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El imitador

Alberto Fernández fantasea con la idea de imitar a Néstor Kirchner.

Se conforma con la estupidez de andar mostrando su abdomen con su saco desabotonado como si esa imagen le confirmara que es igual que el jefe original de la banda.

Más de una vez ha dicho públicamente que frente a determinadas decisiones se pregunta “¿qué hubiera hecho Néstor en este caso?”

Aunque en la mayoría de los casos la respuesta a esa pregunta habría sido “imaginar alguna manera para matar dos pájaros de un tiro: robar y aprovechar la volada políticamente”, lo cierto es que el presidente ha vuelto a repetir esa conducta enfermiza de imitar a un delirante aún cuando lo decidido repita los errores y fracasos en que incurrió el original hace más de quince años.

Me refiero, claro está, a la repentina, unilateral e inconsulta medida de prohibir las exportaciones de carne.

En efecto, Kirchner, en 2006, en un arrebato de los típicos que caracterizaban su iracundia (mitad fingida, mitad real) dio el primer paso en su guerra contra el campo decretando a los gritos y sin consultar a nadie, la prohibición de exportar carnes.

La Argentina ingresó a partir de esa burrada en un jubileo que liquidó en tres años el 20% del stock ganadero: 12 millones de cabezas de ganado enviadas al matadero, algo equivalente al rodeo completo de Uruguay.

El país cayó dramáticamente en las posiciones como exportador de carnes. Mercados enteros se perdieron.

Alemania, que esperaba los cortes argentinos (cortes que el mercado interno no consumía) para la gran fiesta de su Mundial, nos hizo la cruz como proveedor confiable. Ni aún hoy, 15 años después, llegamos a recuperar esa plaza.

Los productores ganaderos recibieron una señal clarísima en contra de la inversión y de la reproducción de vientres. 

La mayoría se deshizo de su stock y transformó sus campos al cultivo de soja, cuyo precio comenzaba a volar por los aires.

La Argentina destruyó su capital, tal como si una familia decidiera rematar su patrimonio para patinarse la plata. Una burrada histórica típico producto de la mente de un desquiciado.

Aquella vez más de 100 frigoríficos quebraron y se perdieron más de 15000 puestos de trabajo en esas factorías.

Durante días la medida sólo se limitó a los gritos de furia del presidente ya que pasaron semanas (con la exportación cerrada) sin que la decisión se plasmara en un decreto.

Hoy, quince años después, se reproducen las mismas barbaridades. En una decisión inconsulta de la que el propio ministro de Agricultura se enteró por los diarios, el presidente imitador mandó prohibir las exportaciones de carne.

Se trata de algo similar a que el gobierno japonés prohíba las exportaciones de autos, o que el de Corea prohíba las exportaciones de teléfonos inteligentes.

Cree, en su profunda ignorancia, que la resultante será el asado en la parrilla de aquellos a los que quiere cautivar para ganar las elecciones.

El presidente es el cómplice principal de la tarea que se ha propuesto su vicepresidente: destruir el país para seguir construyendo su poder.

El kirchnerismo está destruyendo literalmente el país: está destruyendo su capital, su educación, su infraestructura, su trabajo, las inversiones hundidas que no pueden liquidarse… Esta destruyendo la moral argentina, la autoestima, la fuerza de voluntad, las ganas, el deseo, el futuro.

La medida está destinada al más absoluto fracaso. Es más, los productores argentinos -en una reacción completamente comprensible y lógica- anunciaron que no enviarán hacienda a los mercados con lo que el resultado práctico será la escasez de mercadería con el consecuente aumento de los precios.

¿Qué hará el enajenado kirchnerismo? ¿Enviará milicias a los campos a confiscar vacas para mandarlas al matador o por la fuerza? Sería lo único que les falta.

Como aquella vez de Kirchner tampoco hay, hasta ahora, ningún decreto que vale el berrinche demagógico de Fernández. Según parece todo salió de una sesuda sesión de intercambio de opiniones entre el propio presidente y el jefe de gabinete, Cafiero: si la suerte del país depende de esas tertulias sería mejor empacar todo e irse.

Ni Fernández, ni Cafiero saben lo que es ganarse la vida como consecuencia de entregarle al mercado algo que el mercado consumidor voluntariamente elija y compre: toda la vida vivieron de la expoliación a la que el Estado somete a los ciudadanos productores.

Los productores han asimilado la medida a la que en su momento se conoció  como resolución 125.

Ojalá que el desenlace para el desaforado kirchnerismo también sea similar al que tuvo aquella épica de cartón que terminó con el voto no-positivo de Julio Cobos.

Por Carlos Mira

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