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Un tiempo de cambio

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Llega a su fin una campaña extenuante plagada de mentiras, de especulaciones, de tergiversaciones, de una importante dosis de mala leche y de cambios sobre la marcha. Cuesta recordar algo parecido en la Argentina, coincidente con un periodo que termina y que tampoco reconoce antecedentes por su duración, su perfil, sus características exteriores, sus protagonistas y por el profundo impacto que su largo paso por el poder tuvo para el país.

Ya ha sido comentado largamente el sorprendente cambio que sobre su propia personalidad registró Daniel Scioli. El papel del gobernador saliente de la provincia de Buenos Aires ha sido incómodo desde el principio: debía demostrarle al país que era lo mismo y lo diferente al mismo tiempo.

Scioli fue cambiando su discurso de acuerdo a lo que la sociedad le devolvía. De estar acompañado por Zanini, un maoísta convencido, pasó a decir que él defiende la asociación del sector privado con el sector público, algo que hasta ese momento había sido parte del discurso de Macri y de Massa.

De pertenecer a un gobierno que fulminó al campo con las retenciones, pasó a decir que las iba a levantar; de ser un integrante del partido que, por no modificar las variables de escalas y del mínimo no imponible de ganancias hizo que miles de trabajadores pasaran a ser sujetos pasivos del impuesto, pasó a decir que su gobierno haría que no paguen el gravamen los trabajadores de hasta $ 30.000 de ingresos. De pertenecer al modelo que vetó el 82% móvil a los jubilados, pasó a decir que lo pagaría (aunque con la trampa de aclarar que ese porcentaje se calcularía sobre el salario mínimo vital con lo que el nuevo valor tendría apenas una diferencia de $200 respecto de las jubilaciones actuales).

Los creativos publicitarios tuvieron que recurrir a ediciones burdas de discursos de Scioli en donde todas esas “aclaraciones” tramposas (el límite de $ 30000 sobre ganancias, la base de cálculo del 82% de los jubilados) fueron borradas tajantemente de los spots publicitarios.

Al contrario, el candidato del FpV se embaló con una campaña de “miedo a Macri” mandando al aire grabaciones antiguas y también groseramente editadas de declaraciones del candidato de Cambiemos con el objetivo de sembrar el temor al cambio.

En una movida claramente estratégica, los equipos de Scioli mandaron a “guardar” a la presidente, que no abrió más la boca desde la semana previa a la primera vuelta electoral, en una clara evidencia que la Sra. de Kirchner se convirtió en un monumental motor expulsor de votos.

El propio candidato del gobierno, que lleva en su fórmula presidencial nada menos que al que todos consideran el cerebro ideológico del gobierno de Cristina Kirchner y que tenía como su candidato a gobernador a Aníbal Fernández, y como candidatos a diputado por los principales distritos del país a Axel Kicillof y a Wado de Pedro, intentó convencer a la gente de que “este es un gobierno que se va… No me comparen con ellos…” No son comparaciones, Scioli, son hechos.

Pero en definitiva, independientemente de los mensajes de uno y otro, lo que parece percibirse en la sociedad es la sensación de un cambio de época, de un trazo grueso que dividirá definitivamente lo que pasó en el país en los últimos doce años y lo que comenzará a pasar ahora.

Hay un cansancio generalizado con un estilo que, lamentablemente para él, Scioli eligió profundizar en lugar de cambiar.

Más allá de que justamente ese cambio, de haberse operado, hubiera sido más coherente y tenido más que ver con la propia personalidad que todos le hemos conocido a Scioli de toda la vida, el gobernador prefirió tomar una enorme dosis de vinagre, cambiar incluso muchas expresiones de su cara, y salir a atacar sin reparar si quiera en la falta a la verdad.

Esto último –la falta a la verdad- es uno de los ingredientes que, justamente, más ha aburrido a los argentinos. La sociedad ya no se banca ser tratada como un adolescente o, peor aún, como un niño a quien se le puede vender gato por libre, hasta para hacerlo más feliz con ello.

Es posible que semejante estrategia haya sido útil y hasta eficiente en algún momento, pero ya no resiste el peso de la realidad. Los pobres que se inundan, los productores que se funden y tiran sus producciones a las rutas, la gente que vive en el barro de las villas, las madres que vieron caer a sus hijos en el espanto de la droga, los millones que financian gastos que fondean intereses personales o partidarios, ya no se creen el verso del INDEC o las mentiras del “crecimiento”.

El país no tiene un peso, hace cuatro años que vive estancado; no genera puestos de trabajo en el sector dinámico de la economía que es  –les guste o no- el sector privado; soporta el peso de un conjunto de vivos que se alojó en el “empleo público” para seguir, como las garrapatas, chupándole la sangre a la sociedad productiva; vive de mentiras que van desde la “televisión pública” (que no es pública sino que tiene un dueño privado que se llama Frente para la Victoria que la compró con el dinero de todos nosotros) hasta el desastre energético…

Toda esta realidad ha producido un cambio de mayorías. Por supuesto que debe haber muchos –de hecho millones- que van a votar a Daniel Scioli. Y la nueva etapa, si es que Scioli pierde, deberá contemplar los puntos de vista de esos millones. Sería un grave error caer en la misma tergiversación kirchenrista de “como gané las elecciones yo tengo razón en todo y vos no existis”. La Argentina debe terminar con eso e iniciar un camino de convergencia que la saque de la división y del misticismo; que definitivamente la haga abandonar la idea de que solo un grupo de iluminados puede gobernar y que el resto debe obedecer como si fuera cartón piedra.

Este camino será largo y sinuoso. Pero si todos nosotros nos comprometemos aunque sea con la buena fe, el rumbo y en destino van a mejorar. La Argentina debe vencer el sectarismo, el temor, la pusilanimidad, el conformismo, la pequeñez, los complejos. Debe empezar por aceptarse como es y como está para desde allí iniciar la mejoría. La verdad y el sinceramiento debe ser el punto de partida. Continuar con los versos no nos traerá la adultez del crecimiento.

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