El gobierno del presidente Macri ha llegado a un punto en donde ya no tiene sentido seguir apelando al populismo ilustrado para intentar ganar las elecciones. Su misión en el mundo hoy es otra. Aunque, de paso, digamos que, si cumple más temprano que tarde con esa misión, de yapa puede llevarse a casa el milagro de ganar.
¿Y cuál es esa misión? Hacer algo por la Argentina para que al menos su legado no sea el de un gobierno más o menos pusilánime que, al mismo tiempo que estimulaba el “sí, se puede”, decía por lo bajo “con el peronismo no se puede” y que pasó sin pena ni gloria por el poder.
¿Cuál podría ser ese legado para “los tiempos”, ese giro idiomático que tanto le gustaba a Raúl Alfonsín? Darle a la Argentina una moneda. ¿Qué moneda? La que quieren los argentinos; los que lo admiten abiertamente y los que declaman otra cosa pero corren a comprarla en cuanto pueden: el dólar.
Los argentinos quieren al dólar como moneda. No quieren el peso. Enterremos de una buena vez esa mentira. ¿Cómo darnos un dólar como moneda, entonces?
En primer lugar, el gobierno debería anunciar un plan económico shockeante que contemple la dolarización y un amplio acuerdo internacional de respaldo que le permita al FMI cobrar sus acreencias y al gobierno de los EEUU justificar la decisión que tuvo de apoyar a Macri en su momento.
Si el presidente sorprendiera con una amplia gama de medidas anunciadas todas al mismo tiempo, de una sola vez, de modo contundente, abarcando los aspectos más críticos del problema argentino central, esto es, multiplicar geométricamente la riqueza, se derrumbaría la tasa de interés, se neutralizaría el poder explosivo de las Leliq, se comenzaría a tener una moneda que cumple sus funciones esenciales, es decir, actuar como medio de pago e intercambio y como reserva de valor y, paradójicamente, sus chances electorales aumentarían.
El problema central de la Argentina es que tiene completamente encadenadas sus fuerzas productivas: en el país no conviene trabajar. Sin trabajo no hay aumento de la riqueza y sin aumento de la riqueza crecen los pobres y las deudas.
El presidente debe desencadenar a los argentinos. ¿Cómo? Rompiendo las dos principales cadenas que lo asfixian: la legislación impositiva y la laboral.
La Argentina tiene 163 impuestos, mientras Nueva Zelanda y Australia (que copiaron el sistema rentístico de la Constitución de Alberdi en el siglo IXX y lo mantienen hasta hoy) tienen 4. Ese agobio no va más.
La llamada Ley de Contrato de Trabajo (20744) es una ley pensada para que no se contrate gente para trabajar, para que los trabajadores sean expulsados del trabajo registrado. Como consecuencia la mitad del PBI argentino real está en negro y no tributa. Obviamente que si lo hiciera no podría sostener el pago de 163 impuestos. Por eso se exilia en la informalidad. Para que tribute es necesario volver al sistema impositivo diseñado por el padre de la Constitución que fue comenzado a destruir por el fascismo de los años treinta y demolido por el peronismo en la década siguiente.
Perón, entre el 1 de enero de 1946 y el 30 de mayo del mismo año, emitió casi 16300 decretos leyes destruyendo completamente la estructura fiscal y laboral de la Constitución. El resultado fue el comienzo de una estrepitosa caída del PBI per cápita que llevó a la Argentina de ser uno de los primeros países de la Tierra a ocupar hoy puestos de la retaguardia (más allá del lugar 80) y a convertirse en una de las economías más cerradas del mundo (posición 143 en el índice de libertad económica de la Heritage Foundation)
Desde ese momento en adelante la moneda nacional perdió 13 ceros (y hoy a fuerza de ser sinceros debería perder hoy otro más, para que el dólar esté en una relación más o menos de 6 a 1) lo que da una idea de la formidable dilapidación de riqueza que tuvo lugar en el país.
No hay otra nación en el mundo que haya perdido semejante fortuna sin una catástrofe natural o una guerra en los últimos 80 años. Solo la Argentina, que no tuvo una catástrofe natural ni una guerra, pero tuvo el fascismo peronista.
Es hora de terminar con esto. El presidente Macri tiene la oportunidad porque conserva una condición que lo pone en un lugar único para hacerlo: no tiene nada que perder.
La pretensión de conservar un status quo anodino que no solo no conforma a nadie sino que ha sido el factor principal para que todos se le fueran al humo y se le animaran cada vez más, ya no tiene sentido. Es la hora de la audacia. Es la hora de dar un paso gigante, inesperado, un golpe de efecto sorpresivo. Ya no podemos seguir así. Ni los que trabajamos ni los que quieren vivir de los que trabajan. Macri puede hacerlo, si quiere. Es hora de decisiones valientes. Tal y como hicieron los argentinos que fundaron el país a quienes no les tembló el pulso para adoptar los sistemas legales más modernos del mundo para sacar a aquella indómita Argentina del atraso, del desierto infame y del analfabetismo. Hoy otro atraso nos abruma. Solo con una movida osada, cargada de arrojo y atrevimiento puede darle al presidente una oportunidad. Y al país un futuro.