El gobierno de Mauricio Macri cumple seis meses en medio de un clima raro. Por un lado existen ostensibles esfuerzos del Ancien Regime por mantenerse vigente, regulando las costumbres y el sentido común promedio de la sociedad. Como si no estuviera dispuesto a hacerse responsable por el tremendo marasmo, mezcla de totalitarismo político y de chauvinismo y chambonismo económico, habla y pontifica como el país le debiera algo.
La patrona del mal, desde Calafate, emite opiniones como si el descalabro al que sometió a la Argentina no tuviera suficiente peso como para mantenerla con la boca cerrada, aunque más no fuera por vergüenza. Las fechorías que concretaron el robo más espeluznante de la historia, que empobreció y pauperizó al pueblo, parece que no fuera suficiente para hacer florecer -aunque sea- algún retoño de escrúpulo.
Durante estos seis meses ha habido una característica que, si bien es vista en general como un mérito del ser humano y no de un error, en este caso aparece como un atisbo de debilidad o duda que no hace bien cuando se la toma como señal a los operadores económicos.
Me refiero a la muy marcada tendencia del gobierno a la rectificación. Es cierto –y se ha dicho- que el país estaba cansado de los taitas que doblaban la apuesta cada vez que se les marcaba un error. Ese había sido el sello distintivo del kirchnerismo, llevado incluso a extremos exasperantes que rozaban la sobrada y la prepotencia.
Pero de ese extremo hemos pasado sin escalas a otro en donde el gobierno permanentemente se echa atrás cuando se alzan voces que controvierten su punto de vista. El ejemplo pueril del feriado del 17 de junio habla por sí solo: de una amenaza de veto “porque en el país hay que trabajar” hemos pasado a la aceptación mansa de la demagogia.
Lo mismo puede decirse en temas más graves. El déficit fiscal es inmanejable a estos niveles. Sin embargo gran parte de las medidas adoptadas han tendido a bajar los ingresos y a subir las erogaciones. El esquema de reducción de subsidios a la energía básicamente, está hoy en un punto de retroceso grave que hace que muchos se pregunten quien va a pagar las diferencias entre lo que cuesta la energía y lo que se consume de ella.
La inicial luna de miel que se avizoraba entre el peronismo razonable y el gobierno está hoy en otra tónica completamente diferente. No hay un peronismo, sino al menos seis. El senador Pichetto, un hombre razonable y con quien se puede hablar, ya no maneja el bloque del senado.
A su vez el presidente que asumió en el altar del “arte del acuerdo” parece rechazar una mesa de diálogo con el peronismo para lograr respaldo a cinco o seis meridianos clave para su administración.
Los gremios más combativos se disputan las modalidades más salvajes para enfrentar al presidente. Pablo Moyano acaba de dejar sin nafta a la Argentina, poco menos que sin aviso. Los controladores paran los aeropuertos y Espinoza el ex de La Matanza llama a tomar los supermercados del conurbano.
El gobierno corre por detrás de los acontecimientos y asiste casi sin poder creerlo al espectáculo de que el responsable ejecutivo del desastre energético que dejó Cristina Elizabet Fernández –Julio De Vido- se dé el lujo de citar al ministro Aranguren a dar explicaciones sobre las compras de gas a Chile a la Cámara de Diputados. La Argentina es el único país en donde las escopetas le tiran a los pájaros.
Mientras la política económica aparece como errática. Las inversiones que teóricamente se moverían por el nuevo clima imperante en el país no han aparecido aun en la medida de lo esperado, incluso, se presume por el propio presidente. El blanqueo aparece con mil interrogantes porque muchos lo consideran carísimo y excesivamente duro para miles y miles de argentinos cuyo único objetivo fue defenderse del Estado ladrón. Esos ciudadanos no están dispuestos a entender por qué deben pagar tan caro su prudencia.
El propio presidente del BCRA, Federico Sturzenegger acaba de reconocer que un argentino que hubiera depositado en plazo fijo un peso en 1981, tendría hoy un centavo. ¿Acaso es un delito que cientos de familias hayan tratado de evitar ese quebranto? ¿Qué cosa buena les ha dado la Argentina (o sus gobiernos) a esa gente trabajadora durante todos estos años? ¿A título de qué esos argentinos debieron inmolarse? ¿Acaso lo hicieron muchos de los que hoy son funcionarios?
Es posible que muchos cuenten en cuentas exteriores millones de dólares. Pero hay muchos que cuentan tan solo algunos miles. Muchísimos que tienen ahorros que ni siquiera llegan a las seis cifras. Es el producido de toda su vida. ¿Resulta que ahora se pontifica contra ellos por haber ahorrado en dólares? ¡Por favor, muchachos!
El Nouvelle Regime necesita urgentemente una dirección firme, un programa explícito y abarcativo y una decisión que trasmita la idea de que efectivamente las viejas formas de la política no sirven más en la Argentina.
El bendito segundo semestre está por comenzar. El gobierno cifró muchas esperanzas en él, aun cuando luego le bajó un cambio a esa excitación. Estamos claros que el peronismo es de lo que no hay y que el ultrakirchnerismo no ha archivado su “Plan Helicóptero”. Aun sueña con un Macri derrocado, empujado por la turba y el caos.
Pero el gobierno debe hacer su parte. Necesita emprolijarse. Diseñar una estrategia. Necesita volver a entusiasmar a un pueblo con el ánimo caído.
Si las escopetas les tiraran a los pájaros seríamos un país bastante parecido a los demás. Acá los pájaros le tiran a las escopetas