El fútbol está dando un espectáculo que en gran medida reproduce en chiquito lo que ha ocurrido en la Argentina en general.
El robo ha sido la regla general del gobierno del fútbol. Hoy la AFA no tiene dinero ni para arreglar un ascensor. Los protagonistas de ese desfalco son los mismos que se presentan ahora para crear una nueva estructura bajo un nombre marketinero -la “superliga”- en la creencia de que el cambio de una denominación puede solucionar el problema.
La Argentina cae generalmente en la idea de que copiando los nombres que se utilizan en otros países, automáticamente, por osmosis, accederá a todos los beneficios que en otros lugares no vienen de los nombres sino del buen funcionamiento de una estructura organizada.
La AFA fue cómplice –y quizás socia- del robo kirchenrista. Se prestó a sellar un contrato, el de Fútbol para Todos, a cambio de que todo el país subsidiara a dirigentes sospechosos y a otros inoperantes. Fue, al fútbol, lo que Lázaro fue a la obra pública, Cristóbal al juego, Jaime a los transportes y De Vido a la energía: el vehículo para favorecer económica y políticamente a los Kirchner.
Hoy nadie sabe dónde está la montaña de recursos que todo el país le puso al fútbol. A este paso, tampoco se sabe si los torneos van a comenzar cuando se dijo. La pelea por el dinero sigue siendo la piedra angular de la discusión. Es cierto que el presidente Macri se comprometió a respetar la gratuidad hasta el 2019. Pero esa promesa es muy cara. Ahora se le está pidiendo un piso de dos mil quinientos millones de pesos. ¿Qué pasaría si el presidente dijera que ese dinero se traslada de modo directo a la generación de gas y en esa misma medida se reajustarían hacia abajo los aumentos anunciados?
Por lo demás, el fútbol es un barril sin fondos. En la Argentina hay demasiados clubes que pretenden exigir que el Estado alimente y justifique su subsistencia. ¿Qué ocurriría si cada club pudiera licitar su peso en el mercado por sí solo?
Resulta obvio que Boca y River despertarían mucho más interés que Aldosivi y Atlético Tucumán. Debajo de aquellos, una segunda línea podría defenderse también bastante bien: se trata de Independiente, San Lorenzo y Racing.
Esas proporcionalidades no pueden desconocerse y si de las cuentas resulta que el país no puede aguantar que en cada esquina haya un club, pues habrá que adaptarse a esa realidad. Resulta muy sensiblero echar mano al argumento “social” que pretende, por la vía de la lástima, mantener un sistema que no funciona.
Hoy en día, fuera de los clubes más grandes, hay jugadores que no pueden cobrar su sueldo, mientras que el gremio que preside Sergio Marchi brilla por su ausencia. Marchi fue otro cómplice kirchnerista que violó, junto a Grondona, el contrato de FPT para crear un fondo del que nunca rindió cuentas y que llegó a reunir más de 2 millones de dólares, motivo que sería más que suficiente para intervenirlo y llamar a su titular a que dé explicaciones.
Lo cierto es que un país en la situación de la Argentina no puede subsidiar una actividad que en otros lugares del mundo mueve fortunas y le da de comer a miles en un negocio próspero y millonario. El país se ha manifestado como incapaz para transformar al fútbol en un éxito. Un país en donde surgen jugadores fuera de serie todos los días, sin embargo, es tan desorganizado que hace de esa actividad un fracaso estrepitoso.
No hay dudas que en ese final tiene que ver el saqueo. Dirigentes que no pueden explicar lo que tienen, que, como en caso de Grondona, cumplieron el desiderátum de todo autócrata: permanecer eternamente en el poder hasta que la muerte pone fin a su “período”.
Y tan destruida esta la mente de ese país que no son pocos los que rememoran esos años en los que “esto” no pasaba.
Hacerse ilusiones con la “nueva organización” solo servirá para hacer más grande la frustración. Sin una estructura limpia, honesta, ajustada en cantidades a lo que el propio fútbol puede generar, y sin pedir que la sociedad banque la actividad de unos cuantos vivos, el fútbol argentino seguirá siendo una especie de factoría, sin destino, sin recursos y en medio de un deporte que es sinónimo de éxito en todo el mundo menos en el hogar donde nació el mejor.