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Parar al gato

Los países pueden perfectamente decidir vivir sin Fuerzas Armadas. Si han hecho sus evaluaciones y por los motivos que fueran llegan a la conclusión de que no las necesitan, pueden, efectivamente, prescindir de ellas.

Lo que no pueden hacer  -y menos un país indigente como la Argentina- es dedicar parte de su presupuesto a un acápite que se llame “mofarse y ofender a una institución mantenida al solo efecto de ser tomada como un elemento de mofa y ofensa”.

Ese ítem presupuestario no puede existir en un país como la Argentina porque lamentablemente no contamos con recursos para esos lujos. Sostener con “vida” a las FFAA con el solo objetivo de ofenderlas y que eso encima nos cueste dinero, no va, no puede continuar.

Ese es el esquema de odio que había ideado Néstor Kirchner, la sucesora en la presidencia de la banda, Cristina Fernández y la ex guerrillera y asesina, Nilda Garré: mantener a los militares para defecarles encima, usando para eso recursos públicos.

Por supuesto que los dos primeros jamás pertenecieron a ninguna organización ni guerrillera ni de derechos humanos que les justificara tener semejante inquina. Al contrario, fueron muy amigos de los militares dueños de su provincia en la época de la dictadura. Tampoco les tembló la mano a la hora de tener como aliando de inteligencia militar interior a un genocida procesado por secuestro y desaparición de personas como Cesar Milani, también mantenido con el uso del patrimonio de todos.

No tengo dudas que parte del botín robado al Estado durante la década saqueada está siendo utilizado para financiar ahora distintas actividades desestabilizantes, desde lo económico-financiero, las movilizaciones callejeras  y (lo que se anunció ahora) una resistencia al decreto presidencial de reorganización de las FFAA.

Por esa iniciativa el presidente pretende intentar un proceso de readecuación de esas instituciones a los tiempos que corren y con ello retirarlas del lugar de mofa que vienen ocupando desde 1983, lugar que, repetimos, los argentinos mantenemos con nuestros impuestos al solo efecto de sostener un muñeco al que se le tiren pelotazos como cuando en una kermese de barrio se le tiraban “tres tiros al negro”.

El mundo, desde que ocurrieron los años de plomo en la Argentina, ha cambiado radicalmente. Ya no existe la Cortina de Hierro, la URSS, la China de Mao y pronto desaparecerá hasta Mr Rocketman (y no es descabellado pensar en una sola Corea de aquí a unos años). Pero lamentablemente ese escenario de fin de ciclo para la Guerra Fría y lo que representó el comunismo en el mundo, no ha sido reemplazado por una convivencia en concordia de toda la humanidad. A aquellos peligros que duraron hasta fines de los ’80 han sucedido otros que ya no protagonizan los ejércitos de los Estados sino organizaciones supranacionales que actúan en función de objetivos místicos pero que causan enormes daños, muertes y pérdidas.

La Argentina misma ha sido víctima de dos hechos de esa naturaleza que aún no ha podido resolver, como los atentados a la Embajada de Israel y a la sede de la AMIA.

Otros peligros se han formado al lado de la tecnología, para utilizar los avances de la ciencia para desestabilizar economías, procesos electorales o determinadas situaciones internas de determinados países (en las que pueden estar interesados en intervenir otros) mediante el uso cibernético del espacio. En otros muchos casos sitios puntuales de valor estratégico para ciertos países pueden convertirse en blancos de ataques de grupos fundamentalistas.

Otros protagonistas de los tiempos que corren, naturalmente, son los narcotraficantes que tienen -por razones obvias- una relación muy íntima con las fronteras de los países.

Toda esta nueva realidad mundial está completamente fuera del alcance de los objetivos que los Kirchner habían reservado (a propósito, pera regocijarse con su objetivo de mofa) para las FFAA.

Ellos habían escrito que éstas solo podían actuar frente al ataque de una fuerza armada estatal extranjera, es decir, algo así como si un Napoleón o un Hitler del siglo XXI viniera a invadirnos. Eso ya no existe. Los Kirchner lo sabían, por supuesto. Estúpidos no eran. Eran ladrones, pero no estúpidos. Lo que ocurre es que el mantenimiento de las FFAA con ese solo objetivo satisfacía su finalidad de regocijarse frente a un muñeco desecho, hecho girones y dando lástima en el piso.

Cuando Cristina Fernández se vio acorralada por las evidencias que demostraban que su gobierno tenía conexiones y que había sido financiado por el narcotráfico, creó (como parte de un relato excusatorio) el llamado “escudo Norte” que teóricamente derivaba militares hacia las fronteras septentrionales del país para detener el tráfico de drogas. Lo que Macri propone ahora no es algo demasiado diferente. Quizás se diferencie en que el actual presidente tiene intenciones de hacer eso de verdad y no simplemente como una declamación que lo ponga a salvo de ninguna sospecha, como fue el caso de Fernández. Pero en cuanto a la finalidad teórica del uso de los recursos militares, no hay diferencias entre lo que dijo uno y lo que dice otro. Sin embargo, ahora, hay que salir a “parar al gato” mientras que Cristina era la Pasionaria que daba su vida por la Patria.

¡Por favor, muchachos! ¡Ya somos grandes como para que sigan presumiendo que somos un conjunto de pelotudos! Paren ya de inventar variantes diferentes de un mismo objetivo básico: seguir fogoneando el “club del helicóptero”. Sabemos que la plata que se robaron les permite derivar una parte ínfima del botín para desestabilizar el país y hacernos vivir con los huevos en la garganta aun cuando no estén en el gobierno. Pero ya la gente se dio cuenta de quienes son: no se gasten, no vuelven más.

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