
“A mi no me des nada: sácame la inflación…” El dicho simple de un jubilado elegido al azar en la calle por el movilero de una señal de noticias muy cercana al kirchnerismo, se hizo viral a las pocas horas de salir al aire.
El periodista insistía en tratar de poner al señor en la posición de admitir que con su ingreso la estaba pasando muy mal. Sin embargo, el abuelo se mantenía firme en sus dichos: “a mi sácame la inflación, no me des bono, no me des nada: sácame la inflación, después yo me arreglo”.
“¿Entonces usted está dispuesto a sacrificarse con tal de que baje la inflación?”, insistía el hombre del micrófono. “Exactamente, porque la inflación es lo peor para el pobre… Ahora estoy mejor que antes, porque antes tenía que quemar la plata en cuanto la cobraba comprando cosas que no sabía si iba a terminar consumiendo, en cambio ahora puedo comprar de otra manera”.
Con palabras llanas el jubilado acababa de dar no solo una lección iniciática de economía sino que había expuesto las dos concepciones antagónicas que, en los extremos, han tironeado al mundo del último siglo: una que insiste en que el Estado (que luego entra en una espesa confusión con el “gobierno”) debe dar “cosas” a la gente (materialidades, derechos, etcétera) y otra que dice que la primera ocupación de un gobierno debe ser la de transformarse en un removedor de obstáculos para la vida de los ciudadanos que, a partir de esa liberación, se encargan SOLOS de buscar su felicidad y lo que más los satisface en la vida.
Son dos mundos, dos cabezas, dos ideas completamente antagónicas, imposibles de mezclar (porque responden a convicciones contradictorias) y que, un país, de última, debe resolver si no quiere terminar en la mediocridad o directamente en la miseria.
Estoy de acuerdo, sí, en que nada es tajante bajo el sol: lo que digo es que, en última instancia, los países deben tomar una preferencia clara por una de las dos concepciones: o prevalece la idea de que el Estado en un “dador” o predomina el concepto de que el Estado es un “removedor”.
Más allá de las mixturas de convivencia (y conveniencia) a las que son tan afectos los seres humanos, se podría decir que el mundo hoy podría dividirse entre dos sesgos: uno que inclina a los países hacia la idea de creer que el Estado debe proveer, llave en mano, derechos “terminados” a la gente y otra que los acerca a la idea de que el Estado debe preocuparse por alivianar todas las cargas que le hagan al ciudadano la vida más difícil, para que él, liberado de ellas, construya su propia vida de una manera más fácil.
El primer sesgo, naturalmente, caracteriza a los países de predominio socialista que, a su vez, tienen un outcome concreto que permite medir su performance. El segundo sesgo, define a los países en donde lo que predomina es el liberalismo que confía plenamente en la soberanía hacedora de los individuos y que, lógicamente, también tienen un outcome concreto que nos permite medir su performance en términos de niveles de vida de su gente.
En este punto ya nos encontramos frente a realidades incontrastables: los países en donde predomina el sesgo “removedor” tienen una performance (en cuanto a los niveles de vida de sus ciudadanos) infinitamente superior al que alcanzan los países en donde predomina el sesgo “dador”. Esta es una realidad concreta, indiscutible y probada por la dureza de los números.
Sin embargo, en ciertos países que comparten unas determinadas tradiciones ancestrales, sigue prevaleciendo la demanda ciudadana de un Estado “dador” antes que el reclamo de un Estado que le saque las manos de encima a la gente. En esa clase de países es raro escuchar, por ejemplo, “a mi no me des ni me regales nada: a mi sácame la inflación.
Esta postura brava del que grita “DÉJAME QUE ME ARREGLO SOLO… NADA MÁS TE PIDO QUE NO ME JODAS”, no es común en los países de tradición paternalista o aquellos en los que la regla ha sido la existencia de un capitoste que se supone está a cargo de todo.
En el caso latinoamericano es obvia la influencia de un sistema fiscalista como el organizado por España desde la Casa de Contratación de Sevilla, según el cual el radio de acción reservado a los individuos para que arreglen su vida era mínimo.
No es extraño entonces que -como el ser humano tienen una tendencia natural a “arreglarse solo”- en esos países se hayan construidos redes paralelas de vida (el mercado negro, el contrabando, la informalidad laboral, etcétera) que funcionan al margen de la supuesta legalidad, con el consiguiente “ruido”, desconfianza, e inseguridades que un esquema de vida como ese supone: algo así como “la ley se acata opero no se cumple”.
A su vez, la figura del Estado “dador” ha dado pie a enormes casos de corrupción porque, finalmente, esa entelequia llamada Estado termina encarnándose en personas de carne y hueso que conforman el gobierno y a las que les interesa conservar el poder para acceder a los privilegios (y al robo) que el manejo del dinero público les posibilita.
De modo que, apoyados en esa concepción, han montado todo tipo de discursos demagógicos prometiendo a diestra y siniestra sin el menor apego por la racionalidad económica lo que ha generado, a su vez, verdaderos desastres en las administraciones de ese tipo de países. No vale la pena ahondar en el particular y arquetípico caso argentino.
Pero para volver a nuestro señor jubilado entrevistado en la calle: su video se ha hecho viral porque lo que dijo (repito con palabras muy simples, llanas y muy fáciles de entender) supone un choque de dimensiones oceánicas con la CULTURA DOMINANTE en el país que, en lugar de pertenecer a la concepción “A MI NO ME DES, SÁCAME”, pertenece a la cultura “NO SOLO ESPERO QUE ME DES SINO QUE DEBES DARME”.
De más está decir que lo que el presidente llama “batalla cultural” está directamente dirigido a cambiar esta predominancia, para que la Argentina pase a ser un país en donde lo normal sea lo que dijo el jubilado y no lo que propone, por decirlo de alguna manera, el modelo kirchnerista de la vida.
No hace falta agregar que en el caso del movimiento delincuencial que el kirchnerismo supone esta propuesta del Estado “dador” se hace con la intención de ganar votos, con ello ganar el poder y, con el poder, robar. Esto está más que claro porque es lo que han hecho primero en Santa Cruz y luego a nivel nacional.
Pero aun en los casos en donde las posturas del Estado “dador” sean defendidas por personas en principio honestas, los mecanismos que supone el funcionamiento práctico de esa concepción traban de tal manera la iniciativa creativa de los individuos que, al final del día, esos países son más pobres, viven peor y, casi siempre, son más corruptos.
El dicho “a mi no me des nada, sácame” debería ser un mantra que se repita hasta el hartazgo en la Argentina, incluso hasta en los colegios, a los cuales, dicho sea de paso, no sería mala idea llevar el video viral del abuelo para que los chicos lo vean 10 veces por día.
El eventual progreso que el país pueda alcanzar esta basado en el pase exitoso del sesgo “dador” al sesgo “removedor” de los gobiernos. Mientras los argentinos sigan yendo a las elecciones para elegir gobiernos de los cuales esperen RECIBIR cosas en vez de esperar que les SAQUEN yunques de encima (regulaciones, inflación, impuestos, trámites, trabas, prohibiciones, etcétera) la Argentina seguirá debatiéndose en una escasez denigrante.
Se trata de un click mental difícil porque toda nuestra carga de ADN cultural responde a la otra concepción (a la del Estado “dador”). Pero si milagrosamente llegáramos a entender que, en los hechos, queremos manejarnos con el mayor grado posible de autonomía individual (por eso la mitad de la operación económica del país esta en “negro”) quizás consideremos que llegó la hora de adecuar el cómo vivimos de hecho a cómo vivamos de Derecho. Porque esta dualidad no va más y es la que nos arrastró desde la cúspide de la riqueza a morder el polvo de la miseria.
Hay una interpretación muy linda -con la que me gustaría terminar esta columna- de cómo se entiende la famosa frase de la “búsqueda de la felicidad” que figura en la Declaración de la Independencia de los EEUU.
Esa interpretación se basa en la consideración de la “felicidad” no con el sentido casi maternal que le adjudicamos nosotros, sino en el sentido de “logro”, de la búsqueda de la felicidad como sinónimo de la búsqueda del logro; del logro propio, individual, de cada uno; con ese valor intangible que cada uno le asigna a lo que consiguió con esfuerzo, con ingenio y con perseverancia que, incluso, a veces, hasta no es percibido por los demás pero que uno sabe que lo hizo y que en esa misma dimensión valora.
Es para buscar esos “logros” que debemos pedir un Estado “removedor” y no un Estado “dador”. Es para sentir ese orgullo bravo de haber logrado cosas por nosotros mismos que debemos pedir “a nosotros no nos den nada, simplemente sáquennos las manos de encima”.
Grande el jubilado! La ve clarito