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Una pócima que mate al monstruo

Confieso que una de las frases de los economistas en el debate de ayer (aunque el sentido con el que él la dijo tenía el componente positivo de creer que la dolarización era una gran herramienta para la solución de los problemas económicos) a mí me dejó no solo preocupado sino con la profundización de la convicción de que ni siquiera el éxito económico de un determinado programa salvará a la Argentina si, al mismo tiempo, no se logra sepultar una determinada mentalidad que, por los hechos históricos, ya ni siquiera podemos llamar “peronista”, sino que habría que llamar, directamente, “mentalidad argentina”.

Este economista sostenía que la dolarización era el mejor camino para blindar las reformas porque de hacer las reformas sin quitar el poder del gobierno para emitir dinero caeríamos de nuevo en el desastre que empezó a ocurrir en 1946 cuando Perón llegó al poder.

Recordemos la duda que planteaba nuestro amigo y la propia respuesta que él daba: “Supongamos que corregimos todos los problemas y tenemos un Banco Central impecable que acumula USD 100.000M en ocho años y deja una inflación de 2% anual, y sin pasivos remunerados. Sería como volver a 1946.  Yo pregunto: Cuál es la probabilidad de que venga un nuevo peronista y vuelva a confiscar los fondos para hacer “justicia social”? Mi respuesta: 99%…”

Noventa y nueve por ciento de posibilidades de volver a caer en el delirio si, según este economista, no se dolariza.

A partir de allí es que me pregunto: ¿Un programa económico sensato que reforme lo que haya que reformar y que le devuelva a la Argentina números y condiciones de país serio, será suficiente? Porque si “vuelve otro peronista para confiscar riqueza y hacer justicia social”  y todo se va al diablo nuevamente, entonces el programa económico sensato no habría servido para nada.

Quiere decir que el tema no es solamente aplicar un conjunto de medidas lógicas, razonables y de probado funcionamiento en el resto del mundo. Hay que hacer algo más porque, aún frente a pruebas irrefutables del éxito de ese programa, es probable que los argentinos elijan a “un peronista” para que venga a “hacer (otra vez) justicia social”.

La duda cobra más importancia porque la Argentina ya vivió esto. Y el “cambio” que había logrado meter en aquel momento había durado mucho más que ocho años. Y sin embargo todo se fue al diablo, cuando, ante las primeras dificultades, los argentinos eligieron volver a la “mentalidad argentina”.

Y vuelvo a decir como al inicio “mentalidad argentina” y no “peronista” (como indica nuestro economista al plantear su duda existencial) porque el ejemplo histórico irrefutable que voy a contar ahora sucedió antes de Perón. Sí es cierto que ese “regreso” pavimentó el camino para lo que luego fue un aquelarre definitivo con la llegada del peronismo. Pero el regreso a la “mentalidad argentina” se había producido unos 15 años antes.

Veamos…

Hacia finales de la década de 1830 se había formado una fuerte corriente en el país que había identificado al sistema rosista como la fuente del atraso, la pobreza y de la servidumbre argentina. Ese caldo libertario siguió increscendo hasta que Rosas fue vencido en Caseros más de 10 años más tarde.

Con ese triunfo se abrió el camino a la organización nacional bajo los principios redactados por Alberdi en Las Bases. Este programa suponía una especie de “dolarización de la mente”, esto es, la adopción de un corpus jurídico tomado de otras culturas para que ese nuevo ordenamiento pulverizara las tentaciones autoritarias a las que, obviamente, se inclinaba la idiosincrasia nacional mientras no estuviese contenida por un dique que abortara su tendencia al patronazgo.

Ese cuerpo jurídico fue la Constitución de 1853/60. Y efectivamente los efectos pensados en el laboratorio de la Generación del ’37 resultaron: la Argentina pasó a ser uno de los países más desarrollados del mundo viniendo de ser un desierto infame.

El experimento se mantuvo mucho tiempo de manera ininterrumpida. Ningún mandamás que no contara con el voto se apropió del Estado “en nombre del pueblo”. Pero cuando ciertas condiciones internacionales empezaron a cambiar y la holgura que el modelo de la Constitución había traído tambaleó un poco, los argentinos empezaron a sentir añoranzas de su vieja mentalidad, siempre necesitada de protección y amparo.

Unos años después del Centenario se empezaron a ver las primeras reapariciones (en forma de leyes y otras regulaciones) de estructuras de control, de recorte de libertades y de imposiciones del Estado que eran limítrofes (cuando no directamente contradictorios) con el programa de la Constitución.

La tendencia contra-constitucional derivó incluso en un golpe de Estado que, por primera vez desde Caseros, puso en la presidencia a un nuevo mandamás que no había sido votado por el pueblo. Churchill hubiera dicho “se cierne la tormenta”.

La cosa se enderezó solo en apariencia y, de allí en más, los gobiernos (aún elegidos) prepararon la estructura legal que instalaría nuevamente la “mentalidad argentina” en el poder. Se sancionó por “única vez” la ley de impuesto a los réditos (vigente hasta hoy con el nombre de “ganancias”) se cerró la Caja de Conversión, se creó el Banco Central y se comenzó a emitir dinero.

Más de 70 años de vigencia de la Constitución no lograron matar la “mentalidad argentina”. Esta regresó con insinuaciones hacia los años ’20 y terminó imperando con un nuevo Rosas que llegó al poder con el nombre de Juan Domingo Perón. Con él llegaron las aspiraciones del Estado absoluto, el adoctrinamiento, una nueva Mazorca… En fin, todos los “chiches” que 100 años antes había desplegado el “Restaurador de las Leyes”. Habían pasado 93 años desde Caseros. ¡Noventa y tres años y el virus no murió! ¿Se imaginan lo que la “mentalidad argentina” podría hacer con solo ocho de algunos números ordenados?

Por eso nuestro economista dice que la dolarización, más que una herramienta de política económica, podría ser la pócima que mate definitivamente la bacteria autoritaria que, vaya a saber uno por qué (eso sería tema de otra columna), anida en la mentalidad argentina, tome hoy el nombre de “peronismo” o habiendo tenido el de “rosismo” hace 200 años.

Y yo tiendo a coincidir mucho con él. Si bien nos fijamos la droga que alimenta la “mentalidad argentina” es la emisión de dinero falso. Esa ilusión de que un mandamás generando billetes y repartiéndolos puede solucionar los problemas de todos alimentando la idea de una vida fácil, es la que está detrás de las frustraciones del país.

Destruida la posibilidad de emitir billetes, el monstruo moriría por inanición. Si además se hicieran todas las demás reformas que le permitirían al país vivir sin la droga, el cambio sería irreversible: sería un Caseros definitivo.

Ese puede ser el aporte más extraordinario de la dolarización y por eso, quienes serían sus primeras víctimas, la resisten intentando vender el clásico verso nacionalista de siempre.

Ojo: el drogadicto que se libera de la droga siempre es un recuperado. Nunca se cura. Pero si un fenómeno natural benéfico destruyera como una bomba neutrónica todas las drogas habidas y por haber del planeta, el drogadicto estaría arruinado (en el buen sentido de la palabra). Siempre lo podríamos ver abrazado a un árbol intentando fumarse su corteza. Pero convengamos que sus chances de recaída se habrían reducido casi a cero.

¿Podrá Javier Milei implementar las reformas? Y si las implementa, ¿podrá soldarlas para siempre con una dolarización que les impida a futuros gobiernos hacer demagogia con dinero falso? Estos son los interrogantes que, estando por delante de nosotros, completan las dudas del debate de ayer.

Por Carlos Mira

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One thought on “Una pócima que mate al monstruo

  1. José Luis Bartoletti

    Excelente razonamiento

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