El peronismo no tiene vergüenza. Es así de sencillo; así de simple. La operación que desplegó contra Soledad Acuña la ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires porque ella denunció un plan sistemático de adoctrinamiento en las escuelas públicas de la mano de docentes que habían dejado de ser maestros para pasar a ser militantes kirchneristas, es francamente repugnante.
Aunque han pasado unos días ya, la tapa de Página 12 en donde aparecía Acuña en sus años de colegio junto a una foto del criminal de guerra Erich Priebke, como dando a entender que la ministra sostiene esos pensamientos, además de falso, es una canallada propia del peronismo kirchnerista.
Erich Priebke llegó a la Argentina, como muchos otros nazis, de la mano del peronismo de la posguerra que abrió las puertas de la Argentina a los portadores de esas ideas que llevaban una galladura similar al movimiento vernáculo creado por Perón.
Que esta gente tenga la cara como para acusar a los demás de lo que son ellos da una pauta de lo lejos que están dispuestos a llegar.
Por lo demás, lo denunciado por Acuña es estrictamente cierto. En varios establecimientos públicos de educación de la Argentina el kirchnerismo está desplegando un feroz plan de adoctrinamiento infantil como lo prueban las fotos que acompañan esta nota y como lo demuestran las denuncias de centenares de padres que han contado lo que está ocurriendo.
Esos métodos fueron ya usados por el peronismo original a mediados del siglo pasado en consonancia con su plan de ubicación de nazis en el territorio argentino. Y curiosamente esos métodos fueron utilizados tanto por el nazismo, por el fascismo o por el comunismo en Europa y por todos los totalitarismos que vieron en la captación de las mentes infantiles una herramienta compatible con su propagación y asentamiento.
En la Argentina ningún otro partido político de ninguna clase o idea ha intentado algo semejante; sólo el peronismo. Desde “La razón de mi vida”, de lectura obligatoria en los colegios durante la primera dictadura de Perón, hasta el revisionismo de lo que ocurrió en los años ’70, que se introdujo en los colegios en los últimos años, el peronismo se propuso un formidable lavado de cerebro en la mente de los más vulnerables y de los más débiles.
Y se trató, por otra parte de un proceso por demás exitoso, porque, en efecto, el plan tuvo un efecto multiplicador en la mente de millones de chicos que por diversos otros motivos estalló 30 años después en una guerra civil que ensangrentó a la Argentina por casi diez años.
El peronismo debería hacer una autocrítica muy severa de sus cuentas pendientes con la historia argentina. No hay variable por la que se pueda medir el inicio de la decadencia de un país que no coincida poco menos que con minutos y segundos con su aparición en la vida pública argentina.
Desde las cifras de PBI absoluto y per cápita hasta el desfalco a las cajas jubilatorias, pasando por la participación argentina en el comercio mundial hasta la existencia en el país de una moneda que se pueda llamar tal o la vigencia de orden jurídico civilizado, todo ha sido envilecido por el peronismo.
Y lo hizo con el solo objetivo de elevar a una casta propia al poder para disfrutar desde allí de una vida llena de privilegios pagada por el resto de la sociedad. Crearon un conjunto de vivos y, al mismo tiempo, un conjunto de idiotas. Los vivos naturalmente eran ellos. Los idiotas, aquellos que les tenían que dar sustento legitimante con su voto.
Para ello construyeron un verso demagógico de acción rápida -el de la “justicia social”- y un trabajo de largo aliento tendiente a formatear la mente de las futuras generaciones para que su retroalimentación y perpetuidad estuviera asegurada.
Ambos aspectos del plan tenían como denominador común la creación de un individuo esclavo, completamente dependiente de la dádiva estatal (léase dependiente de los funcionarios que se sentaban en los sillones del Estado) para que su único horizonte fuera sobrevivir en una pobreza que lo mantuviera vivo pero pobre y cliente del peronismo.
Se trató de un maquiavelismo atroz. De un experimento propio de Mengele, el maléfico médico nazi llegado a la Argentina en pleno peronismo.
De todas estas calamidades el peronismo no sólo se declara inocente sino que las imputa a los demás, a los que sufrieron las consecuencias del peronismo: al país trabajador, pagador de impuestos, creativo, emprendedor, honesto.
El episodio de Soledad Acuña, con la frutilla del postre que significó la tapa de Página 12, debería ser una nueva oportunidad para que el país piense lo que el peronismo es. Aunque, claro está, mucha parte del país tendría que pensarlo desde su cerebro lavado durante 75 años de cultura peronista. Algo que parece bastante improbable.
Me encantó la nota. Sobre todo cuando habla de adoctrinamiento peronista con una foto con una virgen de fondo en una escuela pública…. Lo que es querer ser ciego!