Los días previos a la asunción del gobierno de Mauricio Macri presentan un escenario de fuertes choques visuales, de profundos contrastes de estilos y de enormes diferencias entre las personas que, de un lado y otro, los protagonizan.
Del lado del gobierno entrante lo que se observa es una ostensible paz. No se perciben ni gestos, ni palabras altisonantes, no hay tonos elevados y más bien se percibe un clima de tranquilidad, de sosiego y de cierta bonhomía en los rostros, en el lenguaje corporal, en los gestos y en las ideas que se trasmiten.
Hoy el presidente electo presentó su gabinete en el Jardín Botánico, en donde tantas veces trabajó con su equipo de la Ciudad, en un acto sencillo pero de mucha carga indiciaria.
En efecto, lo simple de la ceremonia, no ocultó una catarata de mensajes implícitos que cualquier observador pudo extraer de ella, por el simple hecho de mirarla.
En primer lugar lo obvio: se presentaba un equipo que dialogaría entre sí como pares y con la misión común de mejorar el nivel de vida de la gente. Esto implica que va a haber reuniones entre ellos y que discutirán ideas en condiciones de paridad. Es un hecho, en cierto sentido, bastante estúpido, si se lo compara con lo que es la norma de administración de cualquier país más o menos normal. Todos los países civilizados tienen equipos de “pares” que discuten desde un plano de igualdad, políticas, herramientas y estrategias para mejorar el nivel de vida de su gente.
Pues bien, ese hecho estúpido, estaba completamente ausente de la vida argentina desde hacía 12 años; desde que el primer emperador del kirchnerato, Néstor Kirchner, lo abolió bajo el argumento de que no servía para nada porque solo su voluntad valía.
En segundo lugar, la evidente señal de que Macri es un “primus inter pares” pero que, de última, es un “par”. Será obviamente el que decida, el que laude, el que elija, pero mientras dure el proceso de la toma de decisiones, será uno más en los atrayentes momentos de las discusiones de ideas, de los aportes de valor y del acercamiento de soluciones. El presidente electo ha dado muchas muestras –ahora y mientras fue jefe de gobierno de la ciudad- de que no se cree el dueño de la verdad y de que no está en su intención imponer su criterio, simplemente porque es su criterio.
Muchos le criticaron en su momento exponer al PRO a una interna entre su preferido para sucederlo en el cargo -Horacio Rodriguez Larreta- y quien pretendía someter la cuestión a una elección partidaria -Gabriela Michetti- hoy vicepresidente electa. Macri se guardó su preferencia en el bolsillo y habilitó la interna. Cuando su delfín la ganó, no defenestró a Michetti sino que la hizo su compañera de fórmula.
El nuevo presidente dijo que pidió a su equipo compromiso, información, coordinación y honestidad. Se trata de valores simples pero que también han brillado por su ausencia en estos últimos doce años. Pudo haber existido “compromiso”, pero, en todo caso, fue un compromiso militante, que muchas veces pasó al nivel de la ceguera y que no tuvo ni de cerca la característica del compromiso con el mejoramiento de las condiciones de vida de todos sino con el cooptamiento de más y más poder. Se trató del compromiso con una persona, como el que los soldados tienen con su General, pero no de un compromiso democrático con la suerte del país y de TODOS los argentinos.
Ni qué hablar de la información, de la coordinación y de la honestidad. Esos elementos estuvieron directamente ausentes o se transformaron en otra cosa, como fue el caso de la “información” que, en la mayoría de los casos, adoptó las formas del adoctrinamiento.
Pero volviendo a las imágenes fuertemente contrastantes entre los que se van y los que llegan, entre los que se van se advierte un fuerte clima de enojo, de resentimiento, de propensión a hacer daño y de decisión a complicar todo lo que se pueda el camino de los que siguen.
En ese sentido la presidente está dando muestras de lo bajo que puede caer un ser humano cuando realmente carece de las condiciones de los grandes. Se está mostrando tal como fue siempre, con una inmensa capacidad para hacer el mal a los que no piensan como ella, con independencia del mal que eso pueda causar a terceros inocentes.
El fárrago de gastos, transferencias a la provincias –que éstas le suplicaron por años y años y que nunca les reconoció- fuga de reservas, nombramientos ilegales, creación de dependencias estatales nuevas (con personal, presupuesto y autoridades impuestas por ella) es de una perversión y maldad pocas veces vista. Se trata, para quien lo observa desde afuera, del ejercicio de un sadismo patológico que obtiene un placer proporcional al daño que le causa al otro.
La negativa a que la jura del presidente se haga en el Congreso ante la Asamblea Legislativa y que los atributos simbólicos del mando los entregue ella en la Casa Rosada como históricamente ha ocurrido en la Argentina (lo que permitiría el clásico traslado del nuevo presidente de un lugar a otro en el automóvil descapotable que circula en contramano por la Avenida de Mayo) es otro acto de bajeza y de baratura que vuelve a intentar colocar la figura de su propia persona por encima de las tradiciones y de los valores simbólicos de la República.
Es una verdadera pena que la presidente haya elegido este camino triste y devaluado, más devaluado aún que los activos económicos del país que administró con tan poca profesionalidad.
La Sra. de Kirchner no ha sido un ser cultivado que se haya preocupado por elevarse para llegar a ese lugar que ocupan los verdaderamente grandes. Confundió, como hizo con tantas cosas durante su gobierno, el valor y el significado de la verdadera grandeza con las aclamaciones de los aduladores interesados y termina su mandato como lo que fue siempre: un ser pequeño, atribulado por sentimientos de baja calidad que explotan en bocanadas de furia y daño, sin espacio para la bondad, la entrega y la dignidad.