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Fides, empatía y capital simbólico

Por Lic Arturo Flier, sociológo-psicologo social

En ciencia política, el concepto de fides —de origen latino— alude a la confianza, la fe y la lealtad que se establecen entre gobernantes y gobernados. Es un intangible que sostiene la legitimidad de las instituciones y que, según Luhmann, permite reducir la complejidad social mediante expectativas de comportamiento. La empatía, entendida como la capacidad de reconocer y comprender las necesidades y emociones de los otros,
constituye otro pilar esencial de la representación política y de la gobernabilidad. Sin ambos elementos, el contrato social se debilita y el sistema político se expone a una crisis de representación.


El gobierno de Javier Milei construyó su legitimidad inicial sobre un relato disruptivo, con dos ejes centrales: estabilizar la economía y terminar con la “casta” política que empobrece a los argentinos. Su capital simbólico se apoyó en la expectativa de eficacia técnica y en la narrativa de ruptura más que en la construcción de consensos o en una sensibilidad social inclusiva.
Sin embargo, ese capital simbólico muestra acelerados signos de desgaste. Aunque la inflación interanual se redujo y el gobierno afirme que lo propio sucedió con la pobreza, la percepción social sigue marcada por la dificultad cotidiana: un 65 % de los encuestados afirmaba hasta antes de las elecciones bonaerenses que la situación económica era mala o muy mala, percepción que seguramente se incrementó a partir del resultado de las mismas. La brecha entre mejora estadística y experiencia vivida
erosiona la fides depositada en el gobierno.


A ello se suman decisiones de alto impacto social ante sectores particularmente vulnerables—vetos en salud pediátrica, discapacidad, financiamiento universitario y jubilaciones — que generan la sensación de desconexión entre el diseño de la política pública y la vida real de la población. La ciencia política ha demostrado que las políticas percibidas como insensibles al bienestar colectivo alimentan la desafección democrática y debilitan la legitimidad de los gobiernos, aun cuando estos logren metas macroeconómicas.


En el plano político, la falta de experiencia de gran parte del gabinete ha limitado su capacidad de negociación en un Congreso fragmentado y carente de gobernadores o intendentes propios. Más preocupante aún es la ausencia de empatía en el discurso oficial hasta el tibio intento durante la presentación del presupuesto 2026 por cadena nacional.

No sólo no se reconocían las dificultades materiales de la población sino que se ha negado al adversario el derecho mismo a existir, aspecto que impide generar vínculos y construir coaliciones mínimas de gobernabilidad. De persistir esta dinámica, se habilita un escenario de crisis política que podría derivar en consecuencias más graves, incluyendo judicialización de responsabilidades, como en el caso Andis o Libra, este último ya en investigación aquí y en el exterior.


La situación es particularmente crítica frente al electorado pendular —que
tradicionalmente representó entre el 20 % y el 25 % de los votantes— y que suele definir el resultado electoral. Hoy, ese segmento, el cual seguramente ha crecido, muestra desazón y creciente desafección ante la falta de opciones que lo representen, lo que eleva el riesgo de inestabilidad política y de nuevas olas de polarización.

La reconstrucción de fides y la recuperación de la empatía no son solo desafíos para el actual gobierno sino también para la oposición. La experiencia histórica enseña que cuando esos valores se erosionan, se abren las puertas a ciclos de conflictividad institucional y crisis de gobernabilidad que afectan a todo el sistema político.

El aspecto positivo de este ciclo democrático argentino es que a pesar de las permanentes crisis económicas, el sistema de convivencia se ha mantenido desde 1983 con frecuentes alternancias. Esperemos que quienes han abrevado en los códigos positivos de la política cuenten con la claridad suficiente para consensuar alianzas sólidas con vistas a un futuro gobierno antes que coaliciones meramente electorales. Considero no obstante, que se equivocan quienes piensan de modo binario que el próximo ciclo será exclusivamente peronista como tampoco debiera ser una reedición de la experiencia de Cambiemos cuando el PRO hegemonizó el gobierno siendo los otros partidos meros aliados parlamentarios.

Sería deseable que haya generosidad para acordar desde ya, habida cuenta de los consensos parlamentarios que se han alcanzado actualmente, un conjunto de propuestas concretas que brinden un horizonte de futuro inmediato a una población cansada ya de frustraciones puesto que dos años pueden resultar eternos.

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