modos de Milei son horribles, y también su marcada deriva autoritaria, cada vez más evidente…
Que remarcaban los periodistas de La Nación? sus rasgos profundamente autoritarios, no entiendo cómo se puede discrepar con eso.
En mis dos anteriores mensajes mí nombre figura como “Hola”, error horroroso, es “Hugo”.
La lucidez de costumbre… casi siempre me identifico con tus columnas…
¿Fue a ese lugar de “onda”? ¿O le pusieron guita? ¿El “pastor” que lo invitó es una persona honorable? ¿O es un chanta? Parece que no aprendieron un carajo del “Libragate”…