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A punto de desaprovechar una oportunidad

El respiro de los números de la pandemia que tenemos desde que las temperaturas comenzaron a subir en la Argentina, puede durar poco si el gobierno sigue manejándose con la irresponsabilidad que ha venido mostrando hasta el momento y que ya es, casi podríamos decir, un sello distintivo de su gestión en todas las áreas, no solo en la de salud pública.

En Europa, especialmente en el Reino Unido, se está desarrollando una segunda ola del virus que, en el caso inglés, parece haber llegado con un grado mayor de transmisibilidad (aunque también, gracias a Dios,  con un menor porcentaje de mortalidad). Los países de la UE han cerrado los vuelos provenientes de Gran Bretaña y hoy se produjo la llegada a Ezeiza del último vuelo de British Airways desde Londres con 175 personas de ese avión que quedaron aisladas luego de una revisión.

En Latinoamérica que, desde que comenzó esto, siempre contó con la ventaja de ver antes cómo reacciona el virus en las frías temperaturas del hemisferio norte, siempre se tuvo la idea de que la llegada de la vacuna podría frenar esa eventual segunda ola.

Habiendo picado en punta el desarrollo del antídoto de la mano del laboratorio norteamericano Pfizer (junto a su socio alemán BioNTech) el gobierno de Alberto Fernández tuvo conversaciones (que se iniciaron en junio) con las autoridades de la compañía en la Argentina y cerca de 6000 argentinos participaron voluntariamente de las pruebas de fase 3.

Cuando los demás países de la región anunciaban sus acuerdos con la farmacéutica estadounidense y algunos de ellos ya comenzaban a recibir las primera dosis, la Argentina, llamativamente, quedó atrás.

Declaraciones confusas del ministro González García, comitivas raras a Rusia, versiones coincidentes y consistentes que daban cuenta del veto cristinista a la vacuna de Pfizer y de su preferencia por la Sputink V, comentarios del propio laboratorio norteamericano y hasta del propio presidente, embarraron totalmente la cancha.

Si la situación actual se proyectara a un horizonte de dos a tres semanas, la Argentina sería el único país de la región que no tendría cobertura. Pfizer comienza a vacunar en Chile esta semana, ya lo está haciendo en México y seguirá con Uruguay.

Tratándose de la Argentina, del kirchnerismo, de la harto-evidente inutilidad del presidente y de la injerencia de Cristina Fernández, uno no puede descartar un futuro desastre.

La vacuna Sputnik V no aparece respaldada por ninguna organización científica de ninguna parte. Ni la FDA, ni la EMA ni los propios institutos rusos la tienen aprobada. El mismísimo mandamás Putín dijo que no se la aplicaría porque no es segura para personas mayores de 60 años.  

Naturalmente esa declaración fue un golpe directo a la confianza en el fármaco: aunque la traigan y la quieran imponer por la fuerza, cuando ni la propia Rusia aún la usa, nadie sabe cuál será la reacción de la sociedad.

Cabe recordar que el presidente dijo públicamente en su cuenta de Twitter que no tenía ninguna duda sobre la efectividad de la vacuna poco antes de las declaraciones del propio Putin. ¿En que se basó el presidente para decir semejante cosa? ¿Qué pruebas científicas tuvo en sus manos como para aseverar su confianza? ¿Acaso quieren agarrar cualquier cosa y embarcar al pueblo en la inoculación de algo desconocido y no suficientemente testeado con tal de mostrar una foto que no los exponga al papelón?

El kirchenrismo siempre ha estado pendiente de lo que ellos mismos llaman “titulares”. Si tienen una obsesión -además de robar- no hay dudas de que es esa: los titulares de los diarios. Y si vienen acompañados con una foto son, como diría Kirchner, el “extasis”. El ex presidente lo manifestaba por las cajas fuertes (aunque en aquel histórico video también él dejaba ver su preocupación por si alguien lo había “filmado” mientras se tiraba desesperado sobre la manija de la caja) pero su esposa lo ha desarrollado fuertemente por los títulos de los diarios. Pretende dominarlos, controlarlos. Su intención última sería imponerlos.

La foto de una heladera bajando de un avión (preferentemente un Aeroflot) en Ezeiza con el título diciendo que el gobierno “despliega desde hoy el operativo vacunación”, los desvela.

En aras de conseguir esa presea están dispuestos a cualquier cosa. La tenían casi en la mano con Pfizer porque, dada la contribución de voluntarios, el laboratorio había dicho que la Argentina comenzaría a recibir vacunas al mismo tiempo que los propios EEUU.

Ahora Fernández dice que el laboratorio exige una ley que los exima de responsabilidad por la aplicación de las vacunas. Pfizer lo niega y dice que la Argentina no acepta asumir el costo del transporte de la vacuna a cargo del courier de origen alemán DHL, que es quien se está encargando del transporte a todos los países que han llegado a un acuerdo con la farmacéutica.

La vacuna necesita una cadena de frío constante de -70° C. El transporte es casi tan importante como la vacuna misma.

Si la Argentina no llegara a entrar a tiempo en la ventana de tiempo que las temperaturas cálidas nos brindan, podría convertirse en un nuevo fiasco de Fernández.

¿Quién se hará cargo en ese momento? ¿Alguien le facturará el costo a las ínfulas ideológicas de la comandante de El Calafate? ¿Alguien le exigirá al presidente que dé explicaciones sobre el misterio que rodeó la negociación con Pfizer?

El peronismo tiene una larga tradición en haber sido un pesado lastre que hundió y retrasó a la Argentina. Si bien ese sacrilegio debe haber matado a mucha gente (porque siempre la pobreza lo hace) nunca hubo un episodio de irresponsabilidad directamente vinculado a la salud de modo inmediato. Naturalmente la mafia de los medicamentos debe haber matado gente. Los múltiples negociados kirchneristas también. ¡Qué decir de la invasión de efedrina capitaneada por Aníbal Fernández durante la segunda presidencia de la comandante!

Pero, repito, nunca hubo una incompetencia directa ni un jugar con la salud pública de modo alevoso como sería este caso si la vacuna no está aquí poco menos que la semana que viene.

Y no cualquier vacuna: una que esté científicamente probada y que cuente, al menos, con la confianza que transmite el hecho de que la estén usando otros países y no meros satélites como Bielorusia o Venezuela que estarían dispuestos a envenenar a la gente con tal de no caer a los pies de la superioridad norteamericana. 

Por Carlos Mira

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