Hace un año que la salud mental de los argentinos viene apaleada por un síndrome mucho más peligroso que el Covid.
El constante repiqueteo de las noticias sobre el mismo tema sin que ese escenario se mezcle con otros horizontes de esperanzas, de fe, de optimismo, de color, de alegrías, de aventuras diferentes, de vivacidad, está produciendo una desazón generalizada que hunde en la amargura y en la falta de proyectos de los argentinos individuales.
El gobierno solo llegó al poder con un objetivo: liberar a Cristina Fernández de las causas judiciales en donde está procesada por los múltiples crímenes que cometió mientras fue presidente. Ese es su único proyecto. Solo tiene un plan y una estrategia para eso (y para seguir robando, por supuesto).
Para toda otra cuestión, sea esta de carácter económico o -desde que el mundo se vio afectado por la pandemia- sanitario, el gobierno está completamente ciego. No sabe nada, no entiende nada, no tiene ningún plan ni ninguna táctica, salvo, claro está, que la coyuntura le permitiera aprovechar la volada y meter la mano donde no debe.
Las vacunas le ofrecieron esa chance cuando sospechosamente canceló los acuerdos con Pfizer y enfocó su proa hacia Moscú de la mano de las imposiciones que, en ese sentido, hizo la Sra. de Kirchner.
Esa maniobra oscura y nunca aclarada debidamente, con los costos por dosis sobre la mesa y la trazabilidad del dinero en completa transparencia, dejó a la Argentina en la orfandad. Ahora quieren retomarse las negociaciones con un laboratorio de fue señalado casi como un ofensor a la soberanía nacional.
Otros países, más limpios y transparentes, están hoy en camino de vacunar un porcentaje de población que les dé las primeras luces resplandeciendo al final del túnel. A propósito, es interesante observar los niveles de vida y de transparencia pública de los países que hoy tienen acuerdos con Pfizer y de aquellos que no los tienen. Es muy curiosa la coincidencia entre las administraciones transparentes que tienen acuerdos con ese laboratorio (como Uruguay y Chile, por ejemplo, para nombrar a solo dos países de la región) y la opacidad de otros que no tienen acuerdos con los norteamericanos. ¿En qué habrán entrado unos y qué no habrían hecho otros?
Los argentinos, robados tantas veces, merecerían una explicación sobre eso.
La sumatoria de estar hace un año con la misma realidad en las pantallas de la televisión, la ausencia de un plan y de una estrategia, la carencia de vacunas, la sospecha de que con las vacunas ocurrió algo raro, el hecho de que de las primeras pocas remesas que llegaron gran parte se las haya robado el gobierno para vacunar a su militancia; noticias como las que aparecieron ayer –de que se está pensando en entregar 70000 dosis por “organización social” a las que previamente se las declararía “esenciales”- han minado el ánimo argentino que, está, literalmente en un punto muy bajo de estima, confianza y esperanza.
Ese cóctel, mezclado con una realidad económica acuciante, causada por las mismas barrabasadas del gobierno, por la insistencia en aplicar medidas fracasadas y de alto contenido confrontativo; la verificación de una persistencia gubernamental en un planteo de crispación constante, la soberbia ignorante que pretende hacer gala de un conocimiento del que se carece por completo, está produciendo un efecto de tristeza pública que es directamente inverso al que se precisaría para recuperar a la Argentina.
En alguna medida, esta situación ha despertado espíritus rebeldes que están decididos a una confrontación civil con el gobierno. Ya hay franjas profesionales enteras que desafían la sola insinuación de más encierro con un reclamo para que se detenga el cobro de impuestos y se imponga una reducción a cero de los sueldos y las dietas de los funcionarios políticos.
Esa falta de empatía, campante desde que este problema comenzó, según la cual ningún funcionario público atinó a meter la mano en su propio bolsillo y donar sus ingresos o no cobrarlos durante la pandemia, también despierta la indignación social.
El ver a personajes altaneros -que, desde una alta torre en la que los ingresos mensuales (y de los otros) están asegurados- impartir órdenes de cierre por aquí y por allá sin atinar a poner en marcha un mínimo plan de equiparación del sector público en la carga del sacrificio, es tan irritante que el nivel de decepción aumenta.
Cuando todo eso se contrasta con las penurias que viven los argentinos que siguen sosteniendo el país con el fruto de un trabajo sujeto a innumerables exacciones, se completa un panorama de pesimismo y penumbra del que resultará muy difícil salir.
Ese otro costado de la pandemia está causando estragos en el ánimo social. Las alternativas que manejan los argentinos que se permiten seguir soñando tienen más que ver con irse del país que con emprender aventuras nuevas en la Argentina.
El kirchnerismo es un asesino de sueños. El que los tiene es un ser despreciable. El que los logra, un blanco de la confiscación. Tener sueños en la Argentina kirchnerista es un pecado o una ilusión vacía.
Y ningún país avanza sin sueños. Ningún país deja atrás la amargura y la tristeza sin la esperanza de un horizonte azul que lo impulse hacia su concreción. Pero los horizontes azules están prohibidos en la Argentina de los Kirchner porque quienes, pese a todo, lo alcanzan son señalados como aquellos a los que hay que esquilmar, como aquellos desalmados que, en lugar de cumplir sus sueños y ayudar a otros a cumplir los suyos, han sido injustos con los que menos tienen.
Estos mantras son los mantras del atraso y de la discordia. Con su repetición y sin luces al final del túnel, todo lo que puede esperarse es la consolidación de la tristeza.
Tenemos un arma poderosa para cambiar esto, esta es tal vez la última oportunidad de usarla, es EL VOTO, lo haremos? o seguiremos, como hace ya más de setenta años, votando a quienes nos siguen metiendo el dedo en el tu je; si miramos a quienes hemos premiado con el voto en todo este tiempo no merecemos otra cosa que extinguirnos.