Por llevar el nombre de “emergencia económica” la gente cree que lo que llegó al Congreso es un proyecto para enfrentar urgencias de ese tipo. Error.
Lo que está en juego aquí es algo mucho más profundo que un conjunto de disposiciones que afecten la economía: lo que aquí se propone es otro capítulo más del típico atropello populista.
El kirchnerismo ha dado muestras sobradas de que es un movimiento totalitario que tiende a la suma del poder público. Prueba de ello es que durante su primer tsunami, al mismo tiempo, intentó convencernos de dos extremos contradictorios: que estábamos en el mejor de los mundos precisamente gracias a ellos (“década ganada”, “el mejor presidente de la historia”, y toda la parafernalia de eslóganes conque decoraron su absolutismo) y de que estábamos en “emergencia económica” por lo cual era necesario renovar todos los años esas facultades extraordinarias entregadas al Poder Ejecutivo para que este hiciera y deshiciera sin control de nadie. ¿Cuál era la emergencia si estábamos en el paraíso kirchnerista?
Empezó por imponer esa norma en 2003 de modo “excepcional”. El único tema es que la “excepcionalidad” duró 16 años.
Hoy vuelve con el mismo repertorio, el de un movimiento que, sencillamente, no puede limitarse a gobernar bajo la institucionalidad de la Constitución.
En otro lugar hemos dicho que la “crisis” y la “emergencia” son los sustitutos ideales de la guerra que, en tiempos de paz, utiliza el fascismo para restringir libertades. En efecto, en ausencia de conflagración (que tiene la virtualidad de poner de predisponer a todo el mundo a ceder derechos por la “situación por la que atraviesa el país”) la crisis y la emergencia se presentan como suplentes ideales cuando las balas no zumban.
El peronismo en general y el kirchnerismo en particular se han presentado como maestros a la hora de pintar las cosas con tal grado de dramatismo que prácticamente todo el mundo les ruega que declaren la “emergencia”. Es lo que se proponen hacer una vez más.
El proyecto que fue enviado al Congreso contempla diversas formas de expropiación que superan todos los límites hasta ahora conocidos. Sin tocar un solo centavo del enorme curro de “la política” -que seguirá viviendo como una casta de la Edad Media mantenida por la sociedad esclava- el proyecto prevé imponer tributos sobre el ahorro de los argentinos que son directamente confiscatorios.
En muchos casos se va a llegar al punto en que el contribuyente va a tener que vender todo o parte del activo gravado para pagar el impuesto sobre ese mismo activo. Esto en adición a que en una enorme mayoría de casos esos activos son el ahorro de toda una vida de trabajo y que se han separado como un resguardo de contingencia para la vejez o para cuando las personas no puedan trabajar con la fluidez que lo hacían de jóvenes.
Esto, a su vez, producido por el hecho de que el “señor Estado” no les brinda a esas personas la más mínima protección para ese momento de la vida. Previsoras, y a costa de su propio esfuerzo y trabajo, esas personas decidieron separar una parte de sus ingresos para ese momento futuro, en muchos casos sacrificando goces presentes.
Frente a esta situación, e invocando la emergencia, el Estado pretende imponer impuestos sobre ese ahorro, lo que de por sí debería considerarse un despropósito. Pero además gracias a que en los últimos años la actividad económica cayó dramáticamente, muchas de esas personas no pueden pagar el impuesto al activo gravado sin tocar el propio activo gravado. Es decir, el giro normal de sus negocios no les permite pagar el impuesto con su ingreso corriente sino que deberían vender todo o parte de su ahorro (que es el activo gravado) para pagar el impuesto. Esto en mi bario se llama robo. Así de simple, así de corto.
Todo para mantener a una interminable fila de “receptores” que desde hace años -y estimulados por el peronismo y por el kirchnerismo- advirtieron que era efectivamente posible vivir sin trabajar porque un conjunto de estúpidos sodomizados por el gobierno que los defiende a ellos, los iba a mantener con sus impuestos.
El punto es que la fila de receptores se ha multiplicado al infinito en los últimos y la fila de “productores” ha disminuido dramáticamente. Hoy 8 millones de argentinos se mantienen a sí mismos y además mantienen a otros 34 millones de personas. Basta. Se acabó. No hay más.
El gobierno podrá utilizar los tanques del ejército si quiere, pero la gente hará lo mismo que aquel muchacho en Tianamen Square que impidió que los tanques pasaran simplemente poniéndose enfrente: “písenme si quieren, pero de aquí no van a pasar”.
La Argentina económica llegó a un punto en donde hay muchos, muchísimos, “muchachos de la Tianamen Square”. La voracidad fiscal del fascismo volteó tantas vallas que ya no solo alcanza a las fortunas más empinadas sino que llegó a las orillas de los ahorros más pequeños, de los previsores de “entrecasa” que solo cometieron el crimen de ser precavidos porque están entrenados en el mal hábito de ser argentinos.
Esa gente no entregará lo que tanto le costó juntar. Esa gente no pasará por alto tan sencillamente el hecho de lo que en su momento se privó para poder separar un mango que les asegure una vejez más tranquila. Simplemente no lo hará. Podrán dictar las leyes que quieran, pero de nuevo aparecerá el muchachito de Beijing para pararse delante de los tanques.
El gobierno de Fernández ha comenzado mal. La confiscación quedó borrada para siempre del orden jurídico argentino desde que se sancionó la Constitución. La injusticia no es una herramienta disponible para solucionar los problemas ocasionados por un gasto populista tan voraz como insostenible.
Además no ha tenido siquiera la viveza de enviar un mensaje aunque más no sea “pour la galerie” a la sociedad en el sentido de “compartir” el esfuerzo con recortes a los privilegios propios del Estado y sus funcionarios.
“Esclavos, páguennos a nosotros y a la horda de garrapatas que nos vota a nosotros”, parece ser el mensaje. Pues no, Fernández, no vamos a pagar nada. Y en ello no hay ningún mensaje económico. Al contrario: se encierra allí todo el grito de rebelión por la libertad, casi un mensaje tomista de resistencia a la opresión.