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Macri con Trump

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El presidente Macri se reunió por primera vez con Donald Trump desde que ambos son presidentes. Esto se escribe cuando ambos recién posaban para las fotos protocolares con lo que ni siquiera los trascendidos de la charla han llegado a nosotros. Pero es que, precisamente, quizás sea ésta una de esas oportunidades en donde el encuentro puntual, efectivo y a solas entre dos presidentes sea –efectivamente- muy importante pero en el que eso no es solo lo que cuenta.

Y lo que cuenta, justamente en este caso, es todo una serie de gestos que van desde el mero viaje hasta los temas concretos en sí.

La Argentina viene de una larga noche en materia de relaciones internacionales, no solo con EEUU, sino con el mundo entero. La plaga kirchnerista se ufanó del encierro y del coqueteo con lo peor de la Tierra como si un país pudiera darse el lujo de andar haciendo joditas por el mundo sin que le ocurra nada.

El país admiró a presidentes que no hablaban idiomas. Pero no por otras cosas; sino precisamente porque no hablaban idiomas. Y esos mismos presidentes se ufanaron de eso como si fuera un mérito en su escalafón de populismo.

En ese solo detalle ya tenemos una diferencia con Macri: el presidente puede establecer un diálogo directo con sus pares extranjeros sin necesidad de intermediarios. Se trata de un punto inmaterial, intangible, inmedible, pero que tiene un enorme valor intrínseco.

Es posible incluso que para las formalidades finales intervenga algún intérprete para que todo quede completamente claro. Pero el valor de que las personas de Macri y -en este caso- Trump puedan hablarse entre ellos, no tiene precio.

Parece mentira pero los países se hacen justamente “a personas”; no se hacen “a máquina”. Y ese valor del trato personal puede volcar la decisión de un gran tema hacia un lado o hacia otro.

Macri y Trump se conocen desde hace mucho tiempo. Cuando Trump ya era Trump y Mauricio era aún “el hijo de Franco”. Trump es dieciséis años mayor que Macri.

Las empresas de uno y otro intentaron algún desarrollo común en Manhattan. El proyecto finalmente no se llevó adelante pero sirvió para que se conocieran y supieran quién era uno quién el otro.

Ambos vienen de fuera de la política. Si bien Macri hace ya bastantes años  que tiene contacto con el mundo en donde unos eligen a otros para que los dirijan (sin contamos incluso su paso por Boca, que, como todo en el fútbol, tiene mucho de política, son casi 25), no hay dudas que su educación, su formación y su cabeza, no son las de un político clásico. Trump tampoco lo es. Ambos ven el mundo con otros patrones de lógica, muy diferentes al de los partidos. De modo que hay allí otra coincidencia en el sentido favorable.

Macri llega a la presidencia de un país devastado por el populismo y Trump a la del primer país del mundo, al sillón presidencial de la primera potencia mundial. Macri se propuso sacar al país del populismo y Trump, quizás, ensayar algo de ese experimento en su propio país.

Este ingrediente es muy interesante y guarda mucha relación con lo que pueda acontecer de ahora en más. En estas mismas columnas, cuando cubrimos la elección presidencial norteamericana e informamos sobre el triunfo del republicano, advertimos sobre el hecho curioso y paradojal que significaba que la Argentina estuviera intentando subirse al mundo justo cuando algunos de sus países líderes daban muestras de querer cerrarse. Recuerdo haberlo calificado con cierta ironía como la “eterna mala suerte argentina”.

En efecto, el triunfo de Trump se produjo apenas meses después del Brexit, la decisión británica de abandonar la Unión Europea. En otros países también hay destellos que anuncian alguna intención de coquetear con cierto nivel de disparate.

Ni bien electo, Macri había establecido una excelente relación con Barack Obama, que visitó el país en medio de un éxtasis bastante perceptible. Fue quizás esa temperatura la que llevó al presidente argentino hacer algunos comentarios respecto de las venideras elecciones norteamericanas que luego, con el resultado puesto, parecieron inoportunas.

Si bien la visita no reviste la característica de visita de Estado, Trump le ha dispensado al presidente argentino los detalles que hacen a una relación especial. Macri y Awada se alojarán en la histórica Blair House, reservada para las más importantes personalidades y dignatarios que visitan la Casa Blanca. Pero también anticipó “yo le hablaré de Corea del Norte, y él me hablará de los limones”, en una expresión que hasta puede ser tomada como una ironía, en el sentido de contraponer lo que en apariencia son dos planos de problemas con profundidades muy diferentes.

La reunión durará quince minutos, en el Salón Oval. Serán quince minutos plenos porque, repetimos, no usarán intérpretes. Es posible que además de los limones y el biodiesel, Macri desglose una estrategia para una salida democrática en Venezuela. Ese es un papel que el presidente argentino debe explotar. Con México y Brasil en dificultades (internas y, a su vez, con los EEUU), con Colombia en un proceso de paz aun inseguro, la Argentina puede colarse como un aliado regional político (aun con discusiones en lo económico) de los Estados Unidos. Y ese rol puede traer luego derivaciones favorables en lo económico.

Es verdad que con Trump la era de los tratados de libre comercio parece, al menos, en suspenso.

EEUU se retiró de la Alianza Transpacífica, poco menos que al día siguiente que Trump asumiera y ahora ha presentado propuestas de renegociación del Nafta.

Pero, digamos una vez más, los detalles imperceptibles de esta reunión pueden cobrar una fuerza visible mañana. Y en todo caso, siempre es mejor estar en una buena relación con el país que nos guste o no rige en gran medida los destinos del mundo. No sabemos qué respuesta puede dar Macri a un comentario de Trump sobre Corea del Norte, pero en caso de que se produzca es mejor que recuerde que cada vez que la Argentina decidió tomar un camino diferente del norteamericano en casos en donde estuviera comprometida la libertad y la seguridad internacional, nunca le fue bien. Siempre terminó pagando caro esas altanerías.

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