El patetismo de Cristina Elisabet Fernández no contribuye a otra cosa más que a tranquilizar a los que quieren que nunca más regrese ni cerca de la Casa Rosada. Aunque esa ha sido la regla invariable de los presidentes de la democracia desde 1983, la revolucionaria de los bolsones seguramente guardaba esa esperanza en algún rincón de su inconsciencia.
Más allá de lo que cada día se descubre en materia de robo en lo que fue su gobierno -propio de una verdadera organización delictiva preparada para esquilmar el tesoro público- sus apariciones “políticas” no hacen otra cosa que hundirla aún más en el espeso pantano de ideologismo retrógado mezclado con corrupción que ha sido la característica fulgurante de la familia Kirchner en su triste paso por la historia política argentina.
Ayer, en un suceso digno de las páginas de paleontología, se presentó en el incalificable “Instituto Patria” para conmemorar el aniversario del natalicio del dictador Hugo Chávez.
Justo en el momento en que el pobre pueblo de Venezuela, igualado en la miseria más degradante gracias a los postulados de la Revolución Bolivariana, sufre una de las mayores humillaciones que puede experimentar el ser humano, como es no tener ni para comer, ni para curarse, ni para lavarse las manos, ni para limpiarse el traste, esta señora aparece sonriente delante de un conjunto de zombies fanáticos que seguramente endosan el robo del que ellos mismos fueron víctimas, para reivindicar al ladrón déspota que inició toda aquella decadencia en un país que supo nadar en un mar de petróleo para pasar a nadar hoy en un mar de estiércol.
Solo en una mente enferma por el odio puede caber rendirle homenaje al responsable de haber llevado a todo un pueblo a las más denigrante forma de igualdad: aquella en la que todos (excepto, claro está, la nomenklatura gobernante) no tienen un lugar ni para caerse muertos.
Ver esa villa miseria gigante en la que se ha convertido Caracas -antes una de las capitales más modernas de Sud América- ver a los pobres venezolanos lanzándose al corredor humanitario que Colombia abrió en su frontera para que al menos puedan proveerse allí de algunos elementos escenciales para la vida, mientras esta señora, a la que lo único que le falta es vergüenza, recuerda al odioso dictador que ahora habla –convertido en pajarito- con el impresentable de Maduro, causa una repugnancia profunda.
Verla reírse al mismo tiempo que acomoda actoralmente su pelo mientras todo el país vio los millones de dólares robados al pueblo argentino, pueblo al que, como Chávez hizo con el suyo, engañó sin escrúpulos para robarlo y aprovecharse de sus necesidades, causa un asco profundo del cual, cada día, miles y miles de argentinos toman debida nota y no pueden sentir más que decepción –en el caso de los que creyeron sus mentiras- y más furia aun, entre los que desde el primer momento sabían que era una farsante al servicio de su propio bolsillo.
Tener que aguantar sus tuits y sus cartas de Facebook pontificando sobre los peligros del “Estado policial” cuando si hay algo de lo que esta señora no puede hablar (salvo para dar un seminario de enseñanza sobre su implementación) es precisamente, del “Estado policial”, es una tarea que a esta altura ya se va convirtiendo en parte del trabajo que cuesta ser argentino. Porque francamente nos debería pagar por aguantarla.
Toda lo que la envuelve es una enorme caricatura de la grasada. Cree ser simpática y lo único que derrama son sarcasmos fuera de lugar que no hacen sino convocar a la división y al odio. Quiere ser fina aun cuando la ordinariez es lo que la pinta de cuerpo entero. Quiere aparecer como revolucionaria aun cuando el dinero robado se le cae de los bolsillos y no puede justificar ni el valor de la ropa interior que lleva puesta.
Toda su impostura es demasiado para un pueblo al que esquilmó, al que engañó, del que se aprovechó y al que dejó en la ruina, sin energía, con un nivel de pobreza e indigencia sin precedentes, con mentiras, fábulas y engaños fantasiosos vestidos de todos los colores y cubriendo prácticamente cuanta temática tenga que ver con la vida nacional.
¿Hasta cuándo habrá que soportarla?, ¿hasta cuándo tendremos que seguir escuchando sus acideces fuera de lugar, el desempeño de su personaje irreal, la pléyade de sus burradas?
¿No ha sido suficiente ya con lo que robó, con lo que dividió y llenó de odio a esta sociedad, con lo que expuso al país al papelón internacional de vivir 15 años en cesación de pagos, con lo que llenó sus bolsillos con la plata de los pobres?
Pero, repetimos, el verla homenajear a Chávez a mandíbula batiente es la mejor fotografía para que los argentinos quedemos vacunados eternamente contra este virus que debimos soportar más tiempo del necesario y del que nos salvamos de seguir inoculados porque en algún lugar debe ser cierto aquello de que Dios es argentino.