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FOCO/Cuentos de Nueva York: “La Juguetería de Lennon”

Por Ariel Ferrero, Sunny News

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Dicen que antes que la tormenta se desate, la sensación de calma invade cada rincón. Así estaba Nueva York en el verano del 2000: extremadamente calurosa, soleada y revitalizada por el cambio de milenio que encendía la esperanza por un mundo mejor, ese mismo que había soñado John Lennon, de cuya partida se cumpliría un nuevo aniversario en pocos meses y precisamente en esa misma ciudad.

El edificio Dakota donde vivió, y en cuya entrada fue asesinado el 8 de diciembre de 1980, se había convertido en otro punto tristemente turístico, una esquina de procesión para miles de curiosos, la mayoría fanáticos de The Beatles, es decir, casi todos.

¿Quién no recuerda qué estaba haciendo aquel 8 de diciembre de 1980? Habían pasado veinte años… pero al fin y al cabo, no son nada.

Ariel Ferrero en el edificio Dakota

-Qué ciudad tan loca Nueva York -pensé, tratando de imaginar que sería de las vidas cotidianas de las personas que caminaban junto a mi por las atormentadas calles de Manhattan, con aroma a café, pizza y canela… gente que corría frenéticamente haciendo compras, comiendo un hot dog, tomando un café; en definitiva, en una gira mágica y misteriosa. Sería cierto, entonces, que todo ocurre en Nueva York.

Siempre me pregunté por qué Lennon habrá elegido vivir en medio de las jungla de cemento, hermosa, luminosa y sorprendente.

The Beatles no eran precisamente, en ese entonces, mi grupo preferido. Sin embargo, tenía planeado hacer una visita turística al Dakota. Seguramente atraído por la curiosidad y no tanto por satisfacer un compromiso de juventud divina.

“No sea cosa -pensé- que alguien me preguntara si había estado allí y le dijera que no, justo este año, que se preparan tantas celebraciones especiales”.

Lo que nunca imaginé fue que iba a cruzarme con la otra mitad de John, la cara de la doble fantasía, a metros de ingresar a la juguetería FAO Schwartz (donde ahora está la caja de cristal de Apple Store, uno de los más atractivos), frente al Central Park.

La juguetería FAO Schwartz (donde ahora está la caja de cristal de Apple Store, uno de los más atractivos), frente al Central Park.

Sorpresas del destino, cuando estaba por ingresar al local apareció Yoko Ono. Diminuta, de piel blanquecina y abundante cabellera negra. Lentes oscuros, y dos enormes custodios que la acompañaban y la hacía ver aún ver aún más pequeña.

“Por ella se separaron los Beatles”, me brotó el pensamiento, aunque me cuidé muy bien de decir algo.

Pero no hizo falta que hablara: ella pareció escucharme igual, casi telepáticamente. Tal vez sabiendo que todos quienes la veían pensaban igual.

Japonesa misteriosa, ¿Cuántas cosas tendría para relatar?

Se dio media vuelta y, levemente, se bajó los lentes para observarme atentamente. Los pequeños ojos oscuros me desnudaron.

Esperaba, entonces, una reacción poco agradable.

Con voz suave, pero firme, Yoko me preguntó por qué pensaba que era ella el motivo del fin de la corta pero fructífera carrera de los cuatro de Liverpool.

-No sé… -dije, con voz temblorosa, y desviando la mirada hacia el verde del Central Park-. De adolescente siempre escuché que “Yoko Ono había sido la culpable de la separación de los Beatles”.

Entonces recordé que siempre, en ocasiones apremiantes, lo mejor es culpar a un tercero.

La totémica japonesa esbozó una sonrisa poco agradable.

-Entonces habrá sido así. En todo caso, ¿qué más da? -respondió.

Había que cambiar el enfoque del accidentado encuentro. Justo antes de ingresar a la histórica juguetería neoyorquina. Entre el calor y la situación incómoda, transpiraba groseramente.

Observé la bolsa de FAO que llevaba uno de sus custodios, que iban de negro como ella. Algo habría comprado esta mujer de sugerente mirada. “¿Para quién?” -pensé.

-¿Qué juguetes le gustaban a John? ¿Tenía alguno favorito en su departamento en Dakota? -me brotó.

Quería seguir preguntando, pero me cortó, tajante, con una actitud sorprendente y una calma envidiable.

-Quien no sabe jugar, no puede ser feliz.

-Y John fue feliz, entonces… en Nueva York. Bueno, ¿Ustedes fueron felices? -le dije.

-John jugaba a ser músico, el mejor en ese juego, tenía un hermoso piano blanco… papel y lápiz, y las notas musicales. Suficientes para crear y soñar. Jugaba con su voz, así como los niños juegan con muñequitos y con bloques. Su cabeza era una enorme tienda de juguetes, infinita, repleta de motivos para ser feliz, por el solo hecho de estar allí.

Mientras yo sentía envidia, ella se quedó pensando, melancólica, antes de seguir:

-Y yo, a veces, solo algunas veces, tenía permiso para entrar y hasta de jugar con él. Esos fueron nuestros mejores momentos, y los míos, en particular. Quisiera volver, aunque sea una vez. Qué no daría por verlo otra vez admirando desde la ventana los enormes y cautivantes edificios de la ciudad.

Yo quería aplaudir, como habían hecho aquellos miles de jóvenes en el Shea Stadium de aquella misma ciudad en 1965.

-La juguetería de John cerró hace veinte años, aquí cerca nomás. Duró apenas cuarenta años, una edición limitada. Tu también habrías sido feliz allí.

La emoción me invadió. Una vez más, Nueva York volvía a sorprenderme.

La di las gracias a Yoko. Le tendí la mano, temiendo que la rechazara. Me la devolvió y besé, suavemente.

Se dio media vuelta y siguió su camino, acompañada de sus guardias y en silencio.

No pude ingresar a FAO Schwartz. Preferí caminar por el Central Park, y mirar la vida pasar.

NdR: Este cuento fue elegido para integrar un libro de cuentos sobre Los Beatles que, de hecho, fue editado teimpo después.

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