
Hay veces en que los estómagos deberían tener un reconocimiento público de aquellas sociedades a los que ese órgano, generalmente asociado solo con los procesos digestivos, les hace un gran favor.
Al menos metafóricamente. Porque es en ese terreno de las metáforas donde los estómagos son más útiles al pueblo.
“Me salió del estómago” “No tengo estómago para eso” “Sinceridad estomacal”, son algunas de las frases que la imaginación popular ha usado para hacer una alegoría entre la honestidad intelectual brutal y la biología.
Muy bien. En estos días hemos tenido dos casos en donde los estómagos han dicho presente en la Argentina. Como siempre ocurre cuando las verdades “brotan del estómago”, quienes las dicen no son completamente conscientes de la pieza de confesión que le están entregando al auditorio.
Pero eso no quiere decir que el auditorio deba dejarlas pasar. Y nosotros, desde este pequeñísimo lugar, estamos aquí para eso: para no dejarlo pasar.
Por eso el comentario de hoy está dedicado a dos “estómagos resfriados” que, por si hiciera falta (y está visto que hace falta), le regalaron a los argentinos dos verdades que el maquillaje de la política (que a veces cuenta hasta con la complicidad de la idiotez, de la ignorancia, de la inocencia o de la envidia de muchos) logra camuflar con éxito durante más tiempo del que sería recomendable.
Me estoy refiriendo a los casos de Rodolfo Aguiar, el Secretario General de ATE, y de Emerenciano Sena, el impresentable chaqueño cómplice de Capitanich que, como una réplica de Milagro Sala en Jujuy, había montado en su provincia -de la mano del impresentable gobernador y con la inefable participación de los Kirchner- una organización criminal que esclavizaba argentinos para quedarse con fortunas ajenas. Su delirio lo llevó, finalmente, a asesinar, descuartizar y a quemar a una chica que había tenido la malísima idea de enamorarse de su hijo.
Vayamos primero con el caso de Aguiar.
Este impresentable, llevado por la furia de su “estomago resfriado”, dijo ante las cámaras de televisión que su “trabajo consiste en provocar la crisis de este gobierno”. De vuelta, lo dijo como al pasar, con naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo… Seguramente mucha de su audiencia también lo escuchó bajo las mismas condiciones “normalidad…”
Pero detengámonos un poco delante de esas palabras. La frase contiene un término clave: la palabra “trabajo”. Admito que muchos pueden verse atraídos por la fuerza que tienen las palabras “crisis” o “gobierno”. Pero el término clave aquí es la palabra “trabajo” ¿Por qué?
Porque que alguien diga que “su trabajo consiste en provocar la crisis de este gobierno” implica decir que esa persona se levanta todos los días con un objetivo claro, del cual depende SU INGRESO. Las personas “trabajan” para ganarse la vida y ganarse la vida se traduce como llevar dinero a su bolsillo para vivir, para subsistir, para seguir adelante. Eso es TRABAJAR.
Cuando alguien dice que trabaja de “provocador de crisis”, quiere decir que hará todo lo que esté a su alcance, de una manera profesional, para que el resultado que busca con su trabajo se materialice. Porque es la “crisis” la que le da su INGRESO. Si no hubiera crisis su INGRESO se caería.
Dedicará horas y horas de su tiempo para pensar maneras de que “su trabajo” logre el efecto que busca. Mientras otros trabajan lavando copas, haciendo cuentas, cargando camiones, comprando y vendiendo o teniendo reuniones para crear un producto, el señor Aguiar “trabaja” de “provocador de crisis”.
No hace muchos días -en consonancia con esto y cuando se le preguntó por qué convocaba a un paro para oponerse a una reforma laboral cuyos detalles no conocía- dijo: “Macri también ganó las elecciones de medio término holgadamente en 2017 y a los pocos meses tenía un quilombo extraordinario… No vaya a ser cosa que ahora termine pasando lo mismo”, en un claro anticipo de lo que días después sería su brutal confesión: trabajar para voltear a Milei y complicar todo proyecto que venga del gobierno como parte de ese “trabajo”.
Cuando pronunció las palabras “no vaya a ser cosa que”, una ligera sonrisa macabra se percibió en el audio de la radio que lo estaba reporteando, como si un espíritu maligno no hubiera podido reprimir sus ganas de confesar tácitamente que sería él mismo y su gente los que se encargarían de hacer las cosas que hubiera que hacer para que ahora también pasara lo mismo que pasó con Macri en 2017. “Estamos trabajando, Rodolfo”, decía ese espíritu mientras desplegaba una carcajada a lo Vincent Price.
La confesión de estómago resfriado de Aguiar es una evidencia fortísima (para todos aquellos que aún la necesiten) de que hay “gente trabajando” y de que lo hace incansablemente para “provocar la crisis”.
No importa si para materializar su objetivo hay que mentir, fabricar operaciones, agitar los ánimos o inflamar la calle: “Nosotros estamos trabajando… Nuestro trabajo es hacer quilombo y no vamos a parar de hacerlo porque de eso depende NUESTRO INGRESO…” Es como escuchar la voz gutural de un espíritu de horror que se hubiera apoderado del cuerpo de Aguiar para, finalmente, confesar la verdad.
El otro caso, el de Emerenciano Sena, desenmascara otra enorme mentira universal que una parte del mundo se comió durante mucho tiempo como si fuera un caramelo de dulce de leche. Me refiero al comunismo.
En su alegato final -cuando las normas de la democracia que ellos quieren destruir les dan a los acusados la posibilidad de decir las últimas palabras antes de escuchar la decisión del jurado- este delincuente (que terminó matando a Cecilia Strzyzowski porque la chica había descubierto las matufias de su clan para robar cientos de millones de dólares con el engaño de las “viviendas comunitarias”) dijo “yo no creo en la propiedad privada”, como echando mano a una última esperanza para que el disfraz de la ideología lo salve de sus crímenes.
En esa frase había escondida otra confesión brutal: el comunismo es -siempre lo fue- una pantalla ideológica para ocultar detrás de esa mascara intelectual a una manga de delincuentes de guante blanco, tan comunes como el Gordo Valor, que tuvieron la astucia de disfrazar sus delitos con una pátina filosófica que, en el fondo les permitiera decir (como lo insinuó Sena el otro día) “yo no soy delincuente, no soy ladrón, no soy asesino: yo soy comunista… Y ustedes me quieren condenar porque son parte de la elite concentrada que explota al pueblo”
Este hijo de puta que, bajo el protectorado de los Kirchner y de Capinanich, había creado en Chaco una especie de territorio autónomo en donde no se izaba la bandera argentina sino la del Che Guevara y la de Cuba y en donde se disfrazaba a los chicos del colegio con uniformes rojos, era el titular de una corporación mafiosa dedicada a esclavizar chaqueños que, bajo la mentira de la “comunidad socialista”, construían viviendas con sus propias manos para que, como propietario real, se las quedaran Sena y su clan. Esto fue lo que descubrió Cecilia y eso fue lo que la condenó a morir peor que un animal a manos de los románticos comunistas de Sena. Ningún colectivo feminista pro-kircherista o pro-socialista se acordó de ella: su asesinato lo habia consumado un “compañero”.
Por supuesto que es mucho más digno para uno mismo pararse frente al espejo y repetirse: “Quédate tranquilo que vos no sos delincuente: sos comunista”.
Pero en realidad no hay diferencias entre una cosa y la otra: una idea (si es que a eso se le puede llamar ”idea”) que parte del hecho de dar por sentado que una serie de productores esclavos seguirán trabajando de la misma manera que si fueran libres solo que, en lugar de quedarse con el fruto legítimo de su trabajo, lo entregarán a un burócrata que, luego de robar la mayor parte para sí mismo, repartirá la limosna del saldo entre la “comunidad”, no puede ser otra cosa más que una engreída pantalla de delincuentes.
Lamentablemente para muchos países del mundo esta careta funcionó (y aún sigue funcionando) de la mano de una combinación de factores entre los que se encuentran la ignorancia, el “intelectualismo” la idiotez, la inocencia, el resentimiento y hasta el romanticismo de mucha gente que cree ver allí a un conjunto de justicieros que vienen a equiparar los tantos de la equidad.
Ojalá que confesiones brutales como las de Sena (“yo no soy un asesino, soy comunista y no creo en la propiedad privada”) sirva para abrirles los ojos a muchos que, de una vez por todas, pasen a entender que en la única propiedad privada en la que no creen los comunistas es en la propiedad privada ajena. Porque hasta son capaces de asesinar de la manera más cruel a cualquiera que intente desenmascarar la ilegitimidad de la que ellos consideran propia.


Excelente reflexión, Aguiar es impresentable y Sena un delincuente. Punto como dice el vocero devenido en Premier