
Está claro que el 20 de diciembre se perfila para ser una fecha importante en la Argentina. Hasta ahora lo fue por una desgracia programada: los premeditados acontecimientos del 2001 para derrocar al presidente De La Rúa -planificados por el peronismo que usó mano de obra trotskista para implementarlos en la calle- son recordados por ese extremismo foráneo cada año como si allí “el pueblo” se hubiera levantado contra un tirano opresor.
Nada de todo eso fue cierto. Ni siquiera la cifra de muertos en la Plaza de Mayo, que el peronismo y la izquierda repiten como un mantra. Si bien una sola muerte es una desgracia irreparable (para los bien nacidos, claro está, porque ellos no tienen ningún reparo en buscarla para luego usarla en su beneficio por la vía de la victimización), lo cierto es que en la Plaza de Mayo o en sus inmediaciones sólo murieron 5 personas, las otras 27 ocurrieron en jurisdicciones gobernadas por el peronismo del interior del país.
Tampoco, obviamente, el Presidente De La Rúa era un dictador o un déspota. Era un presidente de la Unión Cívica Radical que, en coalición con otros partidos, había ganado legítimamente las elecciones de 1999 e intentaba llevar adelante un ajuste del gasto (primero con López Murphy y luego con Cavallo) que le permitiera al país darle una nueva oportunidad a la Convertibilidad.
Sin embargo, el incesante repiqueteo del populismo peronista, el extremismo comunista y la demagogia de los medios fueron haciendo su trabajo para que quedara instalado en la memoria colectiva que el 20 de diciembre de 2001 “el pueblo había parado el ajuste”.
Todos saben lo que ocurrió después: el robo por parte del Estado de los depósitos de los ciudadanos privados, la indisponibilidad de los fondos propios, el corralón, la licuación de las responsabilidades de los ineficientes y conchabados de siempre, un descenso dramático del nivel de vida y la llegada final de la servidumbre delincuencial del kirchnerismo.
Hoy, 22 años después, otro 20 de diciembre puede convertirse también en histórico, pero, esta vez, por las buenas razones.
Cuando esto se escribe no han ocurrido ninguno de los dos hechos que pueden hacer que, a partir de ahora, este día sea recordado como aquel en el que se produjo un quiebre del paradigma de pobrismo por el que la Argentina se rigió, en general, en los últimos 80 años y que profundizó a niveles de obcecación ridícula en los últimos 20.
Para las cuatro y media de la tarde las organizaciones que defienden un poder de facto y que en las últimas elecciones sacaron el 2,6% de los votos, anunciaron una marcha con cortes de calles y accesos bajo el mismo verso mentiroso de siempre: “el pueblo expresa su lucha contra el ajuste en las calles”.
Este conjunto de extremistas -agitadores vagos que desconocen la esencia de la vida libre- deberían sentir vergüenza por el solo hecho de llamarse a sí mismos “pueblo”. El pueblo, como quedó enfáticamente demostrado en las elecciones de hace menos de un mes, les dio la espalda de una manera atroz: una paliza de la que, si tuvieran un mínimo de dignidad, no se hubieran vuelto a levantar.
Son una minoría insignificante entre los argentinos. Una minoría que está decidida a causar daño, a romper, a incendiar, a ejercer la fuerza bruta, a lastimar e, incluso, a buscar un muerto para luego, como acostumbran, hablar de la “sangre popular” y de los “mártires del pueblo”. Todos versos viejos, conocidos, vacíos, cínicos.
Contra ese hecho el gobierno anticipó el primer cambio de paradigma: el regreso del orden, de la vigencia del Derecho, de la aplicación del principio de la responsabilidad individual por la comisión de delitos o de hechos violentos y de la defensa de los ciudadanos libres que quieren circular para trabajar, llegar a un trámite, ir a un hospital, tomar un café o simplemente caminar por la calle porque se les canta el culo.
El triunfo pacífico, al final del día, del orden por sobre el caos doblará el primer brazo de un Antiguo Régimen que ya no sirve… Mejor dicho: que nunca sirvió pero que ahora ni siquiera cuenta con la aquiescencia idiota de muchos que lo respaldaron estúpidamente en el pasado hasta que advirtieron la intrínseca mentira que escondía toda esa bola de mierda.
El segundo hecho por el cual este 20 de diciembre puede reemplazar -con los motivos del bien- el recuerdo de una fecha que hasta ahora rememoraba los motivos del mal, es el anuncio presidencial de las medidas que desregulan la economía y que liberan la energía argentina de cadenas viejas y oxidadas que tenían maniatado el talento, los sueños y las iniciativas de millones de ciudadanos que habían pasado a ser meros zombies del Estado; zombies cuyas vidas habían quedado reducidas a aceptar sólo dos alternativas: cumplir lo que “Su Majestad” establecía como obligatorio y abstenerse de hacer lo que aquel mismo opresor determinaba como prohibido.
Si el Presidente Milei tiene éxito en llevar adelante su plan liberalizador, las generaciones futuras recordarán este 20 de diciembre de 2023 como el día en que la Argentina sepultó una etapa de degradación y decadencia para empezar una de crecimiento, desarrollo y holgura.
Recuerdo que cuando trabajaba en el área institucional y legal de una compañía industrial en los finales del gobierno de Alfonsín (que en aquel momento amenazaba con la aplicación de la Ley de Abastecimiento a todos los que desafiaran las disposiciones del Príncipe) batallé para que la empresa presentara ante la Justicia una demanda por inconstitucionalidad de la ley. Lo hicimos a través del trabajo del Estudio de los Dres. Villafañe Tapia. Ver hoy que esa ley va a ser derogada luego de 50 años de vigencia autoritaria me reconcilia con mi juventud.
El proyecto dispone la derogación de más de 300 leyes y la modificación de más de 3000: un tiro directo al corazón del dirigismo que reemplazó los vientos liberales de la Constitución; los mismos que habían convertido a la Argentina en la primera potencia mundial, viniendo de ser un desierto infame; los mismos que el populismo pobrista apagó y con ello hundió al país en la miseria y en la indignidad de la escasez.
Si estos dos “Big Bangs” (el del orden público y el de la libertad civil) tienen éxito, será el principio del fin de una noche larga y oscura para la Argentina. El esfuerzo será enorme y la cuesta empinada. Pero la recompensa por esta patriada inédita será el regalo de esta generación para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos para que ellos puedan desarrollar en el suelo argentino sus sueños más indómitos y sus anhelos más luminosos.
Con todo, el aporte que se va a reclamar hoy no tiene punto de comparación con el que hicieron los Padres Fundadores que, rodeados de privaciones insufribles, moldearon la luz de una antorcha brillante que iba a iluminar, no solo el futuro argentino de los siguientes 80 años, sino el futuro de todo un continente que miraba a la Argentina con admiración y asombro.
Dios quiera que mañana podamos volver a estas columnas con la presunción de que ese camino ha comenzado; de que el recuerdo de un 20 de diciembre ya no estará dominado por la negrura y la maldad política sino por la esperanza de un nuevo comienzo. ¿Quién dice que no podemos soñarlo si, después de todo, somos el mismo pueblo que cruzó Los Andes, los mismos que llevamos la bandera argentina a ondear sobre la octava superficie más grande de la Tierra? ¿Quién dice que no podemos soñarlo si, después de todo, somos argentinos?