El kirchnerismo se ha apropiado, desde que existe a nivel nacional, del 25 de mayo. Le ha dado una significación propia y lo ha cooptado como un importante capítulo de su relato falso y mentiroso.
Lo ha presentado a la sociedad como un acto revolucionario que coincide con sus “ideales” (permítanme el barbarismo e interprétenlo solo como una metáfora) populistas y con la rebelión de los pobres contra los ricos.
Nada de eso fue así y el 25 de mayo debería ser, al contrario, el emblema más paradigmático de todo lo que implica oponerse al kirchnerismo. No hay nada más opuesto al kirchnerismo y a lo que el kirchnerismo significa que lo que representa el 25 de mayo de 1810. Ese hito argentino está en las antípodas del kirchnerismo.
Existen hoy en día fuertes rumores de que el Instituto Patria -que responde a Cristina Elisabet Fernández y reúne a lo más recalcitrante del cristinismo- impulsa una avanzada nacionalista consistente en un plan que va desde la nacionalización de los depósitos, hasta la prohibición de viajar al exterior hasta marzo de 2021, pasando por el default, la expropiación del 49% restante de YPF, la estatización de Edenor, Edesur y Edelap, restricción de las importaciones, restricción a los dólares MEP y CCL y limitación a la exportación de alimentos.
Si se pudiera epitomizar en unos pocos renglones el espíritu anti-25 de mayo, creo que ese sería un buen resumen.
El 25 de mayo de 1810 fue la antítesis de todo eso; el 25 de mayo simboliza la idea completamente contraria al encierro y el proyecto de esclavitud que la síntesis de esos rumores significan.
Las causas que desembocaron en los hechos de mayo de 1810 fueron básicamente económicas y, más precisamente, de libertad económica. España había sometido a sus colonias a un estricto encierro monopólico. Las posesiones españolas en América solo podían comerciar con España, que detentaba un completo absolutismo comercial y económico entronizado en la Casa de Contratación de Sevilla.
En el Virreinato del Río de la Plata el comercio exterior era un monopolio de España y legalmente no se permitía el comercio con otras potencias. Esta situación era altamente desventajosa para Buenos Aires ya que la corona española minimizaba el envío de barcos rumbo a la ciudad. Esta decisión de la metrópoli se debía a que la piratería obligaba a enviar a los barcos de comercio con una fuerte escolta militar, y ya que Buenos Aires no contaba con recursos de oro ni de plata ni disponía de poblaciones indígenas establecidas de las cuales obtener recursos o someter al sistema de encomienda, enviar los convoyes de barcos a la ciudad era mucho menos rentable que si eran enviados a México o Lima.
Dado que los productos que llegaban de la metrópoli eran escasos, caros e insuficientes para mantener a la población, tuvo lugar un gran desarrollo del contrabando, que era tolerado por la mayoría de los gobernantes locales. El comercio ilícito alcanzaba montos similares al del comercio autorizado con España. En este contexto se formaron dos grupos de poder diferenciados:
1.- Los que reclamaban el comercio libre para importar directamente desde cualquier país sin tener que necesariamente comprar todas las mercaderías trianguladas por España.
2.- Los comerciantes monopolistas, autorizados por la Corona española, quienes rechazaban el libre comercio y propugnaban por la continuidad del monopolio ya que si los productos entraban legalmente disminuirían sus ganancias.
En la organización política, especialmente desde la fundación del Virreinato del Río de la Plata, el ejercicio de las instituciones residentes recaía en funcionarios designados por la corona, casi exclusivamente españoles provenientes de la metrópoli, sin vinculación con los problemas e intereses americanos. Legalmente no había diferenciación de clases sociales entre españoles peninsulares y del virreinato, pero en la práctica los cargos más importantes recaían en los primeros. La burguesía criolla, fortalecida por la revitalización del comercio e influida por las nuevas ideas, esperaba la oportunidad para acceder a la conducción política.
La rivalidad entre los habitantes nacidos en la colonia y los de la España europea dio lugar a una pugna entre los partidarios de la autonomía y quienes deseaban conservar la situación establecida. Aquellos a favor de la autonomía se llamaban a sí mismos patriotas, americanos, sudamericanos o criollos, mientras que los partidarios de la realeza española se llamaban a sí mismos realistas. Los patriotas eran señalados despectivamente por los realistas como insurgentes, facciosos, rebeldes, sediciosos, revolucionarios, descreídos, herejes, libertinos o caudillos; mientras que los realistas eran a su vez tratados en forma despectiva como sarracenos, godos, gallegos, chapetones, matuchos o maturrangos por los patriotas.
Es decir, la España de comienzos del siglo XIX aplicaba a las colonias (y en especial al Virreinato del Rio de la Plata) una especie de kirchnerismo típico: encierro económico, monopolio, regulaciones asfixiantes, prohibiciones de todo tipo, altas cargas fiscales, asociación corrupta con una franja de “acomodados” locales que se beneficiaban de su relación con la Corte, estatismo completo con intervenciones absurdas (la Real Cédula de Felipe II que regulaba el comercio “libre” con América decía: “Siempre que la mercadería sea española, a cargo de tripulación española facultada, que viaje en embarcación española habilitada y se dirija a puerto americano autorizado, el comercio con América es libre”. Repito, esto que acaban de leer no es un chiste: es una de las cláusulas de la Real Cédula de Felipe II sobre el comercio con América) un absolutismo estatal en todas las operaciones económicas y un monopolio también político de lo que hoy llamaríamos “partido único” (el de ellos).
A su vez, entre las causas filosóficas de la Revolución de Mayo de 1810, se citan dos acontecimientos que también son la antítesis del kirchnerismo: la Independencia de los Estados Unidos de 1776 y la Revolución Francesa de 1789. Si bien esta última, por el jacobinismo “kirchnerista” que sobrevino luego, se terminó convirtiendo en el que quizás fue el primer experimento fascista de la humanidad, no caben dudas que al principio, juntamente con la Revolución Norteamericana, era un exponente de la libertad y de la rebelión contra el yugo absolutista no solo político sino básicamente económico y, fundamentalmente, tributario. Todos estos movimientos eran finalmente manifestaciones tardías de la Carta magna de 1215 que dio el puntapié inicial para el principio “no hay impuestos sin representación”.
¿Se pueden imaginar ustedes una descripción histórica más antikirchnerista que esta? Obviamente no. El 25 de mayo de 1810 fue un grito libertario, liberal, de libertad. No tuvo nada que ver con el fascismo económico y político que propone el kirchnerismo.
Que este movimiento se haya apropiado “ideológicamente” del 25 de mayo es absolutamente criminal: es un robo, un asalto a la historia argentina, que probablemente era el último rincón que les quedaba por robar.
Pero lo más inaudito es que se le haya vendido a la sociedad esta farsa, la sociedad lo haya creído,
y que ningún liberal lo haya contravenido, que lo hayan aceptado mansamente.
Basta ya de esta distorsión. Basta de la consumación permanente de este delito histórico, de esta apropiación indebida de un símbolo nacional que resume todo lo opuesto al fascismo kirchnerista.
Si quieren kirchnerismo vean lo que era el Virreinato antes del 25 de mayo de 1810: monopolio, impuestos, corrupción, encierro, aislamiento, robo, estatismo, yugo, falta de libertad, persecución, delación, castas. Si quieren libertad vean el ideario de Mayo: libertad, comercio, responsabilidad, autodeterminación, representación igualitaria, derechos del ciudadano.
No hay nada más antikirchnerista que el 25 de mayo. El robo de su memoria por un conjunto de facinerosos no es otra más que una nueva prueba de que no se detienen ante nada.