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El cambio cultural

El cambio en las empresas

Durante doce años el kirchnerismo repiqueteó sobre la idea del “cambio cultural”, dando a entender que ellos venían a fundar una Nueva Argentina, como alguna vez el socialismo le había planteado al mundo la formación de un “hombre nuevo” en base a valores de solidaridad, colectivismo, comunismo (en el sentido de reemplazar al hombre individual del centro de la escena y poner allí a la “comuna”), etcétera, etcétera.

Esta supuesta lucha contra el egoísmo, el capitalismo y la búsqueda de la ganancia individual era el motor de la nueva cultura, lo que daba motivo y sentido al modelo nacional y popular.

El kirchnerismo encaró ese disfraz para esconder su propia persecución de la riqueza por la vía del robo al tesoro público y el defalco de cuanta cuenta del Estado pudiera esquilmar. Defraudó y estafó de modo sistemático, escondido detrás de la épica revolucionaria de un país sin individuos, sin personas, pero lleno de zombies colectivos.

Presentó esa epopeya como si la Argentina realmente fuera una especie de paraíso del individualismo y donde ese verso “social” nunca se hubiera intentado. Pero en realidad olvidó que, muy por el contrario, el país tiene una vinculación carnal con ese modelo, que es el que le sale por los poros espontáneos de sus reacciones naturales. Para hacer ese “cambio cultural” no había que hacer nada, simplemente profundizarlo, dándole más al inflador del colectivismo.

En efecto, nuestra cultura tradicional, lamentablemente, se emparenta con ese delirio según el cual una superestrctura burocrática suplanta a las personas en el ámbito individual de sus decisiones bajo el argumento de que esas personas son poco menos que minusválidas que no pueden valerse por sí mismas.

Porque fue lo que mamamos desde la Casa de Contratación de Sevilla o porque nos resultó cómodo creer que la aventura de la vida puede ser asumida por otros en nuestro lugar, creímos esa mentira y, con excepción del período en que rigió la Constitución de 1853, le renovamos el mandato a gobernantes que reprodujeron el estilo, los modos y, sobre todo, la filosofía de la Colonia.

El verdadero desafío consiste en cambias esa cultura; la otra ya existía. Cuando los K en ocasión de los 200 años del 25 de mayo de 1810, dijeron “los quebramos culturalmente… le ganamos la batalla cultural”, en realidad estaban incurriendo en otra más de sus mentiras patológicas: ninguna victoria cultural; esa victoria debería buscarla un gobierno como el de Cambiemos a ver si logra sacarnos de la mentalidad colectivista y nos mete en la cabeza la única filosofía social que logra elevar la condición social de los pueblos, sacándolos de la miseria: la democracia liberal capitalista.

Esa es la tarea de fondo que debería tener cualquier gobierno que quiera dejar una huella indeleble en la Historia. Todos los demás han sido variaciones del mismo tipo de delirio: hacerle creer a la gente que se puede salir a la vida pidiendo que nos den lo que queremos. La vida no consiste en eso. Nada le es “otorgado” a otro si no es por algún curro por el cual el precio del “otorgamiento” lo terminan pagando todos.

Lo que las personas quieren, sus sueños, sus metas, sus objetivos hay que salir a  buscarlos con el trabajo honrado, con creatividad, con inventiva, haciendo crecer el producto y la riqueza. No hay ningún maná colectivo desde el cual el Rey Mago “Estado” le viene a resolver la vida a todo el mundo.

Esa es la verdadera revolución cultural que hay que hacer y el que la haga y salga victorioso de la empresa sí podrá decir que “quebró” una cultura de la lástima y la limosna y que inyectó en los argentinos una energía nueva capaz de superar los problemas, con capacidad para avanzar y resolver las disyuntivas que la vida presenta.

Ese sí que será un cambio cultural real. Lo que los Kirchner hicieron -con el agravante de hacerlo para crear un manto de cobertura al robo más espeluznante de la historia argentina- fue profundizar una lamentable tendencia nacional a elevar a un pedestal a mesiánicos populistas que, con el verso de ayudar a los pobres y enfrentar a los ricos, arrojan a todo el mundo a la miseria y se convierten, ellos mismos, en una casta privilegiada, desigual y forrada de dólares.

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