
De acuerdo a un seguimiento del economista Esteban Domecq publicado en Twitter, desde que el presidente Fernández asumió el poder el 10 de diciembre de 2019, es decir, en tan solo 11 meses, se crearon (o aumentaron las alícuotas de) 15 impuestos, a saber: dólar tarjeta, impuesto a los servicios digitales, impuesto a los bienes personales, modificación de alícuotas de impuestos a varios alimentos, impuesto automotor, cargas sociales, retenciones a las exportaciones, I. Brutos y sellos, impuesto inmobiliario, diferencial para la soja, seguros para autos, electrónicos, juegos de azar, riqueza, autos de lujo.
Se trata de un impuesto nuevo o un aumento de las alícuotas cada 14 días, 2 horas, 52 minutos, como apunta Gustavo Lazzari.
Los impuestos son herramientas de desaliento. Es decir, cuando se quiere desalentar una actividad se le puede aplicar un impuesto para que, justamente, la gente reciba el mensaje de “encarecimiento” y se abstenga de realizar esa actividad o la realice menos.
Si uno revisara los impuestos que rigen en la Argentina (son casi 170) puede tener un mapa de la “mentalidad argentina”, es decir, puede discernir qué es lo que la Argentina quiere desalentar y, por el contrario, lo que el país promueve.
Así, si se genera un impuesto diferencial para pagos con tarjeta de crédito, obviamente se desalientan esos consumos, con lo cual esas actividades económicas caen. Si se crea un impuesto a “la riqueza” se castiga su generación, por lo tanto habrá menos riqueza y más pobreza. Si se aplica un impuesto a las exportaciones, habrá menos ventas al exterior y menos llegada de dólares. Si se crea un impuesto “al lujo” habrá menos “lujo” y el país será más “berreta”.
Los impuestos son como psicoanalistas: van descubriendo la personalidad nacional por su simple análisis. Son “vías regias”, como diría Freud, para conocer qué tiene un país en la cabeza y qué puede esperarse de él.
Al revés, cuando uno analiza lo que un país recompensa o aquello a lo que apoya o financia, también puede encontrarse otra forma de saber cuál es la concepción social que ese país tiene.
Así, si se adjudican planes de ayuda a las personas que no tienen trabajo que se pierden cuando las personas consiguen trabajo, obviamente, se está alentando a que las personas no busquen trabajo. Si se subsidia el embarazo pagando planes por hijo y por embarazo, se estimula a que las mujeres queden embarazadas muchas veces sin saber si van a poder darle al hijo un futuro alentador.
Si los que extorsionan con el ejercicio de la fuerza bruta (en las calles, tomado propiedad privada o pública, produciendo destrozos o de cualquier otra manera) son recompensados con la obtención de lo que buscaban, es muy posible que la sociedad decodifique ese mensaje y entienda que la fuerza tiene más peso que la ley en el país, con lo que gran parte de los fundamentos del Estado de Derecho caen.
Ayer entre los manifestantes que apoyaban la sanción en diputados del impuesto a la riqueza, se podían leer estandartes que decían “la riqueza de ustedes es la pobreza nuestra”. Obviamente este es el reflejo de la mentalidad que ha sido trasmitida de arriba hacia abajo durante décadas en la Argentina, según la cual existe un conjunto de argentinos que le ha robado al resto lo que les pertenecía (es decir que no lo han ganado trabajando, invirtiendo, dando trabajo, inventando, creando, arriesgando, sino robando) y que ahora hay que establecer mecanismos para que restauren esa riqueza.
En un lapsus de distracción pensé, en realidad, que el cartel estaba dirigido a los políticos (especialmente al peronismo y muy particularmente al kirchnerismo) porque ellos sí encuadran perfectamente en esa concepción: son millonarios, la actividad del servicio público jamás podría justificar las riquezas que tienen, no han inventado, creado o arriesgado nada, no han dado trabajo (más bien todo lo contrario), no han trabajado (como lo reconoció el senador Carlos Caserio en una nota con la periodista Carolina Amoroso, en la que dice que “ellos no trabajan como el resto de la gente porque ellos son el Estado”) y no pensé en la máxima en la máxima que guía al pensamiento inaugurado por Néstor Kirchner: “a la burguesía nacional no se la condena; se la suplanta”.
El problema consiste en que una porción importante del país (la mitad a los fines prácticos) no condena a los políticos que sí se robaron la riqueza por la vía de expoliar con impuestos a los que trabajan, dan trabajo, inventan, arriesgan y crean, sino que los ponen a ellos a salvo y condenan a los que emprenden, tienen ideas, invierten y dan trabajo. Una inversión completa de los valores.
Por eso Néstor Kirchner inventó el muñeco del progresismo: “La izquierda da fueros”, decía el tuerto. Y no se equivocaba. Construyó un verso tragable por idiotas (y por otros cuantos vivos que también vieron un yeite en eso para vivir sin laburar) y luego se dedicó a robar, bajando la línea de que los que les robaban al pueblo eran los ricos.
El defalco del Estado, más la concepción freudiana de castigar la generación de riqueza y subsidiar la vagancia, produjo la legislación fiscal que hoy tenemos, destinada, teóricamente, a financiar el barril sin fondo estatal. El presidente habló hace poco de su Carta Astral. No hace falta consultar una para el caso del país. Solo hace falta ver qué impuestos y qué subsidios tiene.
Ya no hay más en el fondo de la lata. Por eso ahora el robo es a mano armada, con el directo aval de los votos del Congreso. ¿Se animará la clásica justicia pusilánime de la Argentina a poner las cosas en su lugar? Lo dudo.