
Vitoria-Gasteiz no tiene la fama turística de Bilbao ni el glamour costero de San Sebastián. Y sin embargo, para muchos viajeros atentos, es justamente eso lo que la convierte en una joya: una ciudad auténtica, equilibrada, donde la historia no compite con la modernidad, y donde la calidad de vida no es un eslogan, sino una evidencia diaria.
Capital del País Vasco, es una ciudad caminable, amable, con un urbanismo que integra parques, plazas, comercios y patrimonio. El visitante que llega sin apuro encontrará una ciudad que se descubre paso a paso, entre callejones medievales, avenidas señoriales y bares donde las barras rebosan de pintxos.
El Casco Viejo: memoria viva

Colgado sobre una colina en forma de almendra, el Casco Medieval de Vitoria es uno de los mejor conservados de España. Sus calles tienen nombres de antiguos oficios (Cuchillería, Herrería, Zapatería), y cada piedra parece contar una historia.
La Catedral de Santa María, con sus visitas guiadas “Abierto por obras”, permite recorrer el interior mientras sigue en proceso de restauración, ofreciendo una experiencia única. Desde lo alto, las vistas del centro histórico justifican la subida.

El Casco Viejo está lleno de murales artísticos, tabernas pequeñas y tiendas independientes. En pocos metros, uno puede pasar de una iglesia gótica a una librería alternativa, o de un museo arqueológico a un bar donde sirven vino de Rioja Alavesa con una tapa caliente.

El Ensanche: elegancia vasca

Bajando del Casco Viejo hacia el sur, se abre el Ensanche decimonónico, una zona que muestra el desarrollo burgués de la ciudad desde fines del siglo XIX. Aquí, las calles son rectas, los edificios lucen balcones de hierro forjado y portales con vidrieras antiguas, y todo respira un aire tranquilo y sofisticado.
La Plaza de los Fueros, con su diseño moderno de los años 80, dialoga con la vecina Plaza de la Virgen Blanca, corazón simbólico de Vitoria. En esta última se celebra cada agosto el famoso descenso de Celedón, figura icónica de las fiestas locales.
A pocos pasos se encuentra el Parque de la Florida, un jardín romántico del siglo XIX ideal para una pausa entre tilos y fuentes. Y en el perímetro del Ensanche, abundan los cafés elegantes, las librerías históricas y tiendas de diseño vasco.
Comer y beber como un local

En Vitoria no hace falta buscar demasiado para comer bien. En el Casco Viejo, Toloño o El Portalón ofrecen pintxos de autor y cocina vasca con identidad. En el Ensanche, PerretxiCo es una apuesta moderna con sabores tradicionales reinterpretados. Y siempre es buena idea entrar en cualquier bar con barra llena: es señal segura.
Para café o vermut, el Dólar, en plena calle Dato, es todo un clásico local. Y para una merienda tranquila, hay pastelerías con historia como La Peña Dulce o modernas como Café Tándem.

Vitoria es una ciudad sin estridencias. No busca impresionar: seduce con paciencia.
Quien se da el tiempo de caminarla, vuelve con la sensación de haber descubierto algo valioso y, en parte, secreto.