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La pusilanimidad argentina

Las reacciones que estamos presenciando en la sociedad podrían ser tomadas tranquilamente como una explicación sintética de qué clase de país tenemos, qué clase de gente tenemos y, por ende, que tipo de futuro nos espera.

Por un lado los gobernadores, en su mayoría peronistas, se han levantado al unísono contra la rebaja del IVA a los alimentos esenciales. Sería bueno repetirlo: los gobernadores, en su mayoría peronistas, se han levantado contra la medida que rebaja por 90 días el IVA a los alimentos esenciales.

Lo digo para que quede claro que ninguno de ellos leyó la plataforma (si es que puede llamarse así) del Frente que apoyan a nivel nacional, cuyo punto 2, proponía hacer, justamente, eso.

Pero también lo digo para poder medir frente a qué clase de gente estamos; gente que cuando se trata de hacer demagogia para juntar votos no reconoce ningún límite pero cuando le tocan “la de ellos”, saltan por los aires.

Allí se termina “el pueblo”, “los pobres”, “la emergencia alimentaria”; allí se termina todo: “déjense de joder con mi guita”. Es bueno tenerlo presente. Somos eso: mierda.

Entre esos gobernadores también estaban mandatarios cercanos a Macri. Todo los importó un carajo: no jodan con mi guita. ¿La gente? Que se muera; a mí no me tocan un peso.

Ese es el razonamiento de estos tipos. Después el pueblo va, y les pone el voto, con la idea de “castigar” al gato.

El gato los llenó de oro en estos años. Es más, las cuentas provinciales nunca estuvieron tan en orden como ahora. Macri jamás les denegó un peso de los recursos coparticipables -como hacia Fernández- y les pagó tota la deuda que la jefa de la banda no les reconocía.

Pero ahora el gato está acechado por los ratones (¿o debería decir las ratas?), entonces nadie se acuerda de sus mimos. No es hora de devolver nada. Al contrario, es hora de patear en el suelo.

Otro tanto ha sucedido con varios de mis colegas que han comenzado un increíble triple mortal en el aire y ya están buscando una cobertura tibia donde refugiarse. Dan asco.

Lo que está haciendo la editorial Perfil, por ejemplo, que mandó una tapa directamente golpista en la última edición de la revista Noticias. O diversos periodistas que trabajan en medios líderes y no saben cómo hacer para “ubicarse”.

El solo hecho de instalar la idea de “Fernández presidente”, como dando por sentado un hecho que no sucedió aun y retroalimentando una profecía autocumplida (que me encantaría que el destino de vuelta solo para revolcarme de risa al ver cómo vuelven a recular estos profesionales de la hipocresía) da cuenta de una catadura de gente francamente baja, de muy poca categoría, de muy poca clase.

Es verdad que en muchos casos, hace ya tiempo que se comenzó a andar ese camino. Periodistas que conozco de toda la vida y que sé cómo piensan en privado, iniciaron una “recogida de barrilete” monumental cuando los números de la economía se le dieron vuelta a Macri y se comenzó a tener sospechas sobre sus posibilidades de ser reelecto.

Son gente que no sabe vivir  por fuera del calor del Estado. O mejor dicho, de los impresentables que acceden a sus poltronas.  Es como si su vida dependiera de ello. Y debe ser que, sí, depende.

¿Qué futuro tiene un país así? Un país que no cree en nada; un país que la da lo mismo la honestidad que la delincuencia; un país que no tiene una sola convicción; un país para el que la República es una boludez que te mandan a estudiar (con suerte) en el colegio, pero que no sirve para nada en términos prácticos.

Toda la Argentina se ha convertido en una enorme factoría. Al grito del humanismo y del no-materialismo, no somos otra cosa que una enorme máquina de calcular cuyo horizonte son los próximos 10 minutos.

Es más, hasta se ha intelectualizado -para poder justificarlo- el concepto de la servidumbre, diciendo que no es libre el que no tiene un plato de comida en su mesa. Si semejante sofisma fuera cierto, los invito a discernir la siguiente encrucijada: a todos los que piensan que realmente no se es libre si no se tiene un plato diario de comida, les propongo meterlos a todos presos; todos tras las rejas. Pero al mismo tiempo que los llevo al calabozo les prometo que no les faltara cada noche y cada día un plato de comida en su celda. ¿Qué eligen?, ¿la comida o la libertad?

No me extrañaría que muchos argentinos eligieran la prisión, con un guardia atento a que no nos falte la ración. Quizás ese es el horizonte que imaginan para el país: una enorme “prisión” en la que un camión celular del Estado se para en cada plaza, cada noche y cada día, para darnos de comer en la boca nuestra cucharada diaria.

No hay divorcio entre los horizontes comunes de los países y los pensamientos individuales de sus ciudadanos. A pensamientos pequeños le siguen países pequeños y a los países pequeños le siguen pesares grandes solo gambetados por las castas, que endulzando los oídos de los convictos se sientan en los sillones de las cárceles.

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