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Argentina, el país más gramsciano del mundo

De fondo se escuchaban gritos de ¡Bravo! y también aplausos cerrados. El delegado gremial de los docentes en Chubut, Santiago Goodman, terminaba de pronunciar una frase para la historia, cuando se le preguntó si el ciclo lectivo en la provincia estaba perdido: “No, no está perdido porque es mejor que nuestros alumnos aprendan a luchar que a saber la raíz cuadrada de un montón de cosas”.

Como típico país gramsciano la Argentina también logró cambiar el sentido común medio de la sociedad sobre lo que es bueno que los chicos vayan hacer a la escuela o aquello para lo que se supone que la escuela está diseñada.

Ahora hay una porción importante de gente que cree que está bien que la escuela sirva para “enseñar a luchar” en lugar de estar allí para enseñar cómo se resuelven raíces cuadradas. Y a tal punto esa porción social lo cree que cuando alguien lo dice expresamente, lo aplaude.

En la escala de degradación moral de los países podemos anotar tres escalones bien distintivos. El primero -ya de por sí suficientemente grave- es aquel en donde se ubican los países que no distinguen el bien del mal. Es tan profunda su confusión sobre los valores de lo correcto y lo incorrecto que no saben dónde está lo uno y dónde lo otro.

El segundo escalón supone una evolución y una involución al mismo tiempo. Una evolución porque aquí los países sí distinguen lo que está bien de lo que está mal, pero una involución porque, al mismo tiempo que lo distinguen, deciden, voluntariamente, hacer lo que está mal.

Por último en el tercer escalón de degradación moral los países no solo distinguen lo que está bien de lo que está mal y deciden voluntariamente hacer lo que está mal, sino que se sienten orgullosos por ello. Esa es la escena de los “bravos” y de los aplausos para Goodman.

No hay dudas de que el gramscianismo extremo de la Argentina la ha llevado a este último escalón. Se trata de una gas invisible que todos respiramos y que nos ha cambiado nuestra idea última sobre la corrección, sobre lo correcto y lo incorrecto.

Fíjense, por ejemplo, lo que está ocurriendo en El Palomar con la operación del aeropuerto para las nuevas líneas aéreas que han comenzado a operar en la Argentina, básicamente Flybondi y Jet Smart.

El Palomar siempre fue un aeropuerto militar de 24 horas de operación, utilizado por aviones Hércules y Mirage que producen un importante nivel de ruido. Nunca hubo una queja. 

Con la política de permitir la operación de otras líneas en la Argentina, distintas de Aerolíneas y Austral, para abaratar los costos, ampliar las conexiones del país y permitir que más gente vuele, se habilitó El Palomar como aeropuerto de uso civil.

Se hicieron obras de infraestructura y toda la zona se pobló de emprendimientos acordes para servir al pasajero civil (restaurantes, bares, food trucks, negocios, etcétera). Sin embargo, la mafia de Aerolíneas, que sigue insistiendo en que nada estorbe los privilegios de los cuales viven confiscando el fruto del trabajo de los demás argentinos, presentó una demanda (a través de UN [1] vecino funcional a sus intereses, a quien no se sabe la torta de plata que le habrán puesto para que se presente a la Justicia) en el Juzgado Federal de la Dra Martina Forns para que suspenda las operaciones nocturnas del aeropuerto “por ruidos molestos”.

Forns, que respira el mismo gas gramsciano que nos hace creer que aprender a luchar es mejor que aprender a resolver raíces cuadradas, hizo lugar a la petición y hoy más de 1000 familias que servían la infraestructura civil del aeropuerto corren el riesgo de perder el trabajo. ¿Todo para qué? Para que esbirros de la misma catadura que Goodman sigan siendo los dueños de la Argentina.

Esta fenomenal distorsión de valores es la que permite que un grupo de privilegiados haya logrado encaramarse en la cúpula enriquecida de una casta que vive a costa de una sociedad esclava. Un conjunto de perfectos parásitos que sigue chupándole la sangre al cada vez más pequeño grupo de argentinos que trabaja, y para los cuales solo tienen una noticia: vamos por más de lo que aun tienen.

Mientras el país siga privilegiando este nuevo sentido común medio de la sociedad (imperante desde el triunfo del gramscianismo más acérrimo) la Argentina no tendrá solución. Y no la tendrá porque una parte electoralmente decisiva de la sociedad se siente orgullosa de elegir hacer lo que está mal. Cree que eso es revolucionario. Cree que eso les causa alergia a los “que tienen el poder”. Cree que eso es transgredir lo establecido y que transgrediendo lo establecido se hallarán las soluciones.

Son unos pobres diablos. Idiotas útiles, de los cuales el gramscianismo marxista siempre se valió para salirse con la suya. No se dan cuenta que cada día viven peor, más hundidos en el barro, mientras unos pocos privilegiados, envueltos en la bandera y al grito de “¡Ar-gen-tina, Ar-gen-tina!” los usa como carne de cañón.

Pero tanto es su resentimiento, tanta su furia, tanto su rencor, que están ciegos. No ven que los usan. No se dan cuenta que los viven. Creen que “están luchando”. Y están orgullosos de eso. Y allí van, directo a la servidumbre.

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