Aruba

Una teoría sobre el nacionalismo tuerto

El 20 de julio de 2012, apenas 11 días después de la celebración del Día de la Independencia de aquel año, Cristina Fernández de Kirchner cedía, por el tratado firmado ese día, 50 km cuadrados de soberanía territorial a China, país que iba a incrustar desde ese momento su ley y su imperio en la provincia de Neuquén para hacer lo que hasta el día de hoy sigue siendo un misterio.

Apenas siete meses después, el 27 de febrero de 2013, la misma presidente entregaba, por el Memorándum firmado ese día, soberanía judicial a Irán (declinando la exclusiva jurisdicción argentina) en la investigación y juzgamiento de los responsables del atentado a la AMIA del 18 de julio de 1994 en el que habían muerto 85 argentinos y habían resultado heridos otros cientos más, responsables que eran, justamente, iraníes.

El 10 de diciembre de 2020 el entonces ¿presidente? Alberto Fernández firmaba con Rusia un acuerdo para atar a la Argentina a la exclusiva provisión de la vacuna Sputnik contra el coronavirus, experimento que todos sabemos cómo terminó.

Son solo tres ejemplos de “entrega” concreta de “la patria” a manos de una potencia extranjera: tierra, jurisdicción judicial y salud de los argentinos: tres “entregas” fuertes.

En la historia peronista, kirchnerista y del experimento peronista-socialista de los ‘70 hubo muchos otros ejemplos de “entrega” siempre con la misma dirección ideológica.

Si la memoria no me falla (y es raro que lo haga) no recuerdo un solo reclamo, una sola movilización, un solo llamado de alerta, un solo levantamiento de voz, una sola queja por la “entrega de la patria”.

Al contrario, las decisiones les eran vendidas al pueblo con alegría y hasta con orgullo y en no pocos sectores del “pueblo” las decisiones eran recibidas con la misma onda. 

Parece que a la Argentina (o a ciertos gobiernos de la Argentina o, incluso, a ciertas franjas de la sociedad argentina) le encanta -o al menos no le parece mal- entregar “soberanía” a ciertos y determinados países, pero cuando la “entrega” se hace en sentido opuesto hacía países o sistemas que defienden ideas opuestas entonces todo parece ser un drama nacional en donde poco menos que tropas de ocupación ingresarán en el territorio nacional para imponer un orden foráneo.

También muchos argentinos parecen tener una especial apreciación, justamente, de esta última palabra, la palabra “foráneo”. Parecería que a algunos ciertas acciones le parecen la exteriorización concreta de la entrega a lo “foráneo” (cuando esas acciones implican el relacionamiento argentino con algún tipo de país) mientras que las mismas acciones pero desarrolladas con otros países que se gobiernan con otro tipo de régimen, son aprobadas y hasta encomiadas.

Entonces, en primer lugar tratemos de terminar con la hipocresía. Encima con una hipocresía barata, grosera, tan burda que causa gracia. Para ser directos: terminemos con la idea de que si Argentina tiene algún tipo de acuerdo con los EEUU la soberanía nacional esta en peligro pero si lo tiene con China no pasa nada. O dicho de una manera más bruta aun: EEUU es “lo foráneo”, China no. 

Hasta por razones culturales e históricas, si vamos a llevar la situación a ese terreno, China sería mucho mas “foránea” que los EEUU. Pero, de nuevo, no quiero entrar en esa pelotudez porque plantear la cuestión en ese terreno es precisamente eso: una pelotudez. Entonces, por favor, terminemos con ese disparate absolutamente infantil.

Un campo en donde sí sería interesante plantear el debate es con qué tipo de sesgo se siente cómoda la Argentina y cuáles serian los principales motivos por los cuales prefiere un sesgo que otro.

Los dos sesgos, claro está, son los que inclinan a los países más hacia la libertad o más hacia la vida regimentada. Estos son los dos modelos en controversia: libertad vs regimen.

La primera pregunta entonces es ¿cuál es el sesgo argentino? ¿La libertad o el regimen? 

Y lo planteamos en términos de “sesgos” porque asumimos que nada es completamente “puro” en el mundo. Hay inclinaciones, pero no purezas. 

Muy bien, entonces, ¿cuál es el sesgo argentino?

La pregunta es pertinente porque dilucidado el sesgo, pueden empezar a tornarse explicables ciertas conductas, por ejemplo, que nos parezca una completa “entrega” tener un acuerdo con EEUU pero que, al contrario, nos luzca maravilloso entregarle 50km cuadrados de tierra argentina a China.

Por lo que vienen siendo las expresiones que se escuchan en muchos sectores sociales -con todo lo lamentable y vergonzoso que pueda parecerme a mi en lo personal- parecería que una primera conclusión nos dirigiría a creer que la Argentina tiene un sesgo hacía el “regimen”, una inclinación o una preferencia por la vida regimentada.

La perdurabilidad en el tiempo de expresiones políticas francamente autoritarias y la llamativa perseverancia de costumbres políticas compatibles con ese estilo (incluso desde los albores de la Argentina) es lo que hace que caigamos en esta primera sospecha.

El segundo planteo interesante de hacer es intentar averiguar por qué un país de las características de la Argentina ha terminado por preferir una vida regimentada (es decir gobernada por un regimen) a una vida libre (es decir una vida en donde básicamente el ciudadano esta dueño de su destino).

Desde ya aviso que lo que voy a desarrollar aquí es solo mi teoría y que, como tal, es solo una visión personal de la realidad, una aproximación que, por lo que veo, a mi me parece que podría explicar lo que ocurre, pero que, de ninguna forma, pretende ser ni la única ni la más cierta de las explicaciones,

Lo que a mi me parece ver aquí es una suerte de complejo (que si estuviéramos frente a una persona individual quizás merecería el consejo de un psicólogo) de inferioridad que la Argentina y los argentinos han empezado a sufrir a partir de un momento dado de su historia.

Ese momento es confuso, no se lo puede terminar de precisar con claridad. Las primeras horas del país parecen rodearlo de todo lo contrario. En especial en relación comparativa con otros países de la región, la Argentina y los argentinos, parecían querer mostrar una suerte de aura diferente y distinguida que los separara del resto.

Ni hablar de la Belle Epoque, en donde los argentinos se floreaban por el mundo enrostrándole a cualquiera su impúdica riqueza.

Pero en el corazón de esos años, sin embargo, Jose Ortega y Gasset ya advierte misterios inexplicables en esa sociedad que él termina plasmando en un ensayo profético llamado “El Hombre a la Defensiva” y en donde describe un tipo humano (el argentino) raro, irreal en muchos aspectos y frente al que uno se sentía siempre como expuesto a recibir una agresión; una agresión “por las dudas”, no porque haya habido de parte del interlocutor una observación o una conducta fuera de lugar que justificara o al menos explicara la reacción.

De allí el nombre que Ortega le dio a su obra, El Hombre a la Defensiva. Ortega explica que él presumía que lo peor que podría hacérsele a un argentino era no pensar de él lo que el argentino tenía como su propia auto percepción: según el genio español no había, para el argentino, una ofensa mayor. Era tanta la valoración que el argentino tenía de sí mismo que la simple sospecha de que quien tenía enfrente no lo estaba viendo de la misma manera era suficiente para que la emprendiera a los codazos contra la “agresión” cuando nadie lo había agredido.

Cuando por los inicios de la década de 1930 esa “fanfarronería” recibió los primeros mazazos de un mundo que se tornaba hostil, reaccionó, para mi, con lo que los psicólogos llaman el “principio de regresión” y, lejos de persistir en la postura del “aquí estoy yo” y “a mi nada ni nadie me va a intimidar”, eligió un retorno al regazo de la cultura segura, un retorno  aquello que el país tenía envuelto, parafraseando a Tocqueville, “en los pañales de su infancia”.

Y en “los pañales de la infancia” de la Argentina había “regimen”, no libertad: había Casa de Contratación de Sevilla, monopolio, puerto único, cierre al comercio, dirigismo colonial, fiscalismo, intervención del Estado en todo, había 400 años de yugo español. Allí fue a acurrucarse la Argentina, cuando vino la mala.

Las raíces libertarias de la cultura constitucional no eran aun ni lo suficientemente fuertes ni lo convenientemente profundas como para haber dado vuelta como una media las reacciones espontáneas más naturales.

Lo que siguió  después tampoco ayudó.

El éxito inicial fulgurante del país luego de sancionada la Constitución, realmente había instalado en la cabeza de muchos la idea de que el país podía ser una especie de Estados Unidos del Sur y, en esa misma medida, convertirse en una especie de contrapeso para el gigante del Norte, alguien que le pudiera discutir de tu a tu porciones de poder, de comercio y de influencia. Eran los tiempos en que de cada 100 dólares comerciados en el mundo, 3 eran argentinos.

Luego de la crisis de los años’30, los EEUU, si bien habían recibido un golpe tremendo, habían recuperado su protagonismo, su autoestima y su papel en el mundo sin cambiar demasiado las convicciones de sus orígenes fundacionales.

La Argentina no. La Argentina era una especie de caracol asustado, acurrucado dentro de su caparazón. Cerrada al mundo, encolumnada detrás de gobiernos oscuros (que más tarde se descubriría -con la guerra- que eran directamente macabros) y con un ostensible sentimiento de envidia hacia la preponderancia norteamericana.

Ese esquema, desde aquellos años hasta ahora, no ha hecho otra cosa más que empeorar. Empeorar hasta el punto de llegar a situaciones ridículas (sin negar tampoco la explotación  política del barato chauvinismo nacionalista del peronismo) en las que, sin más discusión, la Argentina decía “negro” si los EEUU decían “blanco”, y decía “blanco” si los EEUU decían “negro”. El solo argumento para decir “blanco” o “negro” era que eso era lo contrario de la postura norteamericana.

Creo que ese sentimiento de envidia penetró profundamente en la sociedad, a la que si bien le encanta usufructuar los productos y las invenciones norteamericanas, no está dispuesta a mostrarse simpática con el país que los genera.

De allí a creer que negociar algo con los EEUU es una “entrega” del país pero que hacerlo con China es maravilloso (entre otras cosas porque sabemos que eso es como “meterle un dedo en el culo a los yankis”) hay solo un paso.

Mi teoría es que hay que buscar en esos pliegues retorcidos de la psiquis social las razones de lo que, por lo demás, no parece otra cosa más que groseros absurdos hipócritas.

Alguna vez el país, dejando de lado estos idiotas complejos infantiles, deberá decidir por sí mismo (y no porque eso sea lo contrario de lo que opina otro) lo que más le conviene entre los únicos sesgos que se distinguen en el mundo: el sesgo hacia la libertad o el sesgo hacia el regimen.

La pobreza y la escasez en las que nos debatimos no parecen ser evidencias edificantes respecto de cómo nos fue en estas últimas décadas con nuestra preferencia por los regímenes antes que por la libertad… 

Pero, bueno, hace muchos años que el mundo probó que la envidia, el resentimiento y el rencor son las únicas pasiones humanas que pueden llevarte, incluso, a tomar decisiones en donde el primer perjudicado seas vos. Y que encima las tomes con una desbordante dósis de alegría.

Por Carlos Mira

Si quieres ayudarnos a respaldar nuestro trabajo haz click aquí
o podes comprarnos un Cafecito.
>Aruba

One thought on “Una teoría sobre el nacionalismo tuerto

  1. Fulanito

    El próximo asunto del que se hablará y mucho es el tema de que el Gobierno va a suspender todas estas leyes que habían sido vetadas y el Congreso aprobó, pero según el Gobierno no han especificado de dónde obtener los recursos. Nadie hasta ahora a “defendido” la posición del Gobierno, que en última instancia lo que dice en una lecture más profunda sobre el tema, es que básicamente el Congreso es “populista” (desde “siempre”) ya que vive agregando derechos sin establecer cómo van a financiarse. Ahora están diciendo que quieren interpelar al Jefe de Gabinete… Creo que va a ser un tema importantísimo a debatir en el futuro, del cual usted escribirá.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.