A veces me pregunto cuántas veces hay que explicar las cosas para que finalmente se entiendan. O con cuánto detalle hay que ilustrar las explicaciones para que estas queden claras.
Estas dudas me surgen después de publicar un posteo de X en donde decía que la Argentina debe bajar sus costos de producción tanto públicos como privados porque, caso contrario, no tenía futuro. Y hablé del caso de empresas privadas que cargan con trámites y burocracias (lease costos) a sus clientes o proveedores impactando de ese modo en la estructura general de precios.
El posteo generó reacciones de algunos empresarios (que sé que siguen mis publicaciones) enojados porque se consideraban acusados de incurrir en costos innecesarios (yo llame a esos costos “idiotas” en el posteo), acusación que, de ninguna manera, estaban dispuestos a aceptar.
Les confieso que, que se genere en mi la inquietud de escribir algo para ampliar el sentido de lo que quise decir, me causa cierta frustración. Por supuesto que no estoy obligado a aclarar nada y que los que entienden lo que escribo desde hace mas de 40 años me conocen y no necesitan ninguna aclaración.
Pero el hecho de que quien siga mis publicaciones (aunque no haga mucho tiempo de eso) aun no se haya dado cuenta de que defiendo la libertad, la iniciativa privada y la superioridad ética de lo privado por sobre lo público, reitero, me frustra.
Me frustra porque, como decía al principio, me pregunto cómo hay que decir las cosas (o cuántas veces hay que decirlas) para que finalmente se entiendan.
¿De qué valieron, me pregunto, miles de artículos escritos, miles de comentarios radiales y televisivos emitidos (cuando escribirlos o decirlos era ir contra una fuerte corriente pública y cuando el insistir en ellos podía tener -como tuvo- consecuencias profesionales negativas)? O soy muy malo explicando las cosas o algunos son muy duros de entendederas.
He dicho hasta el cansancio que la hipertrofia estatal es una consecuencia del estatismo y no al revés. Es el estatismo lo que aparece primero en la mente humana y el agrandamiento del Estado lo que aparece después.
El embrión del Estado gigante está en la mentalidad argentina antes que en el Estado grande. Que la materialización del Estado grande profundiza la enfermedad no caben dudas (entre otras cosas porque hay un conjunto de vivos/delincuentes a los que les conviene el mantenimiento y la profundización de ese esquema). Pero, de nuevo: lo que hace nacer, lo que genera las condiciones para que el Estado grande aparezca, está en la mente argentina, está metido en su tuétano cultural.
Todos lo padecemos porque mas allá de los anticuerpos que algunos tengamos (por razones diversas: viajes, contacto con otras culturas, estudios, tipo de trabajo, etcétera) todos hemos estado expuestos a una radiación tóxica cultural que nos hace tener sesgos, tendencias e inclinaciones que (aunque estemos dispuestos a negarlo) nos hacen tomar decisiones que son más acordes con un escenario estatista o intervencionista que con un escenario libre.
Esas reacciones y decisiones espontáneas tienen para nosotros la fuerza de una segunda naturaleza, de una especie de segundo sentido común, que frente a determinadas coyunturas nos hacen tomar decisiones típicas del intervencionismo y de la mentalidad burocrática.
Por ejemplo, el reclamo natural e inocente de que se establezcan “controles”, es un caso típico de una reacción “natural” que muchos tienen frente a situaciones que los indignan. “Lo que pasa es que aquí nadie controla nada” es una frase que escuchamos todos los días.
Sin perjuicio de que hay en ella un fondo de verdad (porque si algunos controles legales se ejercieran [entre ellos el de constitucionalidad de las leyes, por ejemplo] quizás otra seria la situación de la Argentina), lo que quiero decir es que la primera reacción que nos viene a la mente frente a determinadas cuestiones es la exigencia de un “control”. No la revisión de conductas propias, no el arrepentimiento, no el pedido de que, sin necesidad de controles, las personas se manejen de otra manera. No: lo que primero pedimos es que “alguien” controle.
Del mismo modo, en el desempeño cotidiano de empresas privadas -para ir al caso de mi posteo de X- muchas compañías imponen burocracias innecesarias para ser cumplidas por sus clientes o proveedores que, como todas las burocracias, agregan costos a la operación.
Si la Argentina no logra bajar esa maraña de costos burocráticos no tiene destino. A eso me refería con la publicación que tuiteé.
No hay dudas de que el principal “proveedor” de esa torta de costos es el Estado. Que se me exija a mi que vuelva a decir eso por enésima vez es una especie de colmo de la redundancia. Pero lo digo una vez más de todos modos: por cada punto de costo que la actividad privada le agregue al “costo argentino”, el Estado, seguramente, le debe agregar un billón. ¿Esta claro? ¿O hago un dibujito?
Que alguien que me sigue habitualmente no haya entendido que digo eso hace 40 años es porque escribí al pedo o porque es muy difícil hacer entender las cosas. Esa dificultad, en alguna medida, prueba el éxito que ha tenido el método gramsciano de formatear la mente de las personas por la vía de infiltrar las principales usinas culturales de la sociedad. Lo que hay que revisar es qué tipo de mentalidad o cultura dio origen a ese Estado. Porque la mentalidad y la cultura están ANTES que el Estado; todo Estado es el fruto de una determinada mentalidad o cultura, no al revés.
Un dato importante que, en una medida colateral, puede explicar las razones que la actividad privada tenga para exigir el cumplimento de burocracias inútiles es la tendencia al malandraje que, lamentablemente, existe en la Argentina.
En efecto, el objetivo de “cubrirse” frente a cualquier contingencia o de evitar ser “estafado” puede llevar a empresarios privados a exigir el cumplimiento de ciertas burocracias que generan costos o incomodidades a clientes y proveedores.
Tengo que admitir, en este punto, que la realidad les da la razón a alguno de mis enojados lectores porque, a muchos argentinos, les das medio metro y te la ponen. Entonces, para evitar “que se las pongan” piden fotocopias, dobles chequeos, envíos, formularios firmados y recontrafirmados , etcetera, etcétera.
Más allá del malandraje, algunos me dirán “¡Pero mirá en lo que te estas fijando! ¡Si te piden una fotocopia más o una fotocopia menos! ¿Me vas a decir que el que hace eso aumenta “el costo argentino”?.
Lo que digo es que, independientemente de cuánto cuestan los tramites agregados, hay una tendencia a establecer controles porque nuestra mente fue moldeada en un ambiente “controlador”, no en un ambiente de libertad y confianza.
Este ultimo punto de la confianza es importante. Por supuesto -como muchos ya habrán advertido- lo que digo tiene una intima vinculación con el malandraje y la tendencia al “delito” que hay en muchos argentinos.
Por “delito” me refiero a vivezas menores, “aprovecharse” de una laguna del sistema, estar siempre atento “a la caza y a la pesca” de algún desprevenido.
La idea de no poder andar desprevenido por la vida parece una cuestión menor pero es muy importante a la hora de discernir una cultura o el tipo de mentalidad que opera en una sociedad determinada.
Si bien muchos podrán asombrase por lo que voy a decir y les parezca mentira, es verdad que hay otras culturas, otros lugares, formados por otro tipo de mentalidad en donde se puede andar “desprevenido”.
Se trata de culturas en las que, en principio, nadie concibe que la gente mienta, vaya a quedarse con lo que no es propio o vaya a usar la libertad para perjudicar a un tercero. Resulta obvio que en esas culturas es más fácil encontrar un ambiente de libertad antes que uno de “control”.
Ese componente de confianza se ha perdido en la Argentina y es natural que, incluso a nivel privado, se haya montado una fenomenal estructura (que cuesta dinero) para tratar de minimizar el riesgo de estar desprevenido o caer en un exceso de confianza.
En estos casos, más de una vez, he utilizado dos ejemplos simples, cotidianos y aparentemente estúpidos para ilustrar sobre sociedades en donde esa sensación de confianza está presente y en donde uno hasta podría darse el lujo de “andar desprevenido”.
Uno de esos ejemplos es el de lo que en su momento fueron las “Páginas Amarillas”. Mientras esos libracos existieron, cuando uno comparaba la extensión en páginas que tenían los que se publicaban en otras ciudades del mundo de dimensiones similares a Buenos Aires con los que se imprimían en la capital argentina, no podía menos que asombrase: mientras los extranjeros tenían miles de páginas, las de Buenos Aires apenas si alcanzaban a un par de cientos.
¿Por qué ocurría eso? Pues por la sencilla razón de que si en Buenos Aires se te rompía la persiana del living, lo último que ibas a hacer era buscar un service en las Páginas Amarillas. Seguramente llamarías a tu vieja o a algún amigo para que te recomiende “alguien de confianza”: jamás le franquearías la entrada de tu casa a un desconocido.
Esa falta de confianza generalizada de la sociedad en el “tercero desconocido” también esta presente en la vida cotidiana de las empresas que, para “cubrirse” del malandraje y estar prevenidas generan burocracias que aumentan los costos. Si hubiera confianza y no se presumiera que el argentino está al acecho para propinar un golpe, la prevención burocrática (y su costo) no existirían. Y repito por enésima vez: no estoy hablando de la dimension de los costos. Estoy hablando de un tipo de mentalidad que es barata en esas minucias, pero que es carísima en otros casos. Lo que varia es el valor pero la mentalidad que los provocó es la misma.
El otro ejemplo de confianza que siempre cito es el de la existencia de lugares especiales (tanto en dependencias públicas como privadas) para devolver cosas que se encuentran. En general en el mundo se los conoce como “Lost & Found”.
¿Alguien conoce un “Lost & Found” en la Argentina? Respuesta: no. ¿Por qué? Pues porque en general, en la Argentina, si alguien encuentra algo que no le pertenece se lo queda. Abundan los casos en que, cuando sucede lo contrario, la noticia aparece poco menos que en el prime time de la televisión.
Esa certeza de que si perdés algo no lo vas a recuperar, refuerza la idea de que no se puede “andar desprevenido” y de que, a veces, es necesario incurrir en costos que aumenten los precios pero que nos dejen tranquilos.
Como se ve, las razones profundas que explican el costo argentino (si bien, claramente, tienen principalmente que ver con los 200 impuestos que pagamos, con la corrupción y con la ineficiencia estatal) se encuentran enraizadas en una cultura de desconfianza, malandraje y control que es más amplia que el Estado y que de alguna manera explican al Estado y lo ponen en contexto.
Si los argentinos comunes (incluso los que se declaran completamente inmunizados contra el estatismo) no nos desintoxicamos de una mentalidad estatista (entendiendo por ella la que nos lleva inconscientemente a pedir controles, establecer trámites, solicitar permisos, exigir “carnets”, etcétera) será muy difícil terminar con las razones profundas del fracaso.
Yo sé que para alguien que se considera una víctima de lo que ocurre y que está dispuesto a asegurar que nada de lo que hace es culpa suya, es difícil aceptar que yo siquiera insinúe que lo que ocurre es responsabilidad de todos, en mayor o menor medida.
Pero si no hacemos ese esfuerzo de humildad de considéranos INCLUIDOS en el problema, de SER PARTE DE ÉL, no vamos a salir del pantano en el que el país está. No hay dudas de que el nivel de responsabilidades por haber llegado adónde estamos es diferente. Eso no lo discuto. Pero TODOS debemos revisar nuestras conductas para que el orden jurídico -que se supone es el reflejo de las costumbres medias de la sociedad- cambie.
Todos pedimos que cambie primero el otro. Hagamos algo diferente esta vez: cambiemos primero nosotros. Cada uno de nosotros. Como decía Michael Jackson: “just start with the man in the mirror”.
Dejo de viajar en bondi y Sarmiento ahora
Viajare en Limousine con vino espumante
Y mujeres…..ja ja
1200 Australes ja ja