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Frente a una esperanza

Quizás no todo esté perdido en la Argentina. Puede ser una expresión de deseos, pero también una esperanza.

El gobierno de Macri ha debido hacer -a destiempo, sin explicar bien por qué (lo que hubiera incluido una descripción de la catástrofe económica recibida en 2015) y con graves errores no forzados- uno de los ajustes económicos más severos de que se tenga memoria.

La economía argentina había sido tan maltratada por el kirchnerismo (pero en especial por el impresentable dúo Fernández/Kicillof) y tan subestimada por el equipo económico que encabezó Prat Gay (pero que reflejaba las ideas del presidente) que los números no dieron más: o se tomaba el toro por las astas o el desbarranque habría sido infinito.

Esa de decisión impactó directamente en los bolsillos del argentino medio, sin dudas el personaje más castigado de la historia moderna.

La tarea de domar la inflación provocó un doble torniquete a la emisión y al costo del dinero.

Y esto último destruyó el crédito y el nivel de actividad. A su vez poner en orden las tarifas de los servicios públicos (que la irresponsabilidad populista del kirchnerismo había hundido tanto que llevó al país al mismísimo borde de quedarse sin una gota de energía) ya había pegado fundamentalmente en la estructura de costos de las empresas lo que generó inflación y caída de las ventas, todo al mismo tiempo. Con este cuadro enfrente, cualquier gobierno correría un riesgo serio de perder.

Sin embargo, según todos los sondeos, Macri compite palmo a palmo con la oposición kirchnerista que sigue diciendo que todo será felicidad si regresa al gobierno.

¿Por qué sucede esto? Porque, quizás, por primera vez en los últimos ochenta años, una parte decisiva de argentinos entiende que no todo pasa por una cuestión económica inmediata sino que el confort económico necesita asentarse sobre sólidas bases institucionales y de infraestructura que, si no existen, todo será pan para hoy y hambre para mañana.

Esa decisión consciente de sacrificar una situación actual por la apuesta a un futuro mejor, no sólo habla de un cambio sustancial en el pensamiento medio de la sociedad sino, tal vez, es la primera oportunidad genuina que la Argentina tiene de dejar el estancamiento atrás.

La solidificación institucional dará luego la base, insuficiente por si sola pero absolutamente imprescindible en todo proceso de crecimiento, para que se suelten las amarras de la libertad económica, de comercio y de emprendimiento para que la creatividad argentina multiplique la riqueza. Parece mentira, pero después de más de 200 años el país aún discute los palotes de la civilización.

Ya ha pasado esto en otras elecciones. Pero esta es la primera vez que, con todo en contra, un espacio político que apuesta a no ver por sí mismo los resultados de su esfuerzo, está en condiciones competitivas y puede ganar.

Ese quizás deba ser el principal pensamiento que rumie el cerebro de los indecisos y de los votantes de otras opciones que quizás hayan debido pensar mejor la oportunidad de presentar candidaturas presidenciales en esta oportunidad.

Esos espacios también tienen su cuota de responsabilidad en este momento. Ya es tarde para estar a la altura ahora. Pero sin dudas hubiera sido un gesto de  personas que deberían estar -en lo que se refiere a percibir cuándo la libertad está en riesgo- muy por encima de la gente que le pone la cara a la vida todos los días.

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