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La familia del presidente ante la Justicia

No hay dudas de que el gobierno de Cambiemos ha cometido muchos errores en su gestión. Medidas equivocadas, decisiones erróneas, lecturas tergiversadas de la realidad; en fin, un abanico muy grande de oscuridades que han hecho que se consuma prácticamente su primer período de gobierno sin lograr un cambio notorio hacia mejor de las condiciones de vida generales.

Pero si hay algo que puede anotarse en su favor es la total prescindencia en materia judicial, el hecho de que el presidente, en su carácter de titular del poder ejecutivo, no haya intentado intervenir en un sentido o en otro en la actividad de los jueces.

Este hecho, que hace a los palotes de la democracia y la república, debe ser destacado como una cuestión extraordinaria en la Argentina. Así de  bajo habíamos llegado a caer en materia institucional.

Era tal el grado de naturalidad a que el gobierno kirchnerista había llevado la manipulación de la Justicia que hoy el simple hecho de que las cosas sean como tienen que ser nos parece absolutamente asombroso.

Esta semana el juez Claudio Bonadio decidió llamar a declaración indagatoria -una instancia que hace algunos años era el sinónimo del procesamiento y hoy se le parece mucho- nada más y nada menos que al padre y al hermano del presidente. A todo esto, Mauricio Macri, se enteró de la novedad por los diarios.

Obviamente ningún país normal se felicita por la normalidad. Pero la Argentina sí debería hacerlo. Después de años de una obscena intervención del poder político entre los jueces (a tal punto de haber creado una corriente política en los estrados de los tribunales -Justicia Legítima-) resulta muy saludable que un juez pueda pedir la indagatoria del padre y del hermano del presidente y que éste deba mirar el espectáculo desde afuera, sin la menor capacidad de intervención.

¿Sería eso posible con el kirchnerismo? ¿Permitiría que ocurriera eso Cristina Kirchner? Obviamente, las carcajadas me  impiden responder perogrulladas.

Es probable que parte de los argentinos no valoren este progreso. Obsesionados como estamos porque la plata no alcanza, estas cuestiones que hacen al funcionamiento de la Constitución nos parecen formalidades estúpidas. El punto es que, mientras sigamos en ese camino, nunca tendremos un peso.

En efecto, hasta tal punto hemos deteriorado el mecanismo del equilibrio de los poderes que la suerte de la vida, la libertad y la fortuna de los argentinos pasó a depender de los caprichos de un (o una) capitoste del poder. Esas seguridades se alejaron de las garantías que ofrecen los jueces y se  acercaron peligrosamente a la discrecionalidad que ejercía con mano de hierro un (o una) autócrata.  

No estamos entrando aquí en el fondo del problema, esto es en desentrañar si las empresas en manos de la familia Macri formaron o no parte de la cadena de coimas que investiga Bonadio o si esas empresas siquiera pertenecían en esos momentos a la familia del presidente.

Simplemente estamos remarcando la importancia de que un juez de la república en el ejercicio de su independencia pueda citar a familiares directos del presidente y que éste no tenga la más mínima posibilidad de oponerse o de intervenir. Se trata de un progreso cívico inconmensurable.

¿Está la Argentina dispuesta a desandar todo ese camino a cambio de las promesas fútiles del populismo? ¿Se dejará convencer por aquellos a los que solo les interesa zafar de la cárcel que todos estos mecanismos son “adornos de la burguesía” y de que es mejor la elección de un (o de una) líder carismático que, cacareándose en la tapa del piano de la República, nos vuelva a tener a todos en un puño sin la garantía de los jueces imparciales, que aun puedan meterse con su familia, con su apellido, con su pasado y con su fortuna?

Se trata de preguntas que, vistas con las urgencias del día de hoy, pueden parecer teóricas. Pero cuando uno advierte cómo construyeron la base de riqueza material que hoy ostentan aquellos países que la disfrutan, se da cuenta que esos interrogantes no son meras teorías vacías, lujos de los leguleyos, sino condiciones esenciales para el desarrollo económico y para el nivel de vida del pueblo.

Si la Argentina, si los argentinos, no valoráramos esto sería una señal más de que no tenemos arreglo. De que aquello que formaba parte de la bajada del título del Facundo -“civilización Y barbarie”- sigue estando vigente hoy y que hay muchos de nosotros que, según sean las circunstancias, están dispuestos a vivir en la barbarie con tal de que ella nos sea vendida en un buen paquete que nos convenza de que su vigencia nos puede servir económicamente.

Y puse en mayúsculas la letra “Y” porque así lo hizo notar Sarmiento: no notaba él en nosotros una disyuntiva entre estas opciones, sino una convivencia. La Argentina es el lugar donde la civilización “Y” la barbarie pueden vivir juntas, según sea de donde sople el viento.

Esa debilidad institucional nos llevado a otras debilidades de las cuales la económica sea tal vez la más notoria y la que más trampas nos ha puesto en nuestro camino a vivir en paz.

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