La situación por la que estamos atravesando todos no podía evitarse. Y tampoco había demasiadas opciones sobre cómo hacer para poner en orden doce años de mentiras, demagogia, mala administración, negación de las matemáticas y, en muchos casos, mala fe y robo.
Las posiciones de simpatía/antipatía que se enfrentan aquí, son paradigmáticas y de cómo sean procesas por la sociedad depende en gran parte el futuro del gobierno de Mauricio Macri.
Resulta obvio que, en un análisis simplista y elemental, aquel que regale servicios será más simpático que aquel que los cobre. Si no hagamos la prueba de poner dos kioskos ambulantes en una plaza para sacar fotografías digitales: en uno cobremos una tarifa y en el otro regalemos las fotos. ¿En cuál creen ustedes que habría cola?
El problema es que nada es gratis en este mundo: si el señor que toma las fotografías sin cobrarlas no tiene a alguien que pague el costo que requiere tomarlas su servicio no durará mucho y no habrá sido sino otro más de los múltiples esfuerzos que la humanidad hace para demostrar la cuadratura del círculo.
En las administraciones de los países estos esfuerzos por independizase de la aritmética se han bautizado con el nombre de “la política” que, en lugar de definirse como “el arte de lo posible”, parecería ser “el arte de hacer que lo imposible parezca posible y de hacérselo creer a la gente”.
A esos menesteres se dedicó el kirchenrismo durante doce años. Como consecuencia de esa rebelión contra la realidad todos los precios de la economía entraron en un verdadero aquelarre. Para los usuarios finales de los servicios parecía, efectivamente, que habíamos descubierto la manera de hacer realidad lo que Disney reserva a la limitada geografía de sus parques temáticos: magia. Pese a los dichos que Juliana Di Tulio se tatuó debajo de la nuca (“no fue magia”, en relación a que lo que el modelo entregaba no era el fruto de una casualidad sino el resultado racional de una concepción económica) hoy vemos que a lo que se aspiró sí fue una hechicería: a la idea de que se podía comprar eternamente la simpatía de la gente regalando la energía, los transportes, las comunicaciones, el agua, etcétera.
Y no hay dudas de que en muchos aspectos esa ingeniería funcionó y que el kirchnerismo ganó la adhesión de muchos sectores que efectivamente creyeron que podían recibir todas aquellas bendiciones como si se tratara de un maná inagotable que caía del cielo.
Contrario sensu, no hay dudas de que el personaje que cayera a decirnos que aquello era un cuento, que gracias a ese cuento las empresas productoras están fundidas y que estamos a punto de que esos servicios dejen de prestarse, sería calificado como el malo de la película, el antipático, el enemigo del pueblo. Se trata de una cuenta muy simple, igual a nuestro ejemplo de los fotógrafos: el simpático es el que regala las fotos y el antipático el que las cobra.
La pregunta que deberíamos estar haciéndonos es si queremos seguir sacándonos fotos. Porque si la respuesta es sí, inmediatamente debemos empezar un curso rápido que nos enseñe que las cosas cuestan y que, sean bienes o servicios, no pueden entregarse gratuitamente.
Lo que “la política” sí puede hacer es que unos contribuyan a la cobertura del costo más que otros, pero que el costo no sea cubierto no es una opción disponible.
Aclarado esto, el partido simpatías vs antipatías debería limitarse a ver si ese cuidado con los que pueden contribuir menos a la cobertura del costo fue tenido en cuenta o no.
Tanto en el caso de las tarifas eléctricas como en las reveladas ayer para el transporte y las que se enunciarán ahora para el gas, el agua y los teléfonos celulares parece haber habido una contemplación de ese punto a partir del establecimiento de las llamadas tarifas sociales. Quedará por verse entonces si ese universo es lo suficientemente justo o no.
El otro aspecto fundamental para la suerte del partido simpatías vs antipatías será empezar a ver a partir de ahora qué tipo de servicio empezamos a recibir.
Durante el reinado de los “simpáticos” ese nivel ha sido deplorable y decreciente, al punto que, sobre el final, ya casi no teníamos luz ni gas, no se podía hablar por teléfono y se viajaba como ganado. Será crucial que el “antipático” mejore -u obligue a mejorar- esas prestaciones notablemente. Si la gente comienza a ver que ya no se corta la luz, que puede usar el aire acondicionado en verano y la calefacción en invierno, que puede cocinar, que las comunicaciones no se cortan y que se viaja como seres humanos, con buenas frecuencias, vehículos limpios y seguros y trenes y subtes que funcionan a horario, entonces las variables de la ecuación “simpatía/antipatía” pueden empezar a cambiar.
Otro factor que debe tenerse en cuenta es el tiempo. El gobierno tiene esa variable en contra y los “simpáticos” de la década pasada la tienen a favor. Obviamente resulta muy injusto, desde el punto de vista la justicia universal, que el que produjo el desbarajuste cuente con factores a su favor que el que intenta arreglarlo no tiene. Pero esa incomodidad es imposible de esquivar. Solo puede mitigársela con un enorme esfuerzo de velocidad, eficiencia, meticulosidad y cuidado en las apariencias.
Los funcionarios del gobierno deberán cuidarse como de orinarse encima de todas aquellas imágenes que puedan resultar chocantes para los que tienen en su mano la posibilidad de decidir el resultado del partido “simpatía vs antipatía”.
Francisco Cabrera, por ejemplo, debió pensar dos veces antes de permitir que lo fotografiaran en la salida a unas vacaciones express a Punta del Este con avión alquilado y autos de alta gama. Es más, debió pensar dos veces el mero hecho de irse. Sí, sí, así de injusto es el tema: si viniste a poner el pecho hay que ponerlo con todo, aun cuando los reconocimientos se demoren.
Este proceso de darle a los precios una armonía y una proporción lógica no iba a poder evitarse. Estaba escrito que había que hacerlo aun antes del 10 de diciembre. Ni Daniel Scioli hubiera podido evitarlo. El principal asesor económico del candidato del FpV, Miguel Bein, lo dijo con pocas palabras antes del ballotage: “faltan dólares y sobran subsidios; lo demás es chamuyo”.
No se sabe que hubiera hecho la trituradora camporista con alguien del palo que hubiera querido aumentar los dólares y disminuir los subsidios. Pero eso es terreno de la teoría contra fáctica. El presidente es Macri y no Scioli.
El impacto en los bolsillos que, vía inflación adicional, tendrán estas medidas está por verse. Y el impacto en los espíritus también. Dicen que el tiempo tiene la capacidad de borrar las secuelas de los malos momentos. Para el gobierno es esencial que ese tiempo corra rápido y que las compensaciones a las antipatías de hoy se transformen en simpatías del mañana.