La palabra “crujir” es una de las más onomatopéyicas del idioma castellano. En efecto esa primera sílaba “cru” parece imitar el ruido que emiten materiales que, de algún modo, colapsan.
Fue la primera palabra en la que pensé cuando vi el espectáculo ofrecido por algunos gremios docentes, algunos alumnos y algunos padres frente a la evaluación que el Ministerio de Educación programó para hoy como parte del programa “Aprender”.
Algunos sindicalistas hablaron de “golpe a la educación”, buscando darle un giro efectista, politizado y francamente esloganístico a lo que no es más que la puesta en marcha de un mecanismo para saber dónde estamos parados.
Como un mecánico, a quien le dejan un auto para arreglar, que debe hacer ciertas mediciones para saber con qué se encuentra, quienes tienen la responsabilidad de darnos un mejor futuro para los chicos, deben saber, también, desde donde parten, cuál es el punto de inicio de la tarea.
Ese paso infaltable en cualquier secuencia de reparación debe consistir en contrastar la realidad contra un patrón único, estándar, considerado como el mínimo indispensable que permita saber lo que hay que corregir, dónde hay que hacerlo y con quién.
De nuevo con el ejemplo del mecánico: la presión de aceite debe medir como mínimo “tanto”; si los niveles están por encima o por debajo eso lo guiará para saber qué tiene que hacer para solucionar el problema.
La estandarización, es por lo tanto, la clave del éxito en el uso de esta herramienta; es justamente el preguntarle a todos lo mismo y lo mínimo lo que me permitirá saber dónde el motor ratea.
Pero esa medición obviamente hablara (aunque no se quiera hacer de eso el tema central) de lo que la educación fue hasta aquí; pondrá en la superficie dónde estamos y adónde nos llevaron las prácticas ejecutadas hasta hoy.
Y es allí donde el sistema “cruje” porque los gremios, los alumnos e, increíblemente, algunos padres, saben -como todos- que los resultados serán malísimos y que habrá que cambiar muchas cosas en cómo se enseña y cómo se aprende si queremos que los chicos del futuro tengan alguna posibilidad en el mundo del mañana, que es el mundo del conocimiento, de la innovación y de la creatividad.
Quienes nos han llevado hasta donde estamos hoy en materia educativa (niveles que seguramente reflejarán las evaluaciones tomadas hoy) se resisten a esos cambios. Han construido durante décadas un sistema de privilegios y de laxitudes que ha producido una generación de chicos sin los elementos suficientes para competir en el mundo del trabajo de hoy. Irresponsablemente, bajo discursos progresistas, humanistas, de izquierda, en contra de la rigurosidad en el estudio, y defensores de un “igualismo” estúpido han condenado a las franjas más pobres a seguir hundidos en la miseria.
Guste o no es la educación de calidad la que le puede dar a esos chicos menos favorecidos una posibilidad de igualar de verdad a los más favorecidos. Con el verso “social”, estos dirigentes, que no han hecho otra cosa que defender sus propios intereses, han condenado a los más pobres a seguir en esa condición. Se trata de una aplicación puntual de lo que en general se hizo en la Argentina desde la política: apelar a la demagogia para engañar a quienes se decía favorecer para buscar solamente un beneficio personal o de casta que hoy vemos todos los días por televisión en un obsceno desfile de corrupción y de corruptos.
La cantinela demagógica en el caso específico de los docentes se apoya en el argumento de que es “estigmatizante” tomar una prueba igual a todos “sin considerar las diferentes condiciones sociales”. ¡Es que lo estigmatizante es, justamente, definir a unos como diferentes a otros a priori!
Además, una vez más, es precisamente la repetición de las mismas preguntas a diferentes alumnos lo que nos va a dar los planos de diferencias en los que estamos y lo que tenemos que hacer para igualarlos y, fundamentalmente, dónde lo tenemos que hacer y con quién.
Algunos delirantes, incluso, han salido a decir que el programa “Aprender” es parte de un plan que tiene como finalidad última, privatizar la educación pública. ¡Pero por favor muchachos, dejen de mentir y de repetir mantras viejos y capciosos que no por repetidos se volverán verdaderos!
En todo caso el fenomenal sistema de involución que, en la educación como en otros campos, implementó el populismo-nacionalista-demagógico fue el que produjo el más extraordinario proceso de privatización de la educación que se ha dado en la Argentina en los últimos cuarenta años, en donde acarraladas de chicos pasaron de cursar en escuelas públicas a hacerlo en escuelas privadas, cansados los padres de que sus hijos fueran rehenes de los paros, de docentes que no trabajan, de ausentismos, y de politiquería barata. ¡Ese sí que tuvo toda la apariencia de ser un plan sistemático de privatización de hecho!
El que implanta un relato obviamente siente desprecio por las evaluaciones; porque son las evaluaciones las que pueden desenmascarar la mentira y la fantasía. Resulta hasta curioso que se usen las mismas palabras: recuerdo a Kicillof decir que medir la pobreza era estigmatizante para los pobres, igual que ahora los docentes dicen que preguntarle lo mismo a todos los alumnos es estigmatizante para los más pobres.
Seguramente no debe haber mayor desprecio por el ser humano que no creerlo capaz. Muy bien, suponer que debo armar cuestionarios ad hoc especialmente formulados para los que, con mi propia autoridad y a priori, yo consideré incapaces, debe ser -eso sí- una de las creencias más estigmatizantes que puedan sostenerse.
Los gremios docentes van a tener que replantearse seriamente su protagonismo. Ayer, por ejemplo, llegaron a sabotear una de las cajas termoselladas que contenían los cuadernillos de preguntas de la evaluación con la intención de que toda la prueba se arruinara al conocerse su contenido. Maldad pura.
Pero quienes también van a tener que revisar qué quieren para sus hijos son los padres. Como parte fundamental de la comunidad educativa ellos también han permitido durante todos estos años que se relajara a niveles indeseables la cultura del aprendizaje, del mérito, de los premios y castigos, del esfuerzo, del estudio y del progreso.
Estamos ante el “crujir” de un sistema que colapsa. La Argentina -los chicos argentinos- no podrán “chocar” contra lo que el mundo pide hoy y salir indemnes de esa colisión si no se preparan para ello. Si vamos a claudicar para que no cruja un sistema corrupto armado para el beneficio de unos pocos durante décadas, lo que va a crujir es el futuro de nuestros hijos y el destino del país.