El populismo fascista se ha colgado una medalla que buscaba desde hace largo tiempo: logró que cerrara LATAM Argentina, una empresa de 1700 empleados y que operaba en el mercado de cabotaje desde hace más de 15 años.
El gremialismo aeronáutico, con Biró a la cabeza, en conjunción con el gobierno kirchnerista, ahogaron el último oxigeno que le quedaba a la compañía al prohibirle readecuar su personal a la crítica situación por la que atraviesa el mercado aerocomercial y además impedirle una renegociación de los salarios.
No caben dudas que varias copas de champagne se abran levantado para celebrar este hito en la cadena que el fascismo viene jalonando en la Argentina para asfixiar al país, someterlo a un aislamiento atroz y terminar con las pocas vinculaciones que le quedan con el mundo.
La conectividad aérea es un símbolo de la libertad, un baluarte de las decisiones autónomas, un sinónimo de la capacidad individual para decidir la propia vida. Cañonear ese emblema de la soberanía individual era, además de un propósito estratégico, un objetivo psicológico que se había propuesto el populismo aislacionista. Y lo logró.
¿Qué ocurrirá con las personas que trabajaban en LATAM? Todavía no hay nada seguro, pero es muy posible que alguna lumbrera del estatismo proponga crear una compañía estatal que absorba al personal que pasará a ser un nuevo plantel de empleados públicos a cargo de la sociedad.
El desbarranco de la Argentina es ostensible y triste. De ser el país en donde la gente venía a hacer despegar sus vidas, a dar rienda suelta a sus inventos y a multiplicar la riqueza, se ha convertido en una tierra mísera, abatida por la pobreza y la escasez.
La Argentina era el país donde la ley permitía a hombres como Torcuato Di Tella, por ejemplo, inventar en 1911 una amasadora de pan, el origen de SIAM (Sección Industrial Amasadoras Mecánicas). SIAM empezó con las amasadoras y siguió fabricando heladeras, cocinas, autos, motos, todo esto para lo que dicen que la Argentina de la Constitución era un modelo “agroexportador”. SIAM es un símbolo de lo que no debe hacerse: nació en un país libre y comenzó a decaer en un país con protección industrial, hasta que los hijos de Torcuato Di Tella mordieron el anzuelo y se metieron en la política, quebrando a la empresa en 1972.
Bartolomé Elong inventó en 1875 la primera desgranadora en Colonia Hesller, Santa Fe. En 1917 aparece la primera cosechadora autopropulsada del mundo, inventada por José Frick en Pihué. En 1878 Nicolás Scheneider fabrica el primer arado en Esperanza; Jacobo Peuser, en 1867 creó un emporio de artes gráficas y puso a la industria editorial argentina a la cabeza de Iberoamérica por mucho tiempo.
En 1870 Sebastián Bianchetti creó las balanzas que llevaban su nombre. En 1889 surge en Barracas, de la unión de varias empresas más chicas, la Compañía General de Fósforos.
Teníamos tremendos empresarios como Ernesto Tornquist que invirtieron en la fundación de ciudades y en empresas como la Fundición Samboni, Ferrum, Tamen, Sancicena, los Astilleros de Berisso, entre otros emprendimientos.
En 1886 Tornquist invierte en la industria de ferrocarriles en el norte de Santa Fe, cuando recién llegaban los primeros colonos y empezaba a poblarse la zona y también invirtiendo en la exploración y explotación de petróleo.
En 1860 el austrohúngaro Nicolás Mihanovich inicia el imperio naviero que luego continuaría Dodero. Pensar que hoy en día la mayor parte de la flota mercante está en manos de empresarios paraguayos que se aprovechan de las ventajas del sistema fiscal y laboral de su país.
En 1824 Joris Steverlynck funda Algodoneras Flandria, con tal éxito que a su alrededor crece la ciudad del mismo nombre, cerca de Luján.
Este era el país que en 1889 con motivo de los cien años de la Revolución Francesa, en la Exposición Universal de París, asombraba al mundo. Había dos símbolos que se llevaban las miradas: la Torre Eiffel y la otra era un pabellón, que imitaba un palacio, era el pabellón argentino, donde, por supuesto, que se veían los productos agrícolas y ganaderos que venían de las pampas pero también los ejemplos de multitudes de industrias como la cámara de conservación en frío de la empresa Sancicena y otros tantos que se exponían allí mismo.
Todo ese asombro hacía decir, por ejemplo, a algunos periódicos franceses de la República Argentina: “Su futuro es tan grande, su prosperidad creciente, su situación excepcional, que es comparable a los Estados Unidos del Norte”.
Todo esto se logró en un país que respetó en esos años el sistema económico alberdiano plasmado en la Constitución de 1853, que podríamos resumir en cinco parámetros:
- Respeto absoluto a la propiedad privada
- Libertad de comercio
- Muy pocos impuestos
- Moneda sana
- Libertad para producir y trabajar
Sin subsidios, sin protecciones, sin transferencias de ingresos, sin “redistribución” del ingreso. Este es el país que estaba entre las siete mayores potencias económicas de la Tierra y que hoy luce, en los índices de nivel de vida, al lado de los peores del mundo, echando empresas como LATAM en lugar de inventarlas, de crearlas, de recibirlas, de expandirlas, de desarrollarlas.
¡Volvamos a las bases libertarias de Alberdi! Esas mismas bases que nos convirtieron en el país más rico del mundo y dejemos el populismo fascista que hizo de nosotros una republiqueta y nos está llevando a un desastre irrecuperable.