Resulta francamente increíble que el futuro del país esté colgado de la brocha de un título de diario de la mañana del 14 de agosto. Todo el mundo sabe que el gobierno se encamina a ganar las elecciones generales del 22 de octubre y que, como consecuencia de ello, tendrá más diputados y senadores en el Congreso. Pero lo que determine el comportamiento de los tomadores de decisión no será, aparentemente, ese resultado sino los titulares de los diarios del lunes siguiente a las PASO, para ver si se produce la temida frase: “Ganó Cristina en la Provincia de Buenos Aires”.
Parece mentira que un país esté en vilo por la suerte de la nueva muda argentina, la ex presidente líder de la asociación ilícita que gobernó el país hasta diciembre de 2015 y que ahora debería ser traducida por su famosa asistente de señas de la cadena nacional ya que, de buena a primeras, ha perdido el don de la palabra y permanece escondida en las sombras de la impunidad.
Pero los hechos son los hechos y hay que reconocer que esa es la realidad: todo el mundo está pendiente de cómo se dé a conocer esa noticia. Es, una vez más, la gran hazaña de la reforma constitucional de 1994 que eliminó el colegio electoral mixto que tenía el país, transformó a la Argentina en un distrito electoral único e hizo posible que un cinturón de partidos del conurbano bonaerense eligieran prácticamente al presidente.
Esa anomalía elaborada a medida del peronismo más recalcitrante, que ha hecho de la Argentina un mar de clientelaje sumiso, dependiente y atado a sus caprichos, debe terminar.
No es posible que la ley fundamental de cobijo jurídico al maquiavélico plan que consiste en ensanchar la base de pobres para después utilizarlos políticamente. Porque eso es lo que es y lo que ha hecho el peronismo: llevar a un océano de gente a la pobreza para hacerlos durar en lugar de vivir y luego explotarlos en sus campañas electorales.
En efecto, esa gente “dura”, ya no vive. Y a lo único que aspira en la vida es a eso, a durar. Y el peronismo, “magnánimo”, le dice “vení conmigo que yo te voy a hacer durar”.
Por supuesto que de la opción de “vivir” esa gente ya se olvidó. Ya no recuerda -o nunca supo- lo que es vivir, decidir por sí mismo, ser libre, independiente, no deberle nada a nadie. Su vida se amoldó a una soga al cuello de la que ahora hasta tienen miedo soltarse, porque no saben cómo manejarse sin un amo que los ordene y los limite.
Ese sistema prebendario es la madre de la corrupción de la que hoy al menos una parte de la sociedad se espanta. Si el peronismo no hubiera destruido esa dignidad un personaje como Cristina Fernández u otro como Julio De Vido, no es que estarían en la cárcel, estarían en sus casas o en sus trabajos –probablemente haciendo algo útil- porque el sistema político los hubiera expulsado.
La primera corrupción no ha sido económica en este país. En todo caso la obscena cantidad de millones de dólares robados no es más que la manifestación de un deterioro anterior que es político, ético y moral.
La aparición de una fuerza que no dudó en inocular rabia en la mente de la gente, para convencerla de que la causa de los males que padecía debía buscarse en el bienestar de otros ciudadanos que vivían a su alrededor, trastocó de tal manera la idiosincrasia, el sentido común medio de la sociedad y hasta los sentimientos de la gente que a partir de allí fueron posibles métodos, prácticas, maneras y metodologías que no habrían sido posibles si aquel caldo de resentimiento no hubiera sido plantado con anterioridad.
Ese trabajo en los cimientos de la Argentina que hizo el peronismo es imperdonable. Y hoy en día es bien aprovechado por la impresentable izquierda nacional que aun aspira a la toma revolucionaria del poder y apuesta gran parte de su capital político a la destrucción de riqueza, a la muerte y a la violencia.
Esa postrimería “cubana” de la que América Latina no logra desembarazarse y que como hambreó a Cuba está hambreando ahora a Venezuela, no hubiera sido posible en la Argentina si el peronismo no hubiera entrenado la mente de los humildes en el mismo tipo de rabia en el que se fundas los delirios trotskistas. Resulta paradójico pero el movimiento que teóricamente venía a parar “ a los rojos” desde el discurso nacional y popular no ha hecho otra cosa que mantener vivo el componente principal en que esa izquierda fracasada se basa: la envidia, el resentimiento y el rencor.
Vean si no las votaciones en el Congreso: cuando las papas queman, la izquierda recalcitrante salvan a los corruptos peronistas.
Es obvio que el gobierno ha cometido muchos errores evitables y zonzos durante su gestión. Muchas cosas podrían haberse hecho mejor. Pero hoy, un año y medio después, que la suerte del país siga colgada del mismo pincel que en diciembre de 2015 no tiene explicación. Esa misma explicación que le falta al mundo para comprender por qué un país increíble se ha convertido en una especie de incógnita sin solución para el resto de la humanidad.