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Una teoría sobre el odio

El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”.

Ernesto “Che” Guevara

Uno de los más extraordinarios logros del colectivismo en la Argentina y en el mundo es haber dado vuelta como una media las responsabilidades por las más atroces etiquetas que se suelen colgar a ideas políticas en pugna, generando -con un incesante repiqueteo repetido de modo sistemático tanto por agentes inorgánicos como por millones idiotas útiles- que la gente termine creyendo que los responsables del odio no son ellos sino, justamente sus oponentes, quienes en general defienden la libertad individual, el derecho de propiedad y la supremacía del ciudadano por sobre el Estado.

Y dije con toda intención “colectivismo” al iniciar esta nota porque, en efecto, todas las variantes de las distintas maneras de poner lo colectivo por encima de lo individual han ejercido exitosamente esta especie de don que consiste en generar una dramática confusión en la mente de los ciudadanos comunes respecto de quienes son los verdaderos “odiadores”

Así, desde las más aberrantes variaciones del nazismo, del fascismo y del comunismo, hasta las edulcoradas y locales formas del socialismo, peronismo, chavismo o “petismo”, las ideas que persiguen imponer la voluntad del Estado por encima de la soberanía individual se han subido al carro (como si se hubieran puesto expresamente de acuerdo) desde el cual etiquetan con el rotulo de “odiador” a quienes en realidad son los odiados por ellos.

Charlie Kirk era una de esas personas que cargaba sobre sí el mote de “odiador”. Polémico discutidor público, Kirk se dedicaba a confrontar en las redes y en tours presenciales que hacia por distintos escenarios, con cualquiera que pensara diferente para defender las ideas en las que creía.

Ayer murió asesinado frente a una audiencia de miles mientras tenía una de estas apariciones públicas en un gazebo instalado dentro del campus de una universidad en Utah. Le dispararon desde unos 200 metros un tiro que le dio en el cuello, matándolo casi instantáneamente.

En la Argentina, el peronismo se las ha rebuscado para pasar, en ese terreno, de victimario a víctima fruto de un cuidadoso trabajo ejercido por décadas por sus agentes inorgánicos que machacaron con la idea de que al “peronismo se lo odia”.

Sin embargo las evidencias de la historia demuestran que quien introdujo esa iracundia clasista en la Argentina no fue otro que el peronismo. Esa manía de enfrentar a unos argentinos con otros (y de hacerle creer a la gente que los que les falta a unos es porque se lo robaron otros o que la riqueza es un juego de suma cero en donde una cantidad cerrada de bienes se disputa en un conflicto social en el que unos ganan y otros pierden, sin que pueda existir la posibilidad de que todos ganen, aun cuando lo hagan en medidas diferentes) es esencialmente peronista.

La terminología altisonante cuando no directamente violenta (“cinco por uno”, “a dar leña”, “hacer tronar el escarmiento”, “luchar hasta que no quede un ladrillo que no sea peronista”, “hay que tenerle miedo a Dios y un poquito a mi”) es indubitablemente peronista.

La sangrienta violencia de los ‘70 fue desatada por organizaciones peronistas o filo peronistas o, en todo caso, para seguir con nuestra definición general, “colectivistas”.

Y si uno quisiera armar una “teoría del odio”, hasta es lógico que así sea porque lo natural para ideas que parten -en mayor o menor medida- del concepto de la “lucha de clases” y de (como mínimo) la puesta en duda del derecho individual a la propiedad privada, es que, tarde o temprano, terminen cayendo en las distintas formas de odio.

El componente de envidia que hay detrás de la idea de la “lucha de clases” no puede tener otro puerto de llegada que no sea el odio. Si yo estoy convencido de que lo que me falta a mi lo tiene mi vecino y que lo tiene él y no yo, no porque él tiene o hizo más méritos que yo, sino porque de alguna manera, me lo robó, es obvio que, aunque sea en secreto, voy a odiarlo.

El colectivismo en cualquiera de sus formas es un inflador que está constantemente encendido para alimentar esa idea: “Juan no es mejor que vos o no se esforzó más que vos o no estudió más que vos, o no tiene más méritos que vos: Juan tiene lo que tiene porque pertenece a la clase que te explota y que te roba lo que te corresponde: yo se lo voy a sacar (a “arrebatar” diría Marx en una descarada confesión del crimen) para dártelo a vos”.

Ese repiqueteo sistemático del mantra colectivista de la envidia es lo que genera el odio.

¿Cuál sería la necesidad de odiar que tendría alguien que tiene éxito en la vida? ¿Para qué va a gastar tiempo y parte de su poderosa energía la persona que vive bien y que, gracias a su trabajo, no le falta nada? ¿Cuál sería la lógica detrás del hecho que esa persona odie?

Las personas que confían en sus fuerzas y en sus capacidades para afrontar los obstáculos de la vida en un marco de libertad dedican su tiempo a crear soluciones innovadoras para sortear las dificultades. No tienen tiempo de odiar porque tampoco tienen motivos para hacerlo. No envidian, reconocen el mérito, están preparadas para aceptar errores propios y aciertos ajenos… Entonces no odian: simplemente tratan de mejorar lo que hicieron mal, muchas veces emulando al vecino al que le va mejor, muy lejos de envidiarlo y odiarlo.

Que particularmente en la Argentina el odio peronista haya generado reacciones, no contra la gente, pero si contra esa ameba destructiva y golpista que es el aparato peronista puede ser. Pero en ese terreno también hay que decir que la habilidad peronista ha hecho que esas reacciones en contra del peronismo como concepción pobrista de la vida, los jerarcas peronistas la hayan presentado como “odio contra los peronistas”.

Tampoco es compatible con el odio el sentimiento que pueda guardar una persona que respeta del derecho de propiedad respecto de otro ciudadano. Simplemente no sería lógico. 

En cambio pensar que alguien que desconoce el derecho de propiedad y comparte la idea de “arrebatar” propiedad ajena como base para la organización institucional de un país (no importa que sea a los tiros o por la via de instaurar en el Estado una banda de confiscadores que, a través de los impuestos, drenan el fruto del trabajo ajeno) pueda odiar es mas verosímil porque para ir a sacarle a otro lo que se ganó con su trabajo, un poco (aunque sea) lo tenés que odiar.

En general el liberalismo se ha mostrado, antes que nada, como un movimiento moral. Quien quizás sea una de sus máximas expresiones (aunque hay muchos) -Adam Smith- no era economista contra lo que la mayoría cree sino un filósofo moral.

Entonces, para redondear esta teorización sobre el odio, no resulta ni lógico, ni coherente, ni verosímil que personas que no reivindican la lucha de clases odien o tengan odio social.

Al contrario, son las ideas que, de alguna manera, respaldan, sostienen o incitan -directamente- a la lucha de clases las que se llevan todos los números cuando lo que se sortea es la “presunción del odio”.

Yo les sugeriría a todos los colectivistas que intenten desactivar esta grosera discordancia que supone decir que quien odia no es el que promueve la (envidiosa por definición) lucha de clases sino aquellos que creen en la convivencia ciudadana armónica.

Si no hubiera en el mundo tantos cabezas de termo esta pantomima del odio habría durado cinco minutos.

Ahh..! Casi pasa inadvertido: hoy es 11 de Septiembre… “We’ll never forget”

Por Carlos Mira

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One thought on “Una teoría sobre el odio

  1. Hugo Alberto DÁngelo

    Totalmente de acuerdo, lastima que Milei tenga mucho, demasiado, de la intolerancia del peronismo, lo cual me hace dudar mucho de su sincera concepción liberal, me parece mas un autócrata que se está construyendo.

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