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Soliloquio sobre la pelota parada

En el futbol actual, desde hace algunos años ya, la pelota parada se ha convertido en un altar reverenciado, una especie de tótem al que se le rinde un culto táctico interminable. La cantidad de técnicos, periodistas e incluso jugadores que baten el parche de la pelota parada es incesante.

Sin embargo, la pelota parada es (o debería ser tomada como) una anomalía del fútbol. La pelota parada es una contingencia que sucede como una consecuencia de una ilegalidad (un foul, una infracción) o de un error o salvada de última instancia (un córner) pero no algo que forme parte del desarrollo “normal” de un partido.

Nuestro fútbol se llama fútbol solo por el peso de la simplificación porque, en realidad, su nombre completo es “fútbol asociado”. De hecho la entidad que regula sus normas se llama “Federación Internacional de Fútbol Asociado”(FIFA). Eso se debe a que el “fútbol asociado” es una clase de fútbol dentro de muchos “fútboles”.

En efecto, además del fútbol asociado existen otros deportes que también son fútbol como el futbol americano, el australiano o el mismísimo rugby, que nació como un spin off del fútbol asociado cuando, durante un partido universitario en Inglaterra, Webb Ellis, que era un mal jugador de fútbol, tomó la pelota con la mano y comenzó a correr hacia la meta mientras los demás lo perseguían y trataban de tacklearlo hasta que apoyó la pelota detrás de la línea de meta.De hecho hoy la sigla de la Unión de Rugby de Irlanda es IRFU (Irish Rugby Football Union).

Por “fútbol asociado” entendemos el fútbol cuyo objetivo es lograr que la pelota ingrese en el arco contrario como consecuencia de que los jugadores del equipo atacante se van pasando la pelota “asociadamente” hasta llegar a posición de gol. Por eso el fútbol asociado se juega con una pelota esférica porque el deporte fue pensado para que la bola ruede (preferentemente por el piso) hilvanando conexiones entre compañeros hasta llegar a la meta.

De modo que lo verdaderamente futbolístico es que la pelota esté en movimiento (ya sea rodando por el piso o volando por el aire). Solo frente a la anormalidad de una infracción o de una falla la pelota se para. Haber pasado de ese ideal a que la pelota parada -más propia del golf que del fútbol- se haya convertido en una pieza clave de los partidos actuales es un hecho completamente anormal y extraordinario. Y además sugestivo.

Y mucho más anormal es que esa contingencia anómala sea reverenciada por el tacticismo cientificista como una especie de manto sagrado al que todos deben adorar. Yo no niego que la pelota parada puede abrir oportunidades de gol completamente lícitas y que, a veces, posibilitan goles extraordinarios como a los que nos tiene acostumbrados Messi cada vez que patea un tiro libre.

Pero de allí a que equipos completos especulen tácticamente con lograr que la pelota se pare para generar las situaciones de peligro que son incapaces de generar mediante la asociación de pases hilvanados entre compañeros (que es la idea original con la que se creo el “fútbol asociado”), hay un trecho muy largo.

Y sin embargo, eso es lo que está sucediendo en nuestro fútbol, fruto de un tachín tachín mediático desde el que se ha endiosado planteos tácticos elaborados por directores técnicos que más que amantes del fútbol parecen ser laboratoristas de un ensayo de ajedrez, la pelota parada se ha convertido en un medio para igualar a los que saben jugar con los que no saben jugar. Es decir de ser una contingencia secundaria del juego utilizada para restaurar la justicia deportiva, ha pasado a ser el protagonista principal del fútbol, contribuyendo a que este (en su idea original) muera cada día un poco más.

Por Carlos Mira

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