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Desvaríos

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Ni en un gobierno militar se recuerda tanta intransigencia, tanta bajeza, tanto despropósito republicano y tanta afrenta a las instituciones.

La postura de la Sra. de Kirchner, frente al traspaso del mando a Mauricio Macri, está mostrándole a todo aquel que no quiso verlo hasta el momento el tipo humano al que pertenecen la presidente y alguno de sus amanuenses.

La explosión de mezquindad, egoísmo, ruindad y capricho ha llegado a límites francamente ridículos si lo medimos por los patrones normales de un país civilizado.

¿Qué diría Nelson Mandela, si viviera, al ver tanta bajeza, tanta falta de altura, tanto empaque, y tanta incitación a la violencia y a la división inútil? El hombre que construyó la unidad sudafricana en base -antes que nada- a su despojo personal, a su mano tendida, a su olvido y su perdón, vería este espectáculo con una mueca de asco.

No han faltado aquellos que para parecer equilibrados pretender repartir parejamente las culpas entre los involucrados -Mauricio Macri y la Sra de Kirchner- diciendo que en ambos hay “capricho”.

No es así. En primer lugar el equilibrio no consiste en eso. Muchas veces ser equilibrado consiste en decir que uno tiene el 100% de culpa y el otro cero.

En segundo lugar, poniendo esto en contexto, no caben dudas de que estamos en presencia del último acto monárquico con el que la presidente pretende despedirse de su monarquía.  Lo que la Sra de Kirchner está provocando está en línea con lo que fueron sus años en el poder, un poder lleno de vanidades, atropellos, soberbias, egocentrismos, de violaciones de la ley.

El artículo 93 de la Constitución es clarísimo: “Al tomar posesión de su cargo el presidente y vicepresidente prestarán juramento, en manos del presidente del Senado y ante el Congreso reunido en Asamblea, respetando sus creencias religiosas, de: “desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de presidente (o vicepresidente) de la Nación y observar y hacer observar fielmente la Constitución de la Nación Argentina”.  Del presidente saliente, ni jota. Es un cero al as en esa ceremonia. La Constitución no reclama ni impone su presencia en el Congreso. A los fines constitucionales su poder terminó.

Solo la tradición y las costumbres (trasladadas luego el reglamento de protocolo y ceremonial de la Casa de Gobierno) le han asignado un lugar en el Salón Blanco de la Casa Rosada, en la simbólica ceremonia de entrega del bastón y la banda presidenciales, se trata de un acto voluntario del presidente entrante, que no tiene obligación legal de hacer, pero que las tradiciones nacionales han impuesto.

El presidente saliente no cumple ningún rol institucional en el acto de jura del nuevo presidente.

El día de la asunción, aquí y en cualquier lugar de buena fe del mundo, es un día dedicado al presidente electo; es su ceremonia, no la del presidente que se va.

Frente a argumentos tan claros de la Constitución, de la lógica, de las buenas maneras y del don de gente hay que concluir que la Sra de Kirchner no es una buena persona ni una persona buena.

Pretende hacer todo el daño posible; quiere arruinar en la mayor medida que pueda la celebración por la alternancia democrática.

No le importa si para eso debe emitir bocanadas de fuego que puedan poner en peligro la tranquilidad pública: como siempre, lo único que le importa es ella misma. Si sus intransigencias enardecen los espíritus y como resultado hay lastimados o muertos en la calle, no le importa. Si la Argentina, vista por el mundo en ese momento, muestra un espectáculo triste de desorganización o hasta de violencia, tampoco le importa. Ni los argentinos, ni la Argentina le importaron nunca.

Solo tuvo una obsesión en la cabeza: el poder. El mismo poder que no quiere dejar, ni siquiera simbólicamente.

El ejercicio abusivo y muchas veces absoluto, ilegal, inconstitucional y prepotente del poder ha deformado las realidades mentales de la presidente. Se ve a sí misma como alguien por encima de las normas, cuya voluntad nadie puede osar a trasgredir.

Si para mantener ese poder debe mentir, distorsionar la realidad, acusar falsamente o tergiversar los hechos, no dudará en hacerlo con tal de salirse con la suya.

Es triste irse dando lástima. Y eso es lo que ha logrado la Sra de Kirchner con ésta última función a toda orquesta. Desconocemos si también ha dado orden a sus acólitos de producir incidentes en la calle, durante el traslado del presidente Macri del Congreso a la Casa Rosada o en el Palacio San Martín donde se recibirán a las delegaciones extranjeras o en el Teatro Colón donde se agasajará a las autoridades que nos visiten. Tampoco sabemos si ordenó a sus barras abuchear al presidente en la Asamblea Legislativa o incluso arrojarle algún elemento contundente. ¿Acaso les asombraría?

Cambiemos acudió a la Justicia para que deje en claro que el mandato de Kirchner finaliza a la 0 hora del día 10. Se trata de una jugada de la civilización. Nimiedades que le causan risa al absolutismo. La Sra de Kirchner nunca se guió por ellas. Nunca le importaron los fallos (salvo que sean a su favor) ni las resoluciones de la Justicia, ni el funcionamiento balanceado de los poderes. Para ella solo hay una luz bajo la del propio sol y es la que cree emitir ella misma. Y no quiere darse por notificada de que esa luz se apagó.

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