Mientras la Argentina y el mundo siguen debatiéndose con las consecuencias del coronavirus, las preguntas sobre lo que ocurrió y sobre lo que aún sigue ocurriendo no parecen tener una respuesta clara.
Todo esto ha sido muy raro y muy confuso desde el primer momento. La crisis se inició sugestivamente en China, país que venía sosteniendo un enfrentamiento comercial con los EEUU y con las políticas del presidente Trump.
Gusten o no los procedimientos de éste -a mi particularmente no me gustan y tengo diferencias con algunas de sus posturas en materia de aislamiento económico y de la libertad de comercio- lo cierto es que la economía de los EEUU atravesaba un momento de mucha fortaleza de los mercados (el índice Dow Jones que sumaba 23500 puntos en enero de 2019, había pisado el techo de los 30 mil en enero de 2020), con niveles de desempleo tan bajos que no se recordaban desde que se llevan registros. Las industrias tecnológicas no paraban de generar innovaciones que tenían un efecto multiplicador sobre la riqueza y el empleo, en una sustitución de los tipos de tareas que se estaban desarrollando a un ritmo más rápido incluso que el esperado.
Los jerarcas chinos habían tenido que retroceder en más de una postura respecto de las decisiones de Trump que incluso los había dejado descolocados respecto de un aliado estratégico histórico como es Corea del Norte.
Los acontecimientos que rodearon el comienzo de la epidemia sucedieron cuando éstos eran los patrones comerciales y políticos que se registraban en el mundo de ese momento.
De repente el mundo comienza, de modo leve al principio, a escuchar por primera vez la palabra “coronavirus” hacia principios de enero. La cuestión se había originado en la capital de la provincia china de Hubei, Wuhan, una ciudad de más de 15 millones de habitantes y famosa porque combina construcciones modernas con la existencia de los tradicionales mercados “salvajes” de China en donde -en condiciones de salubridad muy primitivas- se venden como alimentos animales completamente exóticos, desde murciélagos hasta serpientes y alacranes.
China bloqueó esa ciudad. La cercó militarmente. En realidad el mundo no sabe (y probablemente nunca sepa) lo que ocurrió allí. Pero el virus su filtró igual.
Lo curioso es que ciudades chinas que están a pocos kilómetros de Wuhan no registraron casos o tuvieron una pequeña cantidad a todas luces irrelevantes, cuando se las compara con otras regiones del mundo occidental.
Beijing, la capital política de China dista 1152 kilómetros de Wuhan. Milán está a 15 mil; New York a otros tantos. En Beijing, donde vive toda la nomenklatura política y militar del país, prácticamente no hubo casos. Mientras en Occidente el príncipe Carlos, el primer ministro Boris Johnson, el premier Trudeau y su esposa, estrellas de Hollywood, el ministro británico de salud, la esposa del presidente del gobierno español, el ministro australiano de vivienda, contrajeron coronavirus, ni un solo dirigente político o militar chino dio positivo (aun cuando es muy posible que si eso ocurrió nunca nos enteraremos)
Shanghai, la capital económica de China, tampoco registro casos significativos. De hecho ninguna de las dos ciudades fue cerrada. Nunca. En ningún momento durante la crisis. Y Wuhan fue reabierta en Abril.
Los mercados financieros del mundo sufrieron enormemente. Y cuando uno habla de “mercados financieros” no debemos hacernos a la idea de que se trata de un conjunto de millonarios timbeando sus dólares en un casino. No. Los mercados financieros son el reflejo de la economía real. Detrás de ellos hay trabajo, inversión, riqueza.
El indicador del mercado de valores de la India -el Nifty- valía 12 mil puntos cuando comenzó todo esto. Hoy vale 7 mil. El Dow, ya dijimos, casi treinta mil. Hoy se debate para defender el piso del valor de enero de 2019.
Las grandes ciudades del mundo están cerradas, Paris, New York, Londres, Milán, Berlín, Madrid, Tokyo, Delhi… Pero Beijing y Shanghai están abiertas.
Es cierto que resulta muy fácil levantar -una vez más- la rotuladora y empezar a pegar carteles de “teoría conspirativa” en la frente de todos los que insinúan estas sospechas.
Pero pensemos detenidamente por un minuto: ¿no es raro todo lo que ha ocurrido? Un virus que viene los murciélagos, que los chinos comen porque culturalmente se acostumbraron a eso desde que Mao los empezó a matar de hambre. Un virus que ataca a miles de kilómetros pero que se refrena a tan solo unos cientos. Un virus que se esparce en Occidente y que muchos creen se inició en Wuhan en septiembre u octubre de 2019. Un virus trasmitido por humanos. Un virus que China impidió conocer y detener, porque profundizó su clásico cepo a la información libre.
A todo esto EEUU dice contar ya a esta altura con pruebas irrefutables de que el virus fue liberado desde un laboratorio chino. La UE y Australia han presentado reclamos al gobierno chino por más de 200 mil millones de euros.
¿Por qué no incluir, para beneficio del debate, esta tesis de un ataque bacteriológico?
Algunos dicen que China tampoco saldrá con todas las de ganar de esta parada. Que su “reputación” se ha visto perjudicada.
Ahora bien, ¿podemos pensar seriamente que a personajes como los que gobiernan China les interesa algo llamado “reputación” y que por temor a perderla se nieguen a hacer determinadas cosas?
A mi anótenme entre aquellos que tienen serias dudas…