El gobierno del presidente Macri enfrenta un enemigo cruel: el tiempo. Necesita producir hechos que peguen rápido en la vida cotidiana de la gente porque las elecciones de medio término son este año y ellas marcarán el rumbo de su gobierno por el resto del mandato.
Esa cuestión debería plantearnos una pregunta adicional sobre el sistema inaugurado en 1994: ¿es saludable tener períodos presidenciales de cuatro años con elecciones cada dos? ¿No sería más inteligente un esquema de seis años sin reelección inmediata y con elecciones legislativas cada tres?
En ese caso el gobierno electo tendría un horizonte más largo para intentar algo con su agenda política. En el esquema actual, no terminó de acomodarse que las urgencias electorales vuelven a incidir sobre sus decisiones.
Pero, bueno, ese es un tema bien profundo que tiene y no tiene que ver con el centro de esta columna. Es compatible con ella la cuestión del tiempo; pero no las profundidades constitucionales que deberían traerse a la mesa para abordar responsablemente el tema.
Por eso volvamos al “tiempo”. Esa variable es la que el gobierno de Cambiemos quisiera volar de sus agendas. Pero allí está: la situación evoluciona cada 24hs.
En ese terreno, no hay dudas de que es la economía la que comanda o podría comandar las decisiones de la gente. El gobierno lo sabe. Y mejorar las condiciones económicas de los bolsillos argentinos por vías de recomposición saludables y duraderas podría requerir de tiempos que no coinciden con el calendario electoral.
La combinación de inflación, tasas de interés, tipo de cambio, salarios, impuestos y gasto público es un algoritmo lento si se lo quiere manejar gradualmente, justamente por razones políticas. Es paradójico pero el camino para que el arreglo del desbarajuste kirchnerista no le duela a la gente puede hacer que la gente se enoje con quien eligió el camino para no causar dolor.
Frente a eso surgen las estrategias políticas. Independientemente que el presidente mandó a los ministros a confeccionar listas de avances por áreas que puedan ser exhibidas públicamente en la campaña, lo lógico es que, como suelen hacer los políticos, el gobierno esté pensando en una táctica práctica para ganar las elecciones.
Y es aquí donde quería llegar: a plantear un dilema moral, si es que los dilemas morales son planteables para los políticos.
En tanto el peronismo siga partido en tres pedazos irreconciliables (el kirchnerismo, el justicialismo y Massa) las posibilidades de Cambiemos para ganar las elecciones aumentan. De allí que muchos que votaron a Macri en Noviembre estén desilusionados por no ver al presidente y a sus hombres ser más duros con el kirchnerismo.
Es obvio que gran parte del futuro de los Kirchner no está en manos de Macri sino de los jueces, pero de todos modos hay mucha gente que votó al presidente que cree que, sin llegar a influir en la Justicia, el gobierno podría hacer más para que los responsables del genocidio de corrupción que asoló al país durante doce años, vayan a la cárcel, incluida -y empezando por- la ex presidente Fernández. Para esa gente, identificado que sea el mal, éste debe ser extirpado… sin especulaciones.
Ahora bien, supongamos que, efectivamente, el gobierno pudiera hacer más (siempre conservando la independencia de los jueces) para que Fernández vaya presa. ¿Qué ocurriría si, con ella presa, el peronismo se unifica y gana las elecciones legislativas, infligiéndole una derrota al presidente y al gobierno? ¿Sería en beneficio de la sanación argentina o, al contrario, abortaría la chance de un cambio? No tengo la respuesta. Solo planteo la duda.
Hasta ahora Cambiemos ha cambiado las ropas de la política argentina, pero no la política argentina. Ha hecho que cambiaran los modales, las actitudes, el matonismo, las lecciones de la señora sabelotodo, la prepotencia y la decisión visible de llevarse todo por delante.
Pero no ha podido torcer la idea del cambio pendular que ahuyenta inversores e impide la proyección de planes y horizontes. No hay dudas de que si todo en materia de decisiones económicas ha venido lento hasta ahora, se ralentizaría aún más si el gobierno no puede revalidar sus credenciales frente a la sociedad.
Si me preguntaran a mí que haría, estoy seguro que plegaría mi voto a aquellos que dicen que el mal no puede ser objeto de negociación, ni de especulación. Frente al mal hay una sola opción: eliminarlo.
Lo que no podría asegurar es si la estrategia para eliminar el mal debe consistir en dejarlo existir más allá de lo que a cada uno de nosotros nos agradaría. Para eliminar el mal hay que tener consenso de que eso que para nosotros es el mal, es, efectivamente, el mal.
Si el tiempo no fuera una variable política jamás negociaría con el mal. Siendo que lo es, seguiría sin negociar con él, pero me aseguraría de que todos continúen viéndolo.